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El placer bueno y el placer malo


2018-04-24

Por Saúl Castiblanco


Presentar la vida cristiana como un alejamiento de cualquier tipo de placer, además de ser una visión falsa, es muy perjudicial para el apostolado de la Iglesia, pues estamos tratando cada vez más con generaciones que casi exclusivamente solo se mueven por la fruición sensible. Toca mostrar que vivir según la Iglesia es fuente del verdadero y el más profundo placer, pero hay que hacerlo bien, para no decir mentiras y no prometer lo que no es de Dios, pero también para describir con todas las tintas lo que es cierto camino del gozo cristiano, que evidentemente no excluye el dolor, pero que es muy real, poderoso y atrayente.

Cuando el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira trataba estas temáticas, a veces gustaba de distinguir lo que era la "manía" y el gozo espiritual. Tratemos de un poco de esto.

El Dr. Plinio estigmatizaba la manía -la que en definitiva conduce al vicio- como una fruición, una degustación desordenada, monotemática y primaria de un placer sensible. Entonces, si alguien encontró el gusto del mar (¿a quién no le gusta el mar?), el maniático querría ya tener una casa en el mar, comprar equipo de buceo para "vivir" en el fondo del mar, trasladar su oficina al bungalow en la playa del mar, comer solo aquellas delicias que se originan en el mar, etc.

Pero ocurre que el maniático en su desorden no es capaz de apreciar el gusto espiritual del mundo marino y se queda con el mero gusto sensible, el cual se desgasta más o menos rápido. Expliquemos esto con algo más de detalle.

Imaginemos a alguien que no conoce el mar. Si vamos a una de las muchas playas del Caribe, donde se puede observar el "mar de los siete colores", todo mortal que no sea ciego disfrutará de un placer. Tonalidades de colores vivos, delicados, aguamarinas o verdes o los más variados azules, causarán una impresión sensible al alma agradable, placentera. Si a bellos colores sumamos playas de fina arena, amplias, con arena de color hacia el blanco, acariciadas por rítmicas olas que producen una espuma que es algo así como la coronación del agua, los placeres aumentan. Y si a los anteriores deleites sumamos un atardecer multicolor, donde el astro rey se va ocultando tornándose de amarillo a rojo, y donde sus rayos se ven matizados por un conjunto de nubes que no lo oculta sino que lo hace resplandecer aún más, pues entonces diríamos que estamos casi en el paraíso y que ahí querríamos permanecer por toda la eternidad, pues habríamos encontrado la felicidad perfecta y estable.

Sin embargo lo anterior sería mentira: Si el hombre se queda en el mero gusto sensible, esos placeres marítimos se irán desgastando, y llegaría el momento en que no le aportarían mayor placer, y los contemplaría como algo banal. Y cansado, buscaría otro objeto de placer, querría ‘escapar' para otro tipo de paisajes muy diferentes del bello y ancho mar.

Pero, ¿qué significa aquí quedarse en el mero gusto sensible? Significa que la persona no trasciende del símbolo bello a lo simbolizado absoluto. Ahondemos en la explicación de esto.

El azul o el multicolor del mar no es solo el multicolor del mar. Es un maravilloso símbolo de realidades divinas, de realidades que existen en el Autor del mar. Y encontrar esas realidades es el fin, es completar el proceso humano que comenzó con el deleite de realidades sensibles. Quien no completa el "proceso" (el 99.99% de los hombres), hace que el placer sensible inicial se desgaste, y desgastado, corre a la búsqueda de otros placeres con los que repetirá el proceso fallido frustrante. Todo lo que no termina en Dios termina siendo frustración, desdicha.

Diseccionemos un poco más ese camino, el bueno, el que llega a su fin debido. Resulta que el aguamarina del mar de esa playa mítica del Caribe, se asemeja a otros aguamarinas que habremos visto en la vida, y tiene cercanía al turquesa que podemos apreciar en collares de damas o en objetos decorativos. El aguamarina del mar podrá despertar en nosotros esos recuerdos, y también el recuerdo de los deleites que tuvimos cuando contemplamos otros aguamarinas y otros turquesas. Pero esas sensaciones se pueden relacionar con, por ejemplo, "situaciones aguamarina" o "situaciones turquesa", es decir, ambientes y estados de espíritu donde primaba la paz, la serenidad, una alegría vivaz pero no exultante, una alegría que casi que expulsaba cualquier conato de tristeza, una alegría fácil, ‘blanda', ‘Caribe' sin exaltación. Entonces, a partir de la contemplación del mar comenzamos hablando de color aguamarina, de color turquesa, pero de ellos partimos a considerar elementos espirituales, como ‘paz', ‘serenidad', ‘alegría vivaz', con lo que hemos traspasado ya el mundo meramente sensible y hemos ingresado al mundo espiritual. Y de ahí es más fácil caminar hacia Dios, pues Dios es Paz Absoluta, es la Serenidad Absoluta, es la Alegría Vivaz Absoluta.

