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La María de la Escritura y la María de las devociones
Ron Rolheiser
María, la Madre de Jesús, tiene, en efecto, dos historias en la tradición cristiana. Tenemos la María de la Escritura y tenemos la María de las devociones, y ambas ofrecen algo especial a nuestro caminar cristiano. La María de las devociones es la mejor conocida, si bien principalmente en los círculos católicos romanos. Esta es la María invocada en el rosario, la María de los santuarios populares, la Madre Dolorosa de nuestras letanías, la Madre con tierno corazón a través del cual podemos lograr que Dios nos oiga, la María de la pureza y la castidad, la Madre que entiende el sufrimiento humano, la Madre que puede ablandar los corazones de los asesinos y la Madre a la que siempre podemos volver. Y esta María es preeminentemente la Madre de los pobres. Karl Rahner señaló una vez que si consideráis todas las apariciones de María que han sido aprobadas oficialmente por la iglesia, notaréis que siempre se ha aparecido a una persona pobre: a un niño, a un lugareño iletrado, a un grupo de niños, a alguien sin posición social. Nunca se ha aparecido a un teólogo en su estudio, a un papa ni a un banquero millonario. Ella ha sido siempre la persona a la que miran los pobres. La devoción mariana es un misticismo de los pobres. Pero la piedad y las devociones también corren el riesgo de sensiblero carácter teológico y malsano sentimentalismo. Eso sucede también con la María de las devociones. Hemos tenido la tendencia a elevar a María al estatus divino (que es simplemente un error) y la hemos tenido fijada demasiado frecuentemente en tanta piedad, que ella, la María de las devociones, no puede resultar fácilmente la misma persona que expresó el Magnificat. La María de las devociones es frecuentemente guardada como recuerdo en piedad, super-simplicidad y asexualidad, que necesita ser protegida de la complejidad humana. No obstante, la María de las devociones nos ofrece mucho respecto a nuestro caminar espiritual. En los Evangelios Sinópticos, María es presentada como modelo de discipulado. Más simplemente, nos es mostrada como la única persona que lo entiende bien desde el principio. Pero eso no es evidente de inmediato. Superficialmente, a veces parece que lo contrario es el caso. Por ejemplo, en un par de ocasiones, mientras Jesús está hablando a una multitud, se le interrumpe y se le dice que su madre y su familia están fuera esperándolo. Su respuesta: “Quién es mi madre y quiénes son mi hermanos? Aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen”. Al decir esto, Jesús no está distanciando de él y de su mensaje a su madre; más bien, lo contrario. Antes de que este incidente se relate en los Evangelios, los evangelistas han tenido buen cuidado de señalar que María fue la primera persona en oír la palabra de Dios y cumplirla. Lo que sucede aquí es que Jesús elige a su madre, antes que nada, por su fe, no por su biología. En los Evangelios Sinópticos, María es el paradigma para el discipulado. Es la primera persona en oír la palabra de Dios y cumplirla. El Evangelio de Juan le da un papel diferente. Aquí, ella no es el paradigma del discipulado (un papel que Juan da al discípulo amado y a María Magdalena) sino es presentada como Eva, la madre de la humanidad y la madre de todos. Es interesante ver que Juan nunca nos da el nombre de María; en su Evangelio ella siempre es referida como “la Madre de Jesús”. Y en este papel, ella hace dos cosas: Primera, ella da voz a la limitación humana, como hace en la boda de Caná, cuando dice a su hijo (que es siempre divino en el Evangelio de Juan) que “no tienen vino”. En el Evangelio de Juan, esto no es sólo una conversación entre María y Jesús, sino también una conversación entre la Madre de la Humanidad y Dios. Segunda, al igual que Eva, como madre universal y como madre nuestra, se mantiene de pie, en desamparo, sometida al dolor humano y cerca deldolor humano cuando permanece de pie bajo la cruz. En esto, se muestra como madre universal, pero también como ejemplo de cómo la injusticia debe ser manejada, a saber, permaneciendo de pie cerca de ella, de modo que no replique su odio y violencia como para devolverla de la misma manera. María nos ofrece un magnífico ejemplo, no ser adorada ni ignorada.
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