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El dilema político de la reconstrucción de Siria: ¿ayudar a Asad o dejar las ciudades en ruinas? 


2017-12-06

Somini Sengupta, The New York Times

HOMS, Siria — El último bastión rebelde de esta ciudad alguna vez fue un vecindario rico de calles amplias y grandes edificios de apartamentos, pero ahora es un fantasma del pasado.

Después de que las fuerzas del gobierno sirio la sitiaran durante tres años y medio, solo una fracción de la población permanece en la zona, conocida como Al Waer. Sus edificios, bombardeados y perforados por balas, se ven como si un gigante los hubiera golpeado. Sus calles están llenas de autos y televisores quemados; su hospital más grande está tan destrozado que solo dos de los diez pisos pueden usarse, su tanque de oxígeno tiene agujeros.

Si Al Waer, cuyo control reclamó el gobierno en la primavera, simboliza el despiadado triunfo del presidente Bashar al Asad, también encarna un desafío inminente a medida que la guerra se acerca a su fin: la política de reconstrucción.

Ese desafío es tan difícil para Asad como para sus críticos occidentales. ¿Pueden permitirse darle dinero a un régimen que ha matado de hambre, bombardeado y ocasionalmente ha realizado ataques de gas contra su propio pueblo? O, por el contrario, luego de sus fracasos al tratar de derrocar a Asad, quien ha recuperado gran parte del territorio que perdió en los años de guerra (con ayuda de Rusia e Irán), ¿Occidente puede abandonar a los sirios y dejar que vivan en las ruinas?

“No es fácil resolver cuál será la mejor forma de ayudar a las poblaciones sirias necesitadas sin consolidar el poder de Asad, pero es un camino que debemos encontrar”, dijo el embajador francés ante Naciones Unidas, François Delattre.

Los gobiernos occidentales tienen mucho en juego en el desenlace. Cualquier esperanza de revertir el flujo de refugiados —una fuente de preocupación para muchos políticos europeos— depende en parte de su capacidad de reconstruir a Siria. Los contratos de reconstrucción también podrían ser lucrativos para las empresas occidentales.

El representante especial de la ONU para Siria, Staffan de Mistura, ha dicho que erigir de nuevo Siria costará por lo menos 250 mil millones de dólares.

En Al Waer, uno de los últimos lugares recuperados por las fuerzas de Asad, se ofreció a los insurgentes la opción de rendirse o marcharse, junto con sus familias, a enclaves rebeldes ubicados más al norte. Decenas de miles de personas salieron de allí entre marzo y mayo. Según las autoridades solo quedan 30,000 residentes que se aferran a sus departamentos, donde las ventanas fueron destrozadas y los techos se están cayendo.

La diplomática más importante de la Unión Europea, Federica Mogherini, ha dicho que la ayuda para la reconstrucción es la última porción de ventaja que Occidente tiene sobre el futuro político de Siria, aunque la influencia que puedan tener los occidentales sobre el destino de Asad es, en el mejor de los casos, incierto. Las conversaciones políticas celebradas en Ginebra la semana pasada ni siquiera incluyeron como tema lo que sucederá con Asad.

“Ahora estamos listos para dar el siguiente paso”, escribió Mogherini en un correo electrónico, en el que expresa su apoyo a la idea de reconstruir Siria. Sin embargo, también señaló que los países occidentales deben dejar en claro que su participación “solo comenzará cuando se negocie la transición política en Ginebra”.

El gobierno de Asad, por su parte, se apresuró a señalar que las metas de esas conversaciones políticas se han alejado de lo que había sido el objetivo central de la oposición: su salida del poder.

“Nos hemos movido de la idea de sustituir un equipo por otro hacia un concepto de asociación para producir una nueva estructura política”, dijo Ali Haider, el ministro para la reconciliación, en una entrevista en Damasco.

No obstante, sugirió, el gobierno ha disfrutado solo de una victoria parcial.

“En el campo de batalla estamos en una situación mejor”, dijo. “Políticamente, estamos en una verdadera lucha”.

En Homs, la tercera ciudad más grande de Siria, las señales del triunfo militar de Asad están por todas partes, incluyendo la entrada de un hotel que funciona como la sede de la ONU. Una gran valla publicitaria en su estacionamiento muestra una foto de Asad sonriente. “Hombro con hombro, reconstruiremos”, dice el cartel.

El sitio de Al Waer fue uno de los más prolongados en el país. Durante los meses más difíciles, las familias quemaban sus sillones para mantenerse calientes durante el invierno.

La electricidad se iba por horas o durante días. Los residentes de Al Waer recuerdan que las filas para comprar pan eran tan largas que la gente se peleaba para poder conseguir la cantidad necesaria para alimentar a sus familias. En la retorcida economía de un lugar sitiado, el precio de la leche era tan exorbitante que comenzaron a llegar niños con desnutrición al hospital de caridad, Al Birr, que apenas funcionaba. Los suministros médicos eran tan escasos que un enfermero de Al Birr comenzó a racionar los insumos básicos, como la cinta adhesiva y las tijeras para cortar las gasas.

En las semanas más duras, el personal ayudaba a las mujeres a dar a luz en el sótano, el lugar más seguro contra los ataques aéreos. Usaban sus teléfonos como lámparas, con el fin de reservar el generador para procedimientos más complicados.

El sitio terminó con un duro acuerdo ofrecido a los sobrevivientes, incluyendo a quienes peleaban contra el gobierno: rendirse al control gubernamental o subir a autobuses del gobierno hacia un enclave de los rebeldes al norte. Decenas de miles de personas abordaron los camiones, y llegaron a zonas cerca de la frontera con Turquía, donde resultó que las condiciones a veces eran peores.

Un informe reciente de Amnistía Internacional describió esta situación  como un “desplazamiento forzado” y señaló que violaba las leyes internacionales. El grupo dijo que cualquier apoyo para la reconstrucción debería asegurar que los civiles pudieran regresar voluntariamente a sus hogares “con seguridad y dignidad”.

Conocí a una viuda, madre de tres hijos, que se quedó allí todo el tiempo que duró el sitio. En cuanto lo levantaron, sin embargo, su hijo de 21 años se fue a un pueblo en poder de la oposición cerca de la frontera con Turquía. Temía que lo arrestaran si se quedaba, dijo.



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