Es decir, hemos pasado del placer sensible al placer espiritual-sensible, y de ahí podemos contemplar el placer absoluto espiritual, que encontraremos cuando con el favor de Dios gocemos de su visión por toda la eternidad. Pero para pasar del mero placer sensible al deleite espiritual-sensible (más profundo, menos agitado, más duradero), tuvimos que hacer un ejercicio que no hace el 99,99% de los hombres, y fue lo que en espiritualidad se llama el "recogernos", hicimos un recogimiento.

Recogernos es tomar las ricas y agradables primeras impresiones meramente sensibles y en cierto sentido cerrar las puertas del alma a más impresiones sensibles, para que las ya poseídas comiencen a interrelacionarse entre sí, para que se relacionen con impresiones sensibles pasadas afines, para que dentro del sagrario de nuestra alma lo meramente sensible se relacione con lo espiritual, para que el verde se relacione con esperanza, para que el aguamarina se relacione con inocencia, para que el turquesa se relacione con alegría vivaz. Es en la cámara oscura y a la vez luminosa de nuestras almas donde ello ocurre y donde vamos encontrando el camino hacia el Infinito. Ahí nos hacemos dueños y señores de esas impresiones para que ellas no generen en manía, y para que en el fondo se vaya escuchando la voz poderosa de Dios.

Este camino lo podemos hacer con el mar turquesa, con un cielo estrellado, con un león imponente, particularmente con la impresión que causan en nuestras almas las almas de los hombres. En fin, con toda la creación.

Pero de estas cosas, hemos dicho casi nada de lo mucho enseñado al respecto por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira. Vamos a continuar con el favor de Dios en próxima ocasión.

Cómo el no trascender del placer meramente animal termina causando una profunda frustración en el hombre maniático, que al principio cree que sacia su sed de infinito, pero que después, hastiado y exhausto, sigue en la rueda loca tras otro y otro objeto placentero, repitiendo continuamente -angustiado o decepcionado- procesos que son fundamentalmente fallidos.

También -tras las huellas de lo enseñado por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira- que el contacto con todo ser sensible debe ser la ocasión para llegar al Absoluto, usando de la escalera de los elementos espirituales evocados por los elementos materiales: la contemplación de un león, debería conducir a la consideración de los valores materiales que el león puede representar, como el coraje, la fuerza, la majestad, el señorío, el dominio psicológico sobre las reacciones temperamentales, la aplicación de toda la energía para la consecución de un fin determinado, etc. Pero que este proceso ocurre en ese relicario maravilloso que es el alma, cuando en determinado momento, en recogimiento, cierran las puertas al torbellino de las muchas impresiones sensibles, y en ese "cuarto oscuro" maravilloso se permite que esas impresiones sensibles recogidas se relacionen con otras, con recuerdos afines, y que en un proceso misterioso se van destilando esos elementos que ya no son materiales, y que por ser espirituales son reflejos más cercanos de Dios. En ese momento se produce un placer sensible-espiritual que es más profundo, más duradero, porque las potencias espirituales del alma llegaron a su objeto, y no solamente lo fueron las facultades sensibles.

Hoy mostraremos como ese camino no es solamente "lineal" sino de conjuntos armónicos, y hablaremos del fundamental papel de la gracia en todo ello.

Al hacer todas estas consideraciones, partimos de uno de los presupuestos fundamentales de la teología, de la filosofía y de la psicología cristiana: el hombre no descansa -como bien lo expresó San Agustín- hasta no saciar su sed de infinito, y esta no se sacia sino en el Infinito, que es Dios. Entretanto, queremos focalizar ese caminar necesario hacia Dios, pasando por la vía del contacto sensible con las cosas creadas, que es algo forzoso para el hombre, compuesto de alma y cuerpo.

