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Cerrado por Mundial 


2018-06-13

Jorge Zepeda Patterson, El País


Muy probablemente dentro de tres semanas muchos latinoamericanos estaremos maldiciendo nuestra suerte, injuriando al pobre desempeño de nuestros seleccionados, clamando contra la perfidia de un rival o la ceguera de un árbitro. Pero eso será mañana; hoy con la inauguración y los primeros partidos del Mundial de fútbol todo es esperanza entre los más optimistas, curiosidad entre los menos entusiastas y para el resto un maravilloso pretexto para poner la atención en otra cosa que no sean las infamias de la vida pública.

En México, el bendito Mundial logrará en la práctica lo que las autoridades electorales no pudieron conseguir: acortar la interminable, atosigante y envenenada campaña por la presidencia. Faltan algunas semanas para la jornada electoral (1 de julio), pero en realidad las campañas terminaron hace rato, desde el momento en que Andrés Manuel López Obrador, el opositor de izquierda, comenzó a registrar ventajas de 20 a 25 puntos en la intención de voto y con clara tendencia a aumentar la diferencia. Desde entonces el clima de las campañas no ha hecho más que enturbiarse, hasta hacerse tóxico.

Para decirlo con propiedad, las últimas semanas están resultando el equivalente a cinco minutos de compensación con el que el árbitro decide alargar un partido que Alemania gana 4-1 a Túnez. ¿Cómo para qué? ¿Para qué Alemania siga ampliando su ventaja? ¿Para ver a los jugadores tunecinos hacer más desfiguros o, peor aún, contemplar a uno de los norafricanos en su desesperación meterle hachazos criminales a un teutón?

Ver el tercer debate, enterarse de los escándalos de corrupción que uno y otro candidato se echan en cara, observar la desesperación de más de uno de los contendientes de hacer pagar cara su derrota, en efecto hacen pensar en esos cinco minutos inútiles de compensación. Ricardo Anaya y José Antonio Meade, candidatos ubicados en distantes segundo y tercer lugar, me hacen pensar en esos hipotéticos jugadores tunecinos del minuto 90. Atosigados por los entrenadores que desde el banquillo les gritan que todavía es posible un milagro, corren con la vista extraviada pero la pierna fuerte en busca de alguien que les pague la ilusión perdida.

En los últimos días los cuartos de guerra de los candidatos han pasado de la injuria y la descalificación, a la filtración en medios y en redes sociales de fotos supuestamente comprometedoras, vídeos caseros incriminadores y documentos a ratos ininteligibles. Ninguna prueba resiste el paso por un tribunal, pero eso es lo de menos. No se trata de comprobar sino de inseminar una idea. Se fundamentan en el mismo principio que los anuncios de hemorroides y equivalentes: “el amigo de un primo encontró una solución a su problema…”.

Las acusaciones cruzadas entre ellos no andan muy lejos: el hermano de un señor que una vez conoció a Anaya le dijo a una señora que con él iban a hacer negocios chuecos; los parientes en segundo grado de un constructor que le hizo obras a López Obrador fueron mencionados en un documento de Odebrecht.

Y como estos infundios tampoco han revertido el marcador, los equipos de campaña decidieron degradar la competencia y bajar un escalón más en su camino a las alcantarillas: todos ellos entrecruzaron demandas penales por presuntos actos de corrupción. Ningún proceso prosperará, pero se trata de enlodar, no de hacer justicia.

No sé de qué tamaño serán las frustraciones que nos deparará el Mundial de este año. Pero por lo pronto, no es menor el servicio que nos ha prestado. Nos permite darle la espalda a una batalla entre adversarios que se disputan la presidencia a punta de golpes y patadas, con muy pocas propuestas de ideas o tesis de campaña.

Al inicio de una Copa del Mundo el escritor Eduardo Galeano colocó en la puerta de su casa el ya célebre letrero: Cerrado por Mundial. Algo así tendríamos que decir los ciudadanos a la clase política en este momento. Cerrado por Mundial, no molesten, nos vemos el 1 de julio.


 



regina


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