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La crónica de un debate: descalificaciones, evasivas, propuestas recicladas...


2018-04-23

Santiago Igartúa, Proceso

 

Las calles aledañas al Palacio de Minería ya definían la jornada. Partido en dos, el ambiente en el primer debate presidencial se rompió horas antes de que iniciara.

Aún el sol como testigo, el fuego empezó con un largo operativo que se extendió largamente sobre el Eje Central Lázaro Cárdenas. Cada cruce de semáforos, contingentes de hombres y mujeres, distinguidos con moños rojos ceñidos a la ropa, imponían a conductores y paseantes miles de pancartas con tres variantes.

El rostro de Andrés Manuel López Obrador al centro de todas ellas, en tonos de rojo, anaranjado y negro, se leían con ira:

“Si México está dolido, contigo estará jodido”; “En tu gobierno a los trabajadores les quitabas el 10% del salario. ¡No se nos olvida!; AMLO, la CDMX ya decidió: te vas a la chingada”.

Ninguno de los manifestantes se acreditó como miembro de organización estructurada alguna. Simplemente decían ir de diferentes delegaciones. Simplemente decían ser anti-AMLO. No apoyaban a ningún otro candidato, a ningún partido. Decidieron no contar quién o con qué recursos se hicieron de las pancartas.

Cuando aparecía alguna figura asociada al tabasqueño, al cruce de Donceles y Eje Central, por donde ingresaban los invitados, la bañaban de insultos.

De a poco, a lo lejos se fue escuchando la reciclada respuesta:

“Es un honor, estar con Obrador”, se acercaba el eco hasta hacerse presencia.

Apostados en los lados opuestos de las aceras, los fanáticos dibujaron cartulinas con su líder en caricatura y sus leyendas:

“Morena. La esperanza de México”; “La paz es consecuencia de la justicia, no de un gobierno rapaz”.

Y cada insulto lo contrarrestaron con gritos de acusadores: “Acarreados”, replicaban en el intercambio de jueces y enjuiciados.

Mil 800 policías de la ciudad fueron testigos.

“Alfombra roja” del INE

Del otro lado de las vallas de seguridad, después de la gente, el orden lo dictaba el Estado Mayor Presidencial.

De inicio, el INE delimitó un paseíllo que llamó “alfombra roja” para el desfile de político. Ante las cámaras, relegados cientos de miembros de la prensa en dos grandes carpas a la puerta del Palacio, se vio a personajes como Diego Fernández de Cevallos, Rubén Moreira, Manuel Bartlett, Josefina Vázquez Mota, Tatiana Cloutier, dirigentes de los partidos, autoridades electorales, conductores de televisión improvisados como moderadores…

En punto de las 18:30, como lo exigía el protocolo, la primera en arribar fue la candidata sin partido Margarita Zavala. Decidió no presentarse junto al expresidente Felipe Calderón, su marido. Sería la única a la que se vio llegar sola.

Le siguió el abanderado priista José Antonio Meade de la mano de Juana Cuevas, su esposa, protagonista al inicio de su campaña.

Quince minutos después llegó el candidato de la alianza PAN-PRD-MC, Ricardo Anaya, junto a su mujer, Carolina Martínez, expuesta en la prensa, expuesta como estrategia en múltiples spots junto a los hijos de ambos y por la prensa por vivir en Texas.

Entonces un aspirante rompió las reglas: igual como llegó a la contienda, Jaime Rodríguez Calderón “El Bronco” ignoró las normas del INE y apareció fuera de tiempo y orden. Por sorteo, debía ser el último en llegar. Se adelantó y se presentó acompañado por su pareja, Adalina Dávalos.

El último fue Andrés Manuel López Obrador. Junto a Beatriz González, su esposa, fue el único en llegar a bordo de su automóvil, un Jetta blanco, amenazado por el clima y el tiempo. A diferencia de sus contrincantes, tomó apenas unos segundos para mirar a la prensa e ingresó al recinto. Entonces un estruendo marcó el inicio de una tormenta.

Propuestas recicladas

La conductora estelar de Televisa, Denise Maerker; el entrevistador de TV Azteca, Sergio Sarmiento, y la presentadora de Milenio Azucena Uresti, elegidos como moderadores, eran la apuesta del INE por modernizar el espectáculo.

De fondo, el debate fue lo de siempre. Los candidatos se refugiaron en descalificaciones, la evasión de su ser como defensa, propuestas recicladas que se hacen en minutos y se ignoran por sexenios, el empeño indigno de la palabra que no se ha de honrar.

