Formato de impresión


La encrucijada brasileña


2018-04-13

Carlos Malamud | EFE

El fallo del Supremo Tribunal Federal que rechazó el pedido de habeas corpus solicitado por la defensa del ex presidente Lula da Silva abrió las puertas para su encarcelamiento. Más allá de saber si esta medida judicial se revisará o será definitiva, Brasil ha ingresado en una coyuntura marcada por la incertidumbre y la imprevisibilidad.

De hecho, los mercados, tanto el bursátil como el de divisas, han reaccionado espasmódicamente. Si en condiciones normales una decisión de este tipo es de extrema gravedad, con unas elecciones presidenciales y parlamentarias a la vista la misma puede condicionar el futuro político del país.

Un elemento que afecta el desarrollo del proceso electoral es el victimismo con que el Partido de los Trabajadores (PT), al cual pertenecen Lula y Dilma Rousseff, vive los acontecimientos precipitados tras el “impeachment” que apartó a esta última del poder. En unas recientes declaraciones en Madrid, Rousseff sostuvo que lo ocurrido recientemente con Lula era parte del mismo golpe parlamentario y mediático que la había derrocado.

Al centrarse en su propia experiencia, Lula, Rousseff y el PT pierden la perspectiva no solo de lo que ocurre en Brasil, sino también en el resto de América Latina e incluso más allá. El umbral de tolerancia social con la corrupción ha disminuido por doquier como muestran los ex presidentes, vicepresidentes o ministros amenazados de cárcel, o ya entre rejas.

En Brasil no es únicamente Lula el perseguido, ya que están en prisión más de 60 personas condenadas por actos corruptos, entre empresarios y dirigentes de los partidos políticos más variados.

Los efectos nocivos del caso Odebrecht se han derramado como una mancha de aceite por los países de la región, donde resulta bastante raro que la trama de compra de voluntades a cambio de suculentos contratos no haya afectado a su clase política. Prácticamente el único que se salva es Venezuela y no porque allí la corrupción no existiera, más bien ocurre todo lo contrario, sino porque el presidente Maduro ha hecho lo decible y lo indecible para que el caso no le estalle entre las manos.

El autismo político del PT le permite hablar de una cacería contra Lula. Destaca el argumento de que no se puede enviar a la cárcel a un condenado en segunda instancia cuando aún están pendientes recursos ante tribunales superiores. Se olvida que la jurisprudencia al respecto de la justicia brasileña tiene como principal objetivo evitar la impunidad de los corruptos más poderosos, generalmente personajes de cuantiosos recursos que pueden activar medidas procesales dilatorias para eludir su encarcelamiento y, en última instancia, forzar la prescripción de sus delitos.

De prosperar el recurso de constitucionalidad elevado por la defensa de Lula se dotaría de un pasaporte de inviolabilidad a numerosos implicados en el Lava Jato y otros esquemas de corrupción, comenzando por el presidente Michel Temer.

Si bien Lula tiene prácticamente cerrado su camino a ser candidato, los dirigentes del PT insisten en proseguir por esta senda como si no hubiera mecanismos alternativos que les permitieran defender exitosamente sus posiciones.

Entre otras cuestiones se aferran al hecho de que es el presidenciable mejor valorado por las encuestas, casi un 35% de aprobación, como si fuera una carta de presentación suficiente para eliminar sus responsabilidades judiciales. El favor popular no debería servir para amnistiar los delitos cometidos (ni a Lula ni a nadie), y más si se considera el elevado rechazo social que suscita un político que prácticamente no deja a nadie indiferente.

La “luladependencia” del PT no se explica solo por la popularidad de su caudillo carismático. También hay que tener en cuenta que él, como tantos otros dirigentes populares, se ha tomado demasiado trabajo en cerrar el paso a posibles y potenciales sucesores. Por eso, no fue casual la elección en su día de una burócrata eficiente pero carente de cintura política para relevarlo al frente del país.

De ahí la necesidad del PT de emprender una profunda renovación programática y de su dirigencia si quiere volver a tener el lugar central que un día ocupó a la hora de garantizar la gobernabilidad de Brasil. Sin embargo, no será mediante atajos teñidos de radicalismo, tal como viene ocurriendo desde la ruptura de la coalición multicolor y multiideológica que los llevó al poder, como recuperarán la centralidad perdida.

La ley de “ficha limpia”, que impide a los corruptos presentarse como candidatos a las elecciones, fue impulsada por Lula, quien quiere sortearla ahora para mantener abiertas sus opciones políticas. El argumento es que las pruebas que han servido para condenarlo por el caso del tríplex de Guarujá no son concluyentes. Se olvidan los otros procesos en marcha, así como su responsabilidad tanto en el esquema de corrupción del mensalão como a la hora de extender el cáncer Odebrecht por toda América Latina.

¿Qué ocurrirá con la elección si Lula desaparece del panorama electoral? ¿Cómo reaccionará el electorado, especialmente sus partidarios, si debe permanecer en prisión?

Las elecciones municipales de octubre de 2016 supusieron un duro golpe para las aspiraciones territoriales del PT. Habrá que ver si esta tendencia se mantiene o gracias al martirologio de Lula hay una recuperación del apoyo popular, algo difícil con potenciales candidatos alternativos tan poco carismáticos como el exministro y exalcalde paulista Fernando Haddad.

En este escenario sin Lula, ¿qué opciones tendría el ultraderechista Jair Bolsonaro que marcha segundo en las encuestas? Todo indica que escasas. En primer lugar, porque pese al apoyo del 16 % de los brasileños su rechazo es amplio y sus posturas ideológicas, centradas en una agenda “valórica” (no al matrimonio igualitario, no al aborto y no a lo que denomina “ideología de género”) y su apuesta por la mano dura en el combate al crimen organizado no son compartidas por una gran mayoría social.

Más importante aún: falta conocer la identidad de buena parte de los candidatos. Todavía no se sabe si Geraldo Alckmin encabezará las listas del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), de centro izquierda, o si el recientemente renunciado ministro de Hacienda Henrique Meirelles, del centroderechista Movimiento de la Democracia Brasileña (MDB), el partido del presidente Temer, tomará las banderas del oficialismo.

Teniendo en cuenta que la elección es a dos vuelta, hay diversos factores a considerar, como la formación de posibles alianzas, el tiempo de televisión del que dispondrán los candidatos, clave para medir el éxito potencial de sus campañas, y el rechazo que generan en el electorado.

Incluso habrá que ver lo que ocurre en cuestiones esenciales como la corrupción, la demanda de mayor seguridad en las calles o la presión por un mayor crecimiento económico. De momento queda mucho tiempo por delante y resulta apresurado hacer pronósticos.



yoselin


� Copyright ElPeriodicodeMexico.com