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El colapso de las tres Europas


2018-07-25

PABLO R. SUANZES


Sostiene Ivan Krastev, director del Centro de Estrategias Liberales de Sofía y uno de los analistas más eclécticos de la actualidad, que hay "tres versiones de Europa colapsando al mismo tiempo". La visión post-1945, la post-1968 y la surgida tras la Caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética. Todas ellas fundamentales, potentes, obsoletas.

La primera, en el corazón mismo del origen del proyecto comunitario, es la de quienes "recuerdan los horrores y la destrucción, los que vivieron con miedos constantes y estaban decididos a evitar la próxima guerra, la última guerra". A ellos se refirió el viernes la canciller Angela Merkel de forma muy directa: "Cuando la generación que sobrevivió a esa guerra ya no esté con nosotros, descubriremos si hemos aprendido de la Historia o no", afirmó. Sus memorias, su legado, son lo que permitieron un proyecto sin parangón. La paz, como motor y como meta, un éxito sin matices, pero que ya no es suficiente para mantener unido al continente.

La segunda Europa que se desvanece es la del 68, la de las revoluciones y los derechos humanos. Krastev resume con una palabra, "inclusión", el sentir, el momento en el que millones de personas abrieron los ojos y percibieron "al Estado desde los ojos de los más vulnerables y los colectivos más perseguidos". La crisis política a raíz de la gestión de los flujos migratorios y la acogida de refugiados, en 2015, marcó el final de ésta y de la tercera visión, la de 1989, cuya filosofía política en el mundo postcomunista se resumiría, según el autor búlgaro, con "un sencillo imperativo: imita a Occidente".

Se trató de una actitud con muchos nombres: liberalización, ampliación, convergencia, integración, acervo. Pero esa UE 'como ciudad sobre la colina' ya no existe en los dominios de Visegrado. Aunque el Eurobarómetro indique que el 67% de los ciudadanos cree que formar parte de la UE ha beneficiado a su país (el nivel más alto desde 1983), el pesimismo está generalizado. Las clases acomodadas, las regiones más ricas, protestan y votan como si fueran las "perdedoras de la globalización". Creen que su universo se desmoronara y su bienestar está en peligro. Votan como mayoría pensando que en cualquier momento podrían convertirse en minoría y con la certeza que, para defenderse, deben retraerse.

Una época bisagra

Los últimos meses han sido para la Unión Europea, a una escala muy concentrada, lo que el historiador Reinhart Koselleck definía como 'Sattelzeit', ese tiempo-bisagra entre un mundo por nacer y otro que va muriendo. "Creo que Trump puede ser una de esas figuras en la historia que aparecen de vez en cuando para marcar el final de una era y forzarla a renunciar a sus viejas pretensiones. Eso no significa necesariamente que él sea consciente, o que esté considerando alternativas. Podría ser simplemente un accidente", sintetizaba estos días en el 'FT' Henry Kissinger, uno de los mejores conocedores del pasado continental, al evaluar al presidente y su reunión con Vladimir Putin en Helsinki.

La UE está tocada, pero no hundida. Se mueve zigzagueante, sin brújula, tras recibir todo tipo de golpes. Tiene una crisis existencial no resuelta tras el 'Brexit' y el auge de partidos populistas y euroescépticos, cuando no eurófobos. Tiene un serio problema de liderazgo, de perspectiva y de cortoplacismo. Y tiene además, e innegablemente, una lista de desafíos, problemas y enemigos, internos y externos, difícil de digerir.

Se enfrenta, una vez más, a un verano, un año, de puro desasosiego. Europa cerró 2017 con euforia contenida, tras salvar tres pelotas de partido: las elecciones en Holanda, Francia y Alemania. Y tras demostrar los 27 que podían mantener una unanimidad sin precedentes en las negociaciones con Reino Unido. Eso ya es pasado.

El socio preferente, el aliado de referencia desde 1945, se ha transformado en una pesadilla, con un líder que desprecia, insulta y hace todo lo posible por debilitar la UE y la OTAN. El 'Brexit' se consumará en la primavera del año que viene, no hay acuerdo, y el nuevo ministro Raab vuelve con las amenazas del principio de no pagar la factura de salida.

Una crisis migratoria no resuelta que amenaza seriamente la existencia del espacio de libre circulación, de bienes y personas, que despierta los peores fantasmas. Que deja una Europa marcada, ahora y durante la próxima generación, por el debate migratorio e identitario. Por una retórica nacionalista o proteccionista que ha condicionado o está condicionando las elecciones y/o el programa de Gobierno en Suecia, Dinamarca, Finlandia, Francia, Países Bajos, Alemania, Austria Italia, Eslovenia, República Checa, Hungría, Polonia o Eslovaquia, por apuntar algunos casos. Y que apunta ahora a las europeas de 2019.