La gracia es esa fuerza divina creada que templa nuestra sensibilidad, fortalece la voluntad, e ilumina la sensibilidad. Vemos por tanto, que sin ella el hombre no puede recorrer el camino descrito, porque la fuerza de las malas inclinaciones fruto del pecado original es muy grande: sin gracia la sensibilidad desordenada pedirá llegar ella por sus únicos medios al infinito, y exigirá caminar en solitario tras más y más placeres sensibles que -solos- terminan siendo frustrantes; sin gracia la voluntad no tiene la fuerza para hacer entrar al alma en recogimiento y "hacer desfilar" allí las impresiones sensibles para ser analizadas; sin gracia, la inteligencia no llegará a destilar en mayor medida esos valores gigantescos, escondidos en los elementos materiales. (Estamos aquí empleando el término gracia en su sentido amplio, es decir, incluyendo todo tipo de gracias actuales, virtudes, dones del espíritu santo e incluso dones místicos. Y recordemos que a pesar de ser un gigantesco don gratuito, es decir, que no merecemos, la gracia hay que implorarla, pedirla).

Es decir, lo que ocurre en la cámara oscura maravillosa del alma, cuando el hombre descubre el mensaje maravilloso que trae el universo, está lejos de ser una obra meramente humana: bajo la acción de la gracia, es el Espíritu Santo quien ilumina, muestra, relaciona, instruye y proporciona las alegrías inefables de quien encontró ya en esta tierra, y en la medida de lo posible, el Absoluto, a partir de las cosas creadas. Todo esto tiene otra cosa de maravillosa: que es un ejercicio que no requiere de un monasterio alejado para realizarse, sino que puede -y debe- ocurrir en una estación de bus, en un parque, en el trabajo de todos los días. Es aprender -con la ayuda de Dios- a recogerse en el relicario de nuestras almas. Decimos que a partir de las cosas creadas, es decir de todas las cosas creadas que son "hijas" de Dios, y de las buenas obras de los hombres, que -en el lenguaje del Dr. Plinio- son "nietas" de Dios.

Ocurre que cuando el hombre contempla el mar, o el mundo marino, no con ojos de maniático sino con ojos de contemplativo rumbo al Absoluto, como hemos descrito arriba, él no se "apega" al mar, sino que se "apega" a lo que "significa" el mar que es Dios. Pero resulta que Dios, que sí se refleja en el maravilloso mar -pero no por entero-, también se refleja en las montañas, en los valles, en el Polo Norte y en el del Sur y luego nuevamente en un mar diferente al que habíamos contemplado con anterioridad, o en ese mismo mar pero visto desde otro prisma. Es decir, el hombre que no tiene una degustación animal "maniática" del mar, tiene la libertad para buscar a Dios en todo el universo creado, en ese conjunto armónico que Dios formó llamado creación. Y ora se entusiasma con el mar en calma -espejo perfecto de aguas cristalinas llenas de riquezas- que refleja la bondad y estabilidad del Creador, como ahora se admira con la tempestad, con el huracán, con la tromba marina, aterradora pero potente y avasalladora, reflejos de la omnipotencia de Dios. Dios no es solo paz plácida y acogedora, sino también fuerza, potencia, majestad, y cuando quiere con relación al mal, también destrucción. Con la contemplación de todo, tenemos una noción del Todo de Dios, que no sacia, que no es maniática, que es causa de felicidad.

El alma contemplativa no maniática, va conociendo a Dios en la contemplación que va haciendo de todo el Orden del Universo y en esa consideración admirativa de todas las realidades va formando su alma de acuerdo a ese Orden. El Orden del Universo va ordenando su alma, la va haciendo bondadosa, pero también fuerte; la va tornando seria pero a la vez amena; en fin le va facilitando todas las virtudes. Y es esta ordenación resultado de la contemplación, que Plinio Corrêa de Oliveira la llamaba Santidad. Definición maravillosa a la que él llegaba por la vía del pulchrum, de la belleza del orden creado.

Finalmente una palabra sobre el hombre. En el Orden visible del Universo no existe nada más elevado que el hombre. En el hombre, mezcla de animal con ángel, se resume tanto el orden material como el orden espiritual, y por tanto, el análisis del alma humana constituye un puente magnífico e irremplazable para llegar hasta el Creador. Si un león en plena lucha es un símbolo del coraje de Dios, mucho más un hombre cuando despliega sus capacidades con el mayor esfuerzo para la obtención de un fin. Entretanto lo anterior no nos debe llevar a despreciar el león, ni la hormiga, ni el manantial, ni cualquier elemento del universo: El universo es un conjunto armónico, de cuasi infinitas partes desiguales pero unidas, donde cada uno habla del Creador; pero sobre todo donde es el conjunto el que da una visión de conjunto del Creador.



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