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Los crímenes reales de Jorge Volpi y Carlos Busqued


2018-04-23

Jorge Carrión

 

Jorge Volpi, escritor mexicano ganador del Premio Alfaguara 2018 con "Una novela criminal" Fran Del Olmo/European Pressphoto Agency

Una novela de terror: así podría haber titulado Jorge Volpi su primera y ambiciosa crónica extensa, Una novela criminal, que ha merecido el último premio Alfaguara. Porque aunque la investigación que lleva a cabo se inserte en el género del “crimen real”, lo que se revela es un país, México, que da muchísimo miedo.

Es muy probable que la francesa Florence Cassez y el mexicano Israel Vallarta jamás participaran en los secuestros por los que fueron encarcelados; en cambio no hay duda de las torturas extremas y los falsos testimonios perpetrados por diversas instituciones policiales. En este libro los crímenes son cometidos por la policía.

Una policía que apoyó con su infamia sistemática la política de Estado del presidente Felipe Calderón, que necesitaba una banda como la del Zodíaco, y secuestradores como la pareja protagonista, aunque todo fuera una ficción, un montaje, para justificar su guerra contra el narco y el consiguiente endurecimiento legislativo.

Mientras que Volpi —un insider en la política y la diplomacia de alto nivel— asciende de la historia concreta a la política exterior, dibujando no solo la trama sentimental, policial, carcelaria y judicial, sino también la complicada crisis que provocó entre los gobiernos de Calderón y de Sarkozy; Carlos Busqued —un outsider que sobrevive en Buenos Aires— se concentra en Magnetizado en una única voz. La de Ricardo Melogno, quien en 1982 asesinó a cuatro taxistas y se encuentra en la cárcel desde entonces.

Hay momentos en que se radiografía la sociedad argentina y su sistema penal (como cuando se relata que los carceleros y las autoridades, según qué droga llega, deciden cerrar las puertas y dejar que los presos se maten entre ellos, antes que actuar cuando explota la violencia), pero el foco se mantiene fiel a esa personalidad desequilibrada desde la primera página hasta la última.

El collage de titulares de diario que se reproduce en las primeras páginas no es solo un eco del recurso que el autor argentino utilizó en su primera y celebrada novela, Bajo este sol tremendo (aquel calamar gigante documental en un marco de ficción), sino que también actúa como resumen en clave del libro. Porque se trata, en efecto, de un collage narrativo, de un sofisticado artefacto que organiza temática y cronológicamente el material de una serie de entrevistas que Busqued le realizó a su protagonista en prisión.

“El método de este proyecto: montaje literario. No preciso decir nada. Solo mostrar”, dice David Shields en Hambre de realidad, parafraseando a Walter Benjamin. Y después añade una afirmación polémica: “Parte de la mejor ficción actual se escribe en forma de no ficción”. Es posible que así sea en poéticas del yo como las de Emmanuel Carrère o Karl Ove Knausgard, pero muy inteligentemente los libros de Busqued y Volpi se desmarcan de esa tendencia, cada uno de una manera muy distinta.

Lo que menos importa en ellos es la obsesión de los autores —que se da por descontada en todo proyecto que importe— por los casos que investigan. Solamente así, sacrificando narrativamente el ego, Ricardo, Florence e Israel se materializan ante nuestros ojos en toda su otredad.

En Una novela criminal el yo es poco más que el hilo conductor que nos guía por una constelación de voces (las de los protagonistas, sus familiares, sus abogados, sus jueces, algunos periodistas y activistas y víctimas profesionales), y —en el clímax final— incluso el condecorado y oscuro policía Luis Cárdenas Palomino.

En Magnetizado, Busqued es casi invisible cuando formula preguntas y, en cambio, se ilumina cuando inserta en el libro una cronología o la entrevista a una psiquiatra. Es decir, cuando rompe (el subtítulo del volumen es “Una conversación con Ricardo Melogno”) las reglas que él mismo ha inventado.

Tal vez la pregunta esencial en la crónica no es si la objetividad es posible (saben que no tanto la física como el sentido común), sino cuánta dosis de subjetividad es necesaria para certificar una verdad altamente probable.

Por eso Busqued y Volpi aciertan al desvincularse de la tradición de A sangre fría de Truman Capote —que han reivindicado Carrère o Javier Cercas— para asumir sin citarlo al auténtico primer maestro de la novela sin ficción: Rodolfo Walsh.

Nueve años antes que el estadounidense, Walsh dejó claro en Operación masacre que la literatura periodística o documental parte del yo pero no regresa a él como un bumerán; que esa nueva literatura sigue las reglas del viejo periodismo.



Jamileth


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