Llega al verano una Europa con un discurso extremista y xenófobo al alza, con Putin, Salvini, Orban y la posibilidad cada vez más real de que Schengen desaparezca. Sin las reformas económicas que hacen falta ni un plan claro sobre qué es, qué quiere ser y cuáles son los próximos pasos.

El orden mundial

"La coyuntura es mala, o más bien complejísima, pero la pauta estructural a largo plazo (demografía, globalización) abona la consolidación futura de la UE. El mundo, eso sí, será más hostil en muchas facetas, algunas de las cuales ya las considerábamos asuntos ganados. Con luces cortas hay muchos aspectos feos en el camino y con luces largas incontables curvas, pero yo no sería tan pesimista", matiza Ignacio Molina, investigador principal del Real Instituto Elcano.

Donald Trump ha sacudido los cimientos del orden internacional. Los esquemas tradicionales, las alianzas históricas, han dejado de ser certezas. La última Cumbre de la OTAN, en Bruselas, ha dejado consternación y miedo. No sorpresa, porque ya están todos acostumbrados al nuevo estilo, pero pura inquietud. Nunca antes una reunión entre el "líder del mundo libre" y un presidente ruso había provocado sudores iguales.

"Estamos comprobando lo que sucede cuando Estados Unidos se retira del mundo: los malos avanzan para llenar ese vacío. Como resultado, el mundo está en llamas desde el Mar del Sur de China hasta el este de Ucrania y Oriente Próximo. Necesitamos un liderazgo estadounidense global decidido a la cabeza de una alianza de democracias. En cambio, el actual ocupante de la Casa Blanca ve el mundo de una manera puramente transaccional y no comprende cómo las alianzas sostenidas con democracias con ideas afines han sido la base de la paz en la segunda mitad del siglo XX", explica a EL MUNDO Anders Fogh Rasmussen, ex secretario general de la OTAN

"Es una situación muy peligrosa porque Trump quiere remodelar el orden internacional. La guerra comercial es un paso lógico en esa dirección. Estamos volviendo a los estados-nación, a los juegos entre potencias, como en el siglo XIX, y esto puede acabar muy mal, como siempre en la historia", apunta Malgorzata Bonikowska, presidenta del Centre for International Relations en Varsovia. "La UE es la gran damnificada por ser un invento postwestfaliano en un mundo ahora neowestfaliano", coincide Molina, en referencia al sistema surgido en 1648, tras la Guerra de los 30 años y que ha definido las relaciones internacionales desde entonces. "Europa es multilateral, abierta y 'soft' en una batalla contra los 'strong men' y el proteccionismo. La UE sufre si el orden internacional deja de ser el que se adapta a su única forma posible de actuar", señala el profesor.

Los valores

"Nada, nada, absolutamente nada es ya evidente. Ni la democracia, ni el respeto por los derechos humanos, ni la separación de poderes. Tenemos que defender todo lo que pensábamos que estaba ganado para siempre y era inamovible". El vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, lo tiene muy claro. Lo explicaba en una entrevista esta misma semana, mezcla de lamento y aviso. Las reglas han cambiado y hay que adaptarse. Se multiplican las voces que piden menos Europa, más distancia, más controles, más autonomía. Las voces que abogan por modelos "iliberales", autocráticos. Y ese canto seduce a muchos, por lo que la estrategia, el discurso y los métodos usados estos años no bastan.

En mayo de 2019 se celebran elecciones europeas. Históricamente la participación ha sido baja, el interés muy limitado. Los ciudadanos siguen sin entender muy bien qué votan, qué se escoge y qué importancia tiene. Pero las de 2019 van a tener una dimensión especial porque las fuerzas tradicionales pierden el protagonismo. Habrá una atención inusitada. Con la irrupción de Macron y sobre todo la posibilidad de una "liga de ligas", en términos de Matteo Salvini, agrupando el discurso escéptico y populista, el eje tradicional dejará paso a un debate claro entre la UE liberal y la Europa nacionalista. Ponerse de perfil y esperar un voto en clave nacional, derecha-izquierda, como toda la vida, es un error que no todos aprecian aún.

Steve Bannon, ex asesor principal de Trump, populista y agitador de la extrema derecha, quiere crear una fundación, llamada El Movimiento, para unir a todas las fuerzas posibles (desde el UKIP de Farage al Frente Nacional de Le Pen, pasando quizás por el Fidesz de Viktor Orban y desde luego por la Lega de Salvini). "Sabemos lo que la pesadilla del nacionalismo hizo a nuestros países. Tenemos que frenar a Bannon", clamó este domingo Guy Verhofstadt, líder de los liberales en la Eurocámara.