Arrancó “El Bronco”, con el desparpajo del timador que sonríe al colarse al evento burlando la ley. Desató una ola de silbidos entre los que resistieron el agua y permanecieron en las calles cercanas. Pasó con su aparición y pasó con sus concurrencias de hacer de las preparatorias instituciones militarizadas y cortar la mano de todo aquel que hurte.

A López Obrador, segundo en el orden, se le veía concentrado, lejano al candidato de la espontaneidad. Por momentos, el rostro con la confianza de quien va arriba en las encuestas. Otros, determinado a no ser frente a los ataques. Habló de sí, de sus resultados de gobierno, de amor y amnistía, de que le “echaban montón”… Habló una y otra vez hasta quedarse sin tiempo.

Ricardo Anaya, decidido a acortar distancias con el puntero con su arma más fuerte, según la comentocracia, embistió una y otra vez al exjefe de gobierno capitalino. En materia de corrupción se vio obligado a virar hacia el PRI, pero volvió a López Obrador. Preparado más que ninguno con material de apoyo, fue el único que no despertó reacciones en la calle. Ni buenas ni malas.

El punto más ríspido en la participación de Meade, medido a partir de las reacciones a las afueras del de Minería, fue de risas. Apegado a un guión se presentó y se despidió simulando un spot: “Soy José Antonio Meade”, dijo con tropezado histrionismo, arrancando las carcajadas del público. Sin luz, trató de sacudirse la inmensa losa del PRI.

Margarita Zavala fue ignorada por todos los contendientes. Con menos protagonismo que “El Bronco”, la exprimera dama batalló con serlo. Propuso fortalecer las fuerzas de seguridad e insistió en una Procuraduría autónoma. Atropelladas las palabras, Zavala difirió entre ataques a López Obrador y Ricardo Anaya. La que fuera primera dama a la sombra de un fraude electoral, dijo ser la única demócrata. Dentro y fuera del evento, cada esbozo del último sexenio de Felipe Calderón y de su figura, los silbidos formaban insultos.

“Es en serio lo de cortar las manos a ladrones”

Diez minutos antes de que terminara el primer debate se develó el misterio: de golpe aparecieron estruendosas consignas en favor de Ricardo Anaya en la voz de esos contingentes “ciudadanos” que al amanecer de la jornada repudiaban a AMLO.

Con sus coros, aplastantes con los de otros, se fueron marchando los aspirantes uno a uno.

Visiblemente cansada, la primera en salir fue Margarita Zavala, como estaba establecido. A la distancia esbozó algunas sonrisas a cámaras y cronistas y subió a una camioneta blindada junto a sus colaboradores Jorge Camacho y Fernanda Caso.

Después, cuando tocaba el turno al abanderado del PRI, el que apareció fue Ricardo Anaya, entre clamores, como una súbita estrella. En un desplante de contradictoria modestia, se confesó feliz, pero dijo que la gente decidiría si había sido el ganador. Tomó un auto de lujo y con su esposa y Damián Zepeda se enfiló hacia sus infrecuentes fanáticos capitalinos.

Siguió el turno de López Obrador. Flanqueado por sus dos hijos mayores, señalados durante el debate por trabajar para Morena con recursos públicos, en franco nepotismo, el tabasqueño y su esposa salieron sonrientes. “Ganó ya saben quién”, celebró de buen humor, pero distante a la prensa, antes de abordar el mismo automóvil blanco en el que llegó.

Los que rompieron el protocolo fueron José Antonio Meade y Jaime Rodríguez.

“El Bronco” fue el primero. A su salida se posicionó de una tarima, pidió un micrófono y, antes que nada, solicitó que se tomara en serio su propuesta de cortar las manos a ladrones. “Es en serio, no me lo saqué de la manga. Y ya vieron la cara de los otros tres candidatos: se asustaron. Soy y seguiré siendo polémico”, advirtió.

Apoderado del escenario y el tiempo, leyó un documento con la iniciativa de cancelar el presupuesto público a los candidatos y quiso improvisar una conferencia de prensa hasta que uno de sus colaboradores le pidió terminarla.

Sus palabras adormecieron al grupo de apoyo de Anaya, que se fueron difuminando como el mismo “Bronco” en una lujosa camioneta blanca.

El último fue Meade. Pero el mensaje involuntario contrastaría con sus palabras: “Me declaro ganador del debate y declaro ganador a México. Me voy agradecido, reconocido y convencido de que voy a ganar”, dijo desde la misma tarima que “El Bronco”. Se tomó un momento para felicitar al INE por la organización del debate y para descalificar a AMLO por rehuir la confrontación.

Y terminó el evento con la imagen de una última contradicción. Junto a Juana Cuevas, Meade subió a un modesto auto compacto, con una comitiva de cuatro vehículos con llenos de escoltas detrás.



Jamileth


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