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La forma del plagio


2018-02-26

Jorge F. Hernández, El País

La forma del agua (The Shape of Water) dirigida por Guillermo del Toro es una hermosa fábula fantástica que no sólo merece los premios ya ganados y las justificadas nominaciones para los reconocimientos por venir, sino que se quedará en la memoria de quien la vea como una joya intemporal del arte cinematográfico. Quienes conocen la trayectoria artística del director mexicano confirmarán que la película que ahora lo consagra reúne casi todos los ingredientes que le obsesionan como lector, como cinéfilo, como cineasta e incluso, como dibujante (cuya libreta de apuntes goza de un merecido cameo en la maravilla que ahora nos ocupa)… pero, sucede que esta nueva obra maestra de Del Toro ha sido atacada con acusaciones de plagio que aquí intento refutar.

En primer lugar, vivimos ya una negra época en que basta sembrar la sospecha de plagio, abuso sexual o insinuación de machismo, sexismo u otros ismos para que empiece a rodar la pelota de las opiniones infundadas, de la verborrea que da por hecho incluso los hechos que aún no han sido probadamente consumados y la saliva irascible que no precisa comprobaciones. Esto nada tiene que ver con las acusaciones justificadas, las revelaciones con inapelables evidencias y la detallada relatoría que justificadamente nos ayudan a poner en su lugar o incluso ejercer justicia ante tanto pedófilo de sotana intocable, tanto fango laboral donde la pirámide se escala entre sabanas y tanto plagiario impune.

La primera cachetada contra La forma del agua vino de oídas y del boca en boca que se esparció con la acostumbrada velocidad de los chismes. Un muy bien producido cortometraje holandés, titulado The Space Between Us (El espacio entre nosotros) cobró ancha y amplia popularidad en YouTube con la infundada coincidencia de que mostraba curiosos elementos paralelos a la escenografía y trama de La forma del agua de Guillermo del Toro, pero repito: se trata de infundadas coincidencias y así se demostró el día en que el propio director mexicano se reunió con los realizadores del film de Flandes y con estudiantes holandeses de cinematografía y en amable tertulia terminaron por reconocer que muchos de los elementos, dibujos e inspiraciones que alimentan el gran arte de Del Toro a lo largo de todas sus anteriores películas sirvieron de caldo de cultivo para el corto holandés y no al revés, como pretendían insuflar el cotarro los fabricantes de tanta paparrucha o Fake News en este nuevo mundo que nos inunda. La Academia Holandesa de Artes Cinematográficas publicó un documento donde declara oficialmente que a pesar de que –efectivamente—hay vasos comunicantes y elementos homónimos que emparentan a la gran obra del Del Toro con el encomiable cortometraje holandés, de ninguna manera se trata de plagio y punto.

Dicho lo anterior, es preciso aclarar que la supuesta polémica en la que ahora han querido mancillar la obra de Guillermo del Toro no tiene nada que ver con los sonados plagios en tinta que tanto daño han hecho a la cultura hispanoamericana en años recientes. Aquí no se trata de la descarada treta sinvergüenza que hundió las ínfulas groseras de Alfredo Bryce Echenique cuando aceptó un jugoso premio literario en Guadalajara, que no supo agradecer ni de lejos, pues no asistió a la entrega y cuyo monto en metálico sirvió para aliviarle los muchos gastos en los que había incurrido por probados y penosos plagios en otras latitudes; tampoco se trata de las ya muy sabidas tretas de autores dizque famosos por tantas ventas, que cíclicamente terminan por resolver sus demandas de plagio fuera de los juzgados y en lo oscurito. De lo que hablamos ahora es de la curiosa coincidencia de acusar de plagio a Guillermo del Toro, una vez que su película ha ido cosechando los merecidos reconocimientos mundiales que le pavimentan su merecida consagración en los próximos Premios de la Academia en Hollywood.

Una vez más, creo que el tema de fondo es precisamente al revés: el hijo de un talentoso dramaturgo –fallecido en 2003—dice haber recibido no pocos correos electrónicos y llamadas telefónicas de amigos y conocidos que aseguraban haber confirmado incuestionables coincidencias, simetrías y paralelos entre La forma del agua y una vieja obra de teatro de su padre, Paul Zindel, titulada Let Me Hear You Whisper (Déjame oírte murmurar) y cuya puesta en escena (tanto en las tablas como en la televisión pública neoyorquina en 1969) confirman el alto oficio del dramaturgo Zindel, que llegó a obtener un prestigioso Premio Pulitzer por otra de sus obras de teatro.