"Necesitamos escuchar más a los votantes: no están contentos. No ven cómo la política 'mainstream' puede ofrecer resultados, y están cayendo en la búsqueda de soluciones simplistas de los partidos radicales. Los gobiernos no se han adaptado a una era digital impulsada por los consumidores", advierte Rasmussen.

Según el Democracy Perception Index 2018, realizado por Dalia Research y Alliance of Democracies con 125,000 entrevistas en 50 países, el 51% de los ciudadanos cree que su voz "rara vez o nunca" importa en política, y el 58% que el trabajo de sus gobiernos no es en su favor. Los que viven en autocracias o estados democráticos tienen mucha más confianza en la capacidad de sus dirigentes que los que viven en democracias puras.

La crisis del centroderecha

Angela Merkel sigue siendo la figura central, el eje sobre el que rotan los demás, pero el último año ha mostrado su faceta menos sólida. Primero en las elecciones y más recientemente con una disputa sin precedentes con su ministro del interior, Horst Seehofer. La canciller está distraída, llega tarde a los debates y sus compromisos, y en un momento en el que los problemas acosan desde todas las direcciones ('Brexit' en el oeste, Rusia en el este, la crisis migratoria por el sur y el terrorismo y el populismo por todas partes), cada paso en falso se nota más.

Durante más de un lustro, el centroizquierda ha vagado sin rumbo claro en todo el continente, derrota tras derrota, perdiendo la batalla de las ideas y sin ser capaz de hallar su nuevo lugar. El centroderecha arranca una crisis similar, con nuevas alternativas y el desafío por el extremo, que con un discurso identitario y centrado en la inmigración abre dos posibilidades: moverse hacia allí, tapando el espacio pero asumiendo sus postulados, o virar al centro.

Y en clave europea, abogar por dos de los escenarios planteados por Jean-Claude Juncker en su polémico 'Libro Blanco' el año pasado: concentrarse en el mercado único y poco más o bien hacer menos, pero hacerlo mejor. Consensuar en qué áreas hay voluntad para ir hasta el final, las soportables y deseables para todos, y profundizar al máximo y deprisa. Federalizar todo lo que es federalizable, y devolver todo lo demás a los Estados Miembros.

"El Nuevo Europeísmo, como yo lo llamo, es la visión de una unión política limitada basada en la subsidiariedad estricta y culturalmente fundamentada. Combina fuertes elementos de unidad en un número limitado de tareas tradicionalmente federales (Defensa, política exterior, control fronterizo, mercado único, unión monetaria) con la protección de la autonomía, las identidades y las libertades nacionales y locales en todas las demás esferas. Mantiene el compromiso con la unión política en Europa, pero limita estrictamente su alcance para tranquilizar a los Estados miembros que están justamente celosos de su identidad y autonomía", apunta Federico Reho, investigador del Wilfried Martens Centre for European Studies, quien es partidario de que el centro derecha vuelva a sus raíces. "En términos más partidistas, es una visión del europeísmo conservador que intenta reclamar la integración europea de los liberales progresistas y ser potencialmente atractiva para las masas en crecimiento que apoyan a los partidos populistas antiliberales pero que no necesariamente se oponen a todo tipo de unidad europea, solo a la que se ofrece actualmente", añade.

Schengen

La libre circulación, uno de los éxitos más extraordinarios de la integración europea, vuelve a estar en la diana. La crisis política por las migraciones y el derecho de asilo no está resuelta, ni cerca. Casi hace caer al Gobierno alemán, en una disputa interna. Ha convertido al ex liberal Orban en líder contracorriente en el Este, y aupado a la Liga.

No hay soluciones técnicas ni acuerdo político. Más de media docena de países mantienen controles fronterizos 'temporales' y hay diplomáticos que temen el colapso total de Schengen en los próximos meses, o incluso la creación de un 'miniSchengen 'de los países del centro, de quienes no están expuestos a fronteras exteriores de la UE. El dosier lleva supurando desde 2015, el último Consejo Europeo fue un nuevo fracaso, y el tiempo si juega a favor de alguien es de quienes abogan por cerrar las puertas.

"En democracia, las percepciones son la única realidad que importa", advierte Krastev. Trump lo sabe, Salvini lo sabe, Orban lo sabe mejor aún. Aunque no les guste, no lo soporten y aspiren a cambiarlo, quienes lo ven de otra manera y quieren evitar el colapso del orden actual tienen poco tiempo para interiorizarlo.



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