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La hora de las reformas en Irán


2018-01-08

BEATRIZ BECERRA | El Mundo


Es un lugar común que la política exterior es compleja. Cuando se simplifica en exceso, el resultado puede ser catastrófico. A veces se ve como un juego de gigantes contra enanos, pero lo cierto es que las grandes potencias no lo pueden todo y que toda acción tiene un coste, a veces un coste de oportunidad. La tentación de verlo todo en términos de principios puede provocar parálisis o decisiones equivocadas. Ignorar los intereses propios y los de los demás es algo que no pueden permitirse cancilleres y gobernantes. El problema viene cuando se cae en el cinismo, cuando los principios se dejan completamente de lado.

El acuerdo nuclear con Irán impulsado por la anterior Administración norteamericana eliminó (o aplazó por mucho tiempo) una grave amenaza global. Es difícil estar en contra de una iniciativa que evitó que una teocracia se hiciera con la bomba atómica. Y es inevitable desear que algo similar hubiera ocurrido con la dictadura de Corea del Norte, en un momento en que Trump y Kim-Jong-un se han enzarzado en una preocupante escalada verbal con el lenguaje de dos adolescentes pasados de hormonas.

Sin embargo, el acuerdo tuvo alguna consecuencia menos benigna. Comenzaron a "normalizarse" las relaciones con un país que, a día de hoy, sigue financiando abiertamente a organizaciones terroristas, fuertemente belicista, que está entre los países que más aplica la pena de muerte (3,000 ejecutados sólo bajo el Gobierno del moderado Hasan Rohani) y que niega los derechos más básicos a mujeres y homosexuales. Además, el régimen de los mulás se ha mostrado incapaz de ofrecer a los iraníes unas mínimas perspectivas de prosperidad, lo que parece haber motivado la oleada de protestas que ahora vive el país.

Al poco de la firma del acuerdo nuclear se organizaron viajes de negocios con apoyo oficial, y la alta representante de la UE, Federica Mogherini, acudió a la toma de posesión de Rohani tras ser reelegido en unas elecciones que no cuentan con las suficientes garantías y que están dirigidas desde el poder. No pude evitar la sensación de que había sido una buena jugada de Teherán: renunció al poder nuclear, pero las ganancias en términos de imagen y de negocios fueron cuantiosas. Rohani, sin duda un político hábil, utiliza bien su imagen de paloma frente a los halcones tipo Ahmadineyad. El mensaje implícito en todo lo que hace es: "puede que yo no os guste, pero menos os gustarán mis rivales". Mientras tanto, se aplazan las prometidas reformas, se continúa con las ejecuciones, se vulneran los derechos humanos.

Con unos días de retraso, Mogherini ha emitido un comunicado en el que recuerda el compromiso europeo con la libertad de expresión y con los derechos humanos, reclamando el fin de la violenta represión de las protestas que ya ha dejado decenas de muertos. Bien está, aunque no creo que sea suficiente. Los derechos humanos no se defienden sólo retóricamente, es imprescindible tenerlos presentes siempre en las relaciones con los países que los vulneran.

A pesar de las largas décadas de régimen islámico, la sociedad civil iraní sigue viva, como ya demostró en 2009. Es un pueblo joven, vibrante, y en absoluto corrompido por el fanatismo de sus tiranos. Reclaman un futuro de prosperidad y libertad, y sin duda esperan de las democracias occidentales el apoyo que merecen. La Unión Europea no puede negárselo sin comprometer los valores en los que se apoya, sin comprometer su propia naturaleza.

Si Rohani de verdad es un aperturista debería irlo demostrando, y Europa debería presionar para que se produzcan avances de verdad. Hay que actuar con inteligencia para compaginar la estabilidad y la paz con la democratización de la región. No debemos verlos como objetivos contradictorios: las democracias no van a la guerra, sino que resuelven sus conflictos en foros internacionales o a través del diálogo. Un Irán democrático, o al menos más abierto, sería una oportunidad para todos. Que la prudencia no sea una excusa para el inmovilismo.

Beatriz Becerra es vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos en el Parlamento Europeo y eurodiputada del Grupo de la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE) 


 



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