La lectura de los tres actos –con nueve escenas—de la obra de teatro Let Me hear You Whisper puede realizarse en menos de media hora y sí, efectivamente, hay paralelos que podrían llamarse idénticos entre dos o tres personajes de la obra teatral y la película de Del Toro, pero no creo que basten para justificar el alarde de clamar plagio alguno: ambas obras (así como el corto holandés) llevan como protagonista principal a una mujer que hace limpieza en un laboratorio paramilitar donde se experimenta con vida submarina; en la obra de teatro se trata de un delfín (y a nadie se le ocurrió acusar a Paul Zindel de haberse plagiado la trama de The Day of the Dolphin (El día del delfín) donde el clásico científico loco juega con la idea de que la clara inteligencia de un sonriente mamífero marino ha de salvar a la humanidad el día en que podamos comunicarnos con ellos para que nos guíen en tormentas, nos indiquen dónde conseguir mejores lugares para pescar y demás secretos del insondable misterio que aún le queda por conquistar a la humanidad.

Que en la obra de teatro de Zindel aparece un humanoide con escamas y que en la película de Del Toro nos hipnotiza un pez-humano que le brilla la piel como mágico boquerón no supone que nadie se rasgue las vestiduras y clame que se ha violado la integridad estética del Monstruo de la Laguna Verde que horrorizaba a los cinéfilos en las pantallas de blanco y negro hace más de medio siglo; que en la obra de Zindel le cantan al delfín de probeta una vieja cancioncilla del vodevil norteamericano para ver si puede repetir palabras como perico no es insinuación válida como para pisotear el hermoso soundtrack (y otros guiños de cinema clásico) que bordó Del Toro para contextualizar su más reciente obra maestra; que los cuentos de hadas donde las doncellas se dedican a la limpieza dependan de los avatares de las escobas y los trapos enjabonados no significa que alguien evoque plagio cada vez que se narre un diálogo durante la procuración de la higiene en cualquier letrina.

Pocos lectores saben que el inmenso poeta Octavio Paz, también fino y minucioso ensayista, es autor de una canción que grabó Jorge Negrete para una de sus películas y que Paz cuajó también un cuento perfecto, “Mi vida con la ola” que él mismo gustaba catalogar como “poema en prosa” aunque yo sigo necio considerándolo un cuentazo. Pues bien, en alguna descabellada tertulia hubo alguien de cuyo nombre no quiero acordarme que insinuó que el cuento “Chac Mool” de Carlos Fuentes era una transliteración cuasi plagio de “Mi vida con la ola”, pues mientras el poeta se ocupa por narrar la enrevesada historia de un hombre que se enamora de una ola en la playa y decide llevársela a su casa en la ciudad, el novelista se ocupaba de un burócrata mexicano que se llevaba la escultura de un dios maya, también como souvenir viviente a guardarse en el sótano de su casa en la gran ciudad de México. Lo que no entendía el interfecto que lanzaba la absurda acusación es el daño que este tipo de babosadas pueden causar no sólo porque se trata de opiniones sin fundamento o corazonadas al vuelo (absolutamente justificadas) pero nocivas en tanto los oyentes no lean o confirmen la vacuidad de la ocurrencia.

Vivimos tiempos en que faltan milímetros para que algún amargado quiera empañar el genio de Del Toro inventándose que el dios marino que protagoniza

La forma del agua trae prestado el traje de Ultraman, o es metáfora de Mi vida con la Ola, de Octavio Paz, o es una erótica salamandra idéntica a Chac Mool y por ende, homenaje a Carlos Fuentes y estamos una vez más en la enredada encrucijada en que se critica o demeritan los triunfos de los grandes cineastas mexicanos lanzando al debate ya cansino de que en realidad se trata de directores cinematográficos mexicanos o nacidos en México, pero que en realidad hacen cine norteamericano, hollywoodense, europeo o universal como si de veras negaran la equis de México que llevan orgullosamente en sus frentes. Al final, la más reciente película de Guillermo del Toro es una hermosa historia de amor, una bocanada de aire en burbujas en medio de un revuelto mar de mentiras y desgracias; es una fábula fantástica de los monstruos que terminarán por salvarnos de nosotros mismos, que nos permiten hablar en silencio y trascender más allá de las formas convencionales, porque el poema que se murmura incluso en el abismo boga como un milagro que flota aunque lo quieran hundir y vuela entre nubes incluso en la más profunda oscuridad del mar.


 



regina


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