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Relación indispensable


2018-07-26

Editorial, El País

 

De todos los desperfectos que el presidente estadounidense, Donald Trump, ha causado en su año y medio en el poder, uno de los más graves y duraderos puede ser su intento de liquidación de la alianza entre EE UU y Europa.

La alianza fue durante décadas una condición necesaria para la prosperidad y la estabilidad a ambas orillas del Atlántico. Sirvió a los intereses de Washington y del orden global que tras la II Guerra Mundial consolidó a EE UU como primera potencia económica. Y garantizó su influencia militar inigualada, que tuvo en la península más occidental de Eurasia su base más sólida. La alianza sirvió con similar eficacia a los intereses europeos occidentales: el paraguas estadounidense actuó como un seguro que contribuyó a los milagros económicos de la posguerra y el proceso de integración. Todo esto está en riesgo desde la llegada a la Casa Blanca de un presidente que llama “enemigos” a sus socios europeos, que amenaza con dinamitar la OTAN y que insinúa una pinza con la Rusia de Vladímir Putin que tendría en la UE a su primera víctima.

La reunión de Trump con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ofrece una muestra de los efectos desestabilizadores del presidente de EE UU. En este caso, en la política comercial, ejemplo de manual del método Trump. El método combina el cortejo de su clientela electoral en Estados golpeados por la desindustrialización, la táctica negociadora del acoso y derribo y la manipulación grosera con la acusación victimista —dirigida en particular a Alemania, potencia exportadora— de un expolio inexistente. El mismo esquema se reproduce en su trato con la UE como socio político y la OTAN como socio militar.

Las tensiones vienen de lejos y Trump no es el único responsable. No es el primer presidente en exigir un mayor gasto militar de los europeos, ni el primero en abrir contenciosos comerciales. Una Europa ensimismada y dividida, en la que ganan posiciones los émulos de Trump, tampoco está en condiciones de ejercer todo su peso para salvar la alianza. El trumpismo también avanza, como señaló hace unos días, sin mencionarlo, el expresidente Barack Obama en Sudáfrica[DEL].

EE UU es más que Trump, aunque es posible que Trump no sea coyuntural, porque refleja un cambio profundo de Estados Unidos, del mismo modo que el auge del populismo y el nacionalismo en grandes países europeos expresa un cambio tectónico en la UE. El trumpismo ha venido para quedarse. Y, sin embargo, antes de dar por liquidada la relación transatlántica, convendría evaluar los costes de su no existencia y considerar qué ocuparía el vacío.

Una solución puede consistir en reformar, para preservarlas, instituciones comunes como la OTAN o la OMC y mantener abiertos los canales —diplomáticos, militares, empresariales, de los niveles de Gobierno regional y municipal, de la sociedad civil— que, más allá de los presidentes, constituyen la base de la confluencia de valores e intereses.

Nada de eso será suficiente si los europeos no arreglan antes su patio interno. Porque solo una Europa fuerte y unida, capaz de proteger a sus ciudadanos, puede hablar de tú a tú con Trump y ejercer su peso para salvar la alianza transatlántica. Solo así estará preparada para, si un día Estados Unidos se desentiende definitivamