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La montaña rusa emocional que viven los dreamers


2018-01-13

Vivian Yee, Caitlin Dickerson y Sheryl Gay Stolberg, The Nerw York Times

En medio de la angustia y las plegarias, con una cuenta regresiva siempre presente en la cabeza y el teléfono de sus abogados migratorios a la mano, cientos de miles de jóvenes inmigrantes pasaron todo el otoño y el invierno observando y analizando lo que hacían el presidente Donald Trump y los líderes del congreso mientras negociaban su destino. Cada noticia, por más ínfima que fuera, se convertía en un presagio martirizante.

“Es como ver una telenovela: cada día es distinto”, dijo Francis Madi, una joven de 28 años que llegó de Venezuela a Estados Unidos en 2003 y ahora vive en Long Island, Nueva York. “Estamos en la parte estresante, cuando nos mordemos las uñas y nos preguntamos qué le depara el futuro a la protagonista”.

Solo que en este caso la protagonista es ella

Las vidas de los jóvenes migrantes conocidos como dreamers, quizá más que las de cualquier otro grupo en Estados Unidos, han sido afectadas y moldeadas de manera directa por los abruptos cambios en Washington.

En los cuatro meses transcurridos desde que el gobierno de Trump anunciara que pondría fin al programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA por su sigla en inglés), que protege a 800,000 jóvenes inmigrantes que fueron llevados al país ilegalmente cuando eran menores de edad, los tejemanejes de Washington se han sentido como un asunto particularmente personal. Mientras el congreso parece estar inmerso en un concurso de quién aguanta más sin pestañear respecto de cómo sería un programa que remplace a DACA, los beneficiarios de este ya han empezado a perder sus protecciones, quedando expuestos a la deportación.

El 9 de enero hubo atisbos de un acuerdo bipartidista. Y un poco más tarde, ese mismo martes, Trump dijo que estaba dispuesto a abrir nuevamente todo el debate sobre una reforma migratoria. Un poco después, la noche de ese mismo martes, surgió un sorpresivo fallo de una corte federal en California que amenazaba con enturbiar las aguas una vez más. Para el miércoles por la mañana ya era difícil saber cómo sentirse.

Hafsa Mamun, de 18 años, dedica por lo menos media hora cada noche, cuando sale de clases en el Hunter College de Manhattan, a revisar cualquier noticia de Washington sobre materia migratoria. Su estatus DACA vence en 2019 y dice que no ha hecho planes para después de eso porque la situación sigue siendo muy incierta.

“Es estar en el borde del precipicio todo el tiempo”, dijo. “Un día tienes la esperanza de que las cosas avancen y luego sale otro obstáculo”.

Aún así, esta semana sí hubo atisbos de que hay pasos hacia un acuerdo, aunque parece imposible predecir qué tanto avanzaron esos pasos entre la marea de señales confusas que ha dado Trump.

Pero los republicanos todavía siguen presionando para vincular los beneficios de los dreamers a restricciones a la inmigración legal en temas como patrocinar a miembros de familias, la seguridad fronteriza y otras prioridades conservadoras que los demócratas y los defensores de los migrantes han desaprobado.

“Nos están usando como moneda de cambio”, dijo Rafael Robles, de 26 años, beneficiario de DACA en Chicago y propietario de una empresa de desarrollo de arquitectura, diseño y bienes raíces. “No estoy abogando por un Dream Act a costa de todos los demás”.

Uno de los giros más recientes en este conflicto fue el fallo de un juez federal en San Francisco, que dictaminó que el gobierno de Trump había revocado DACA de manera incorrecta y ordenó su restablecimiento hasta que se determinen las acciones legales en contra del desmantelamiento del programa. Aunque los defensores de los migrantes vieron la decisión con buenos ojos, advirtieron que seguramente será impugnada, si no es que anulada, y que un mandato judicial no podía remplazar una legislación del congreso.

Aún así, Hellosa Silva, un estudiante del último año de preparatoria que llegó a Massachussetts desde Brasil cuando era una bebé, celebró después de despertarse por una alerta en su celular con la noticia que sobre la sentencia del juez.

“La leí y me emocioné mucho”, dijo.

Ramiro Luna no estaba seguro de cómo sentirse. Seguía en su trabajo en Dallas cuando vio la noticia en Facebook, pero ello no alivió la tensión que siente cada vez que piensa en su condición como DACA, lo que hace cada vez que echa un vistazo a la cuenta regresiva en su iPhone que le dice cuántos días le quedan antes de que expire su estatus.

El miércoles 10 de enero ese conteo marcaba 280 días.

“Cada día me siento como si solo me quedara un día en el que pudiera considerarme seguro aquí”, dijo Luna. El migrante de 33 años llegó de México a Estados Unidos con su padre cuando tenía 7. Ahora estudia psicología en la Universidad del Norte de Texas, en Dallas, y trabaja como director de campaña de la representante estatal Victoria Neave, que es demócrata.

Luna comentó que se había acostumbrado a vivir en el caos y la incertidumbre. Para empezar, podría perder su permiso de trabajo antes de que sean las elecciones de la campaña en la que estaba trabajando.

El DACA les ha permitido a sus beneficiarios obtener empleos y licencias para conducir, ir a la universidad y abrir fondos de jubilación. Todas esas oportunidades ahora están en riesgo.

“Estamos a merced del gobierno. Estamos a merced de las sentencias de los tribunales”, dijo Luna. “En este momento ya estoy pensando en qué tipo de trabajo informal podré hacer sin papeles para subsistir”.

Por más que vayan a tocar puertas para exponer su caso, llamen a los miembros del congreso o promuevan campañas en las redes sociales para influir en el proceso que se desarrolla frente a millones, en la televisión y en los medios, la decisión sigue estando en manos de las inclinaciones de unos cuantos.

Más de cien beneficiarios de DACA se han dado cita en el Capitolio en Washington durante la última semana para relatar sus historias a los legisladores en un esfuerzo urgente para persuadirlos de convertir el programa en ley, sobre todo ahora que el tema, según activistas, puede ser aprovechado por los demócratas si amenazan con retirar su apoyo a una medida presupuestaria que necesitaría ser aprobada antes del 19 de enero.

Uno de los dreamers que acudieron a Washington fue Héctor Rivera Suárez, de 20 años, presidente del consejo estudiantil de Guilford College, en Greensboro, Carolina del Norte. Su estatus como DACA expira el 21 de enero.

“Ahora siento que ya no tengo el control sobre mi propio futuro”, manifestó. “Tenía muchos planes, pero ahora dependen de que alguien más tome esas decisiones por mí”.



JMRS


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