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Líbano intenta despegar, lastrado por las presiones regionales


2017-12-29

 

Kathy Seleme

Beirut, 29 dic (EFE).- El Líbano ha logrado superar su penúltima crisis política, provocada por la dimisión del primer ministro, Saad Hariri, que acabó retractándose de su decisión, pero continúa lastrado por las presiones de las potencias regionales que intentan influir en el pequeño estado árabe a través de sus aliados locales.

Hariri dimitió el pasado 4 de noviembre cuando se encontraba de viaje en Arabia Saudí, sorprendiendo a sus socios y rivales, aunque un mes y un día después revocó esa decisión por petición del presidente libanés, Michel Aoun, con quien a finales de 2016 había cerrado un pacto "in extremis", para poner fin a más de dos años de parálisis institucional.

En su discurso de dimisión desde Riad, Hariri criticó las injerencias de Irán en la política libanesa y el papel de Hizbulá, principal socio de Teherán en el Líbano.

Asimismo, adujo la existencia de una supuesta amenaza contra su vida.

Sin embargo, Aoun se negó a aceptar su renuncia e incluso acusó a Arabia Saudí de mantener "detenido" a Hariri, un extremo que han negado tanto el primer ministro como Riad, principal socio regional de Hariri y su partido, Corriente de Futuro.

La intervención del presidente francés, Emmanuel Macron, invitando a Hariri a Francia, permitió el desbloqueo de la situación y el posterior regreso del jefe del Gobierno libanés a su país, donde primero anunció que suspendía su decisión anterior y, luego que renunciaba definitivamente a dimitir.

Tras el cambio de postura de Hariri, las fuerzas políticas que integran el Gobierno de coalición, incluido Hizbulá, se comprometieron a disociarse de los conflictos regionales, aunque esto no haya significado, al menos de momento, la retirada de las milicias del grupo chií de Siria, donde combaten hombro con hombro con el régimen del presidente Bashar al Asad.

El país también ha logrado librarse este año de parte del pesado lastre que supone la presencia en zonas del país de los yihadistas del Frente de la Conquista del Levante (exaliado de Al Qaeda) y del grupo Estado Islámico.

Entre julio y agosto, fueron expulsados de la región de Arsal gracias a la intervención de las milicias de Hizbulá, y de las zonas de Ras Baalbek y Qaa por el ejército libanés.

Estos avances en los terrenos político y de seguridad son vistos por muchos como una oportunidad para avanzar hacia una mayor estabilidad del Gobierno y para acometer importantes reformas económicas que podrían solidificar un poco el terreno siempre movedizo de la plaza política libanesa.

Entre estas reformas destaca la ley sobre explotación de yacimientos, que podría favorecer la prospección de hidrocarburos en aguas territoriales y la elaboración de un cambio en el rudimentario sistema eléctrico del Líbano, que no ha sido renovado desde la guerra civil (1975-1990) y que continúa sufriendo recurrentes cortes de la corriente.

Sin embargo, otros problemas importantes que afronta el Líbano y cuyo horizonte aún no se vislumbra, es la presencia de más de un millón de refugiados en el país o el desarme de las milicias de Hizbulá, para dejar el monopolio de las armas en manos del Ejército nacional.

Los analistas consideran que este paso depende en gran medida de Irán y de su lucha con Arabia Saudí por el liderazgo de la región.

Mientras Teherán mantiene su influencia sobre Hizbulá, el régimen sirio, el Gobierno iraquí y los rebeldes hutíes del Yemen, Riad hace lo propio con el partido Corriente del Futuro de Hariri, los rebeldes sirios y el gobierno de Abdo Rabu Mansur Hadi en Yemen.

El director de la ONG SKEyes, Ayman Mhanna, también denunció a Efe que, desde la llegada de Aoun al poder a finales de 2016, la libertad de expresión ha sufrido un gran retroceso en el país de los cedros

"Se emprenden acciones judiciales contra los que critican a los ministros en las redes sociales, y una decena de periodistas e intelectuales han sido detenidos, aunque solo quede en prisión uno de ellos", subrayó el activista.

Una presión que, según Mhanna, es palpable en la autocensura de la prensa, por la intervención de los servicios de inteligencia del Ejército, o en la censura de películas, por las presiones de los grupos religiosos. 



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