Formato de impresión


Bachelet nos dejó un Chile mejor, aunque no más rico 


2018-03-14

Patricio Fernández, The New York Times

SANTIAGO — Michelle Bachelet no entrega un país en crisis ni nada por el estilo. Incluso quienes intentaron crear esa sensación, tranquilizados por el triunfo de Sebastián Piñera, ya parecen dispuestos a reconocer que exageraban. Entrega un país incierto, más moderno, en plena evolución, difícil de aprehender y conducir, pero en calma.

Si el gobierno anterior terminó con una ciudadanía movilizada y un cúmulo de demandas sociales y en pos de mayor democracia, el de Bachelet concluye sin manifestaciones callejeras ni alteraciones populares de ningún tipo. Las quejas en su contra fueron encabezadas fundamentalmente por la elite y la tecnocracia. Siempre rondaron el mismo tema: el bajo crecimiento económico. Según decían, responsables de esto eran su plan de reformas y la incertidumbre que provocaba el fantasma de una nueva constitución. También la situación de la economía mundial y el precio del cobre, aunque menos.

No fue, en todo caso, en torno a los grandes ejes que se planteó Bachelet para su gobierno en donde consiguió sus logros más memorables.

Su reforma educacional concluyó con los quintiles más pobres beneficiados por la gratuidad, pero son muchas las aristas de empeño que no llegaron a buen puerto. La educación pública salió debilitada frente a la particular subvencionada y las universidades que accedieron al modelo de financiamiento estatal vieron afectadas sus posibilidades de investigación y desarrollo por falta de recursos. La pregunta sobre qué es una buena educación, en qué deben consistir los esfuerzos al interior del aula, hacia dónde debe apuntar el esfuerzo público a la hora de educar, nunca fue planteada con seriedad. No obstante, la idea de que la educación no es un bien de mercado quedó marcada a fuego. El gobierno de Sebastián Piñera difícilmente podrá contradecirla. Es más, ya hablan de la necesidad de expandir la gratuidad ahora a los centros de formación técnica.

La reforma tributaria, otro de los pilares del “proyecto Bachelet”, ha sido unánimemente criticada como desprolija e ineficiente. Será tarea de Piñera perfeccionarla, lo que no necesariamente significará bajar las tasas de recaudación que establecieron sus antecesores.

Finalmente, tampoco llegará a puerto su promesa de una nueva constitución. Cuesta imaginar que un proyecto que presentaron a días del cambio de mando sea considerado cabalmente. A la derecha la idea le parece innecesaria, y los partidos de la ahora oposición han ridiculizado la propuesta. Desde que se produjeron los diálogos ciudadanos en adelante, el proceso constituyente fue descuidado y perdió toda prioridad. Esta constitución entregada para ser discutida en el parlamento salió volando como una paloma del sombrero de un mago, y vaya uno a saber si la volveremos a ver.

Los mayores aciertos del gobierno de Michelle Bachelet se dieron en el camino, fuera de los planes. No se llegó a una nueva constitución, pero quedó asentada la importancia de la participación ciudadana. Más allá de establecer cuál es el mejor modo de confeccionar una carta fundamental, ya no es posible hacerlo entre cuatro paredes. Quienes, como yo, conocimos esos Encuentros Locales Autoconvocados en los que participaron más de 200,000 personas para discutir la constitución, lamentamos que esa historia no desembocara en el resultado deseado, pero también sabemos que se trató de un empeño bien intencionado y tendiente a respetar la dignidad y madurez cívica de los chilenos.

Quizás en eso radique lo más encomiable de la administración Bachelet: afianzó un cambio cultural en curso en lugar de combatirlo. No lo entendió bien en lo referente a la energía productiva y económica que reina en Chile —sin duda el país latinoamericano donde el capitalismo ha penetrado más íntimamente en la población—, y por eso ganó Piñera, pero sí en lo que concierne al respeto por las libertades individuales y la diversidad. El derecho al aborto en las tres causales, el impulso al matrimonio igualitario y las políticas de género. Sus discursos tendieron siempre a acoger la inmigración sin descalificar a nadie por su lugar de procedencia o color de piel. Habrá que ver cómo ordena Piñera esta nueva realidad de país heterogéneo sin dar cabida a sentimientos xenófobos, fáciles de encontrar entre algunos sectores de la derecha.

Finalmente, Bachelet consolidó la defensa del medioambiente como bien superior y, en lo que debiera ser recordado como uno de sus grandes progresos, transformó la matriz energética chilena, volviéndola más barata, limpia y sustentable.

En lo que duró su gestión, el país creció lentamente (1,9 por ciento en promedio), pero de algún modo asentó las bases mínimas sobre las que el crecimiento futuro debiera generarse. Chile no se hizo más rico durante el gobierno de Bachelet. Esa es la tarea que Piñera se ha propuesto. Pero sí se volvió un mejor país.



yoselin


� Copyright ElPeriodicodeMexico.com