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La arriesgada apuesta de Trump contra el pacto nuclear iraní


2018-05-09

David E. Sanger y David D. Kirkpatrick, The New York Times

WASHINGTON — Para el presidente Donald Trump y dos de los aliados que más valora —Israel y Arabia Saudita— el problema del acuerdo nuclear iraní no era, principalmente, sobre las armas nucleares. El problema era que el acuerdo legitimó y normalizó al gobierno clerical iraní, lo abrió de nuevo a la economía mundial y a los ingresos petroleros que financiaron sus incursiones en Siria e Irak, su programa de misiles y su apoyo a los grupos terroristas.

Ahora, con su anuncio de que reimpondrá sanciones económicas a Irán y pondrá fin al compromiso de Estados Unidos de mantener el acuerdo de la era de Obama, Trump ha iniciado un experimento ambicioso y muy arriesgado.

Como dijo un funcionario europeo de alto nivel: Trump y sus aliados del Medio Oriente están apostando a que pueden cortar los medios de subsistencia económica de Irán y con ello podrán “fracturar al régimen”. En teoría, el retiro de Estados Unidos del acuerdo podría permitirle a Irán producir todo el material nuclear que desee, lo cual hacía hace cinco años, cuando el mundo temía que se proponía desarrollar una bomba.

El equipo de Trump descarta ese riesgo: Teherán no tiene la fortaleza económica para enfrentar a Estados Unidos, a Israel y a los sauditas. Irán sabe que cualquier estrategia para producir un arma solo daría a Israel y Estados Unidos la justificación para emprender una acción militar.

Los aliados de Estados Unidos en Europa han advertido que este enfoque brutal de realpolitik constituye un error histórico, uno que podría dar lugar a la confrontación y quizá a la guerra.

El acuerdo nuclear se logró en julio de 2015 gracias a los esfuerzos de John Kerry, el entonces secretario de Estado estadounidense, y el ministro de Relaciones Exteriores de Irán, Mohammad Javad Zarif. La apuesta de Obama —el acuerdo de política exterior que fue uno de los principales logros de sus ocho años en el cargo— era clara. Para Obama, Irán era un aliado potencialmente más natural de Estados Unidos que muchos de sus vecinos de predominio sunita, con una población joven, educada y de orientación occidental, cansada de un gobierno compuesto por una teocracia que envejece.

Según argumentaron Obama y Kerry, al hacer a un lado la posibilidad de la existencia de armas nucleares, con el tiempo los dos países podrían acabar con tres décadas de hostilidad y trabajar en proyectos comunes, como la derrota del Estado Islámico.

No resultó así. Aunque el acuerdo logró sacar el 97 por ciento del material nuclear de Irán, los conservadores iraníes y su Ejército no estuvieron de acuerdo en cooperar con proyectos occidentales de ningún tipo.

Meses antes de que Trump resultara electo, el Ejército iraní reforzó su apoyo al presidente Bashar al Asad en Siria, expandió su influencia en Irak y aceleró su respaldo a grupos terroristas. Además, duplicó el despliegue de ataques cibernéticos contra objetivos en Occidente y Arabia Saudita, un arma que no cubría el acuerdo nuclear.

Ahora, de repente, el mundo parece retroceder a donde estaba en 2012: en el camino hacia una confrontación incierta, con “muy pocas pruebas de que haya un plan b”, como Boris Johnson, el ministro de Relaciones Exteriores británico, declaró en una visita a Washington.

Los sauditas dicen estar bien con la salida del acuerdo, haya o no un plan. Consideran al acuerdo como una distracción peligrosa del problema real de confrontar a Irán en la región; los sauditas creen que ese problema solo se resolverá con un cambio de régimen. John R. Bolton, asesor de seguridad nacional estadounidense, comparte esa opinión.

Israel es un caso más complicado. El primer ministro Benjamín Netanyahu ha presionado a Trump para que abandone un acuerdo que siempre ha detestado. Sin embargo, los mismos asesores militares y de inteligencia de Netanyahu dicen que Israel está mucho más seguro con un Irán sin posibilidades de crear bombas atómicas, en lugar de uno que nuevamente busque fabricar el arma máxima.

La semana pasada, en un intento de último minuto para convencer a Trump de poner fin al acuerdo con Irán, Netanyahu dio a conocer documentos iraníes, robados de Teherán en enero, que prueban lo que las agencias de inteligencia occidentales saben desde mucho tiempo atrás: hace una década o incluso más, los iraníes trabajaban arduamente para diseñar una ojiva nuclear.

La evidencia de que Irán conservaba sus diseños nucleares como protección para el futuro fue un descubrimiento que sugirió que Irán no ha abandonado sus ambiciones.

“Dado el peligro de que Irán pueda tener la capacidad de desarrollar un arma para el año 2030”, cuando se eliminen los límites al enriquecimiento de uranio, “debe abordarse el tema de la suspensión”, comentó el exnegociador para el Medio Oriente Dennis Ross, quien fue parte del primer periodo del gobierno de Obama, antes de que las negociaciones relacionadas con el acuerdo de Irán comenzaran a tomar forma.

El anuncio de Trump del 8 de mayo tiene que ver principalmente con una convicción de que nunca debe permitirse a Irán acumular suficiente material para ensamblar una bomba. Cuando los europeos dijeron que sería necesario reabrir las negociaciones, Trump se opuso y, en cambio, decidió acabar con el acuerdo por completo.

Esa fue una respuesta característica de Trump, parecida a los días en los que derribaba edificios neoyorquinos para abrir espacio a su visión de edificios que, según él, fueran más majestuosos y gloriosos. Sin embargo, en este caso, se trata de alterar el equilibrio de las potencias mundiales y debilitar a un régimen que, según los argumentos de Trump desde el comienzo de su campaña, se tiene que ir.


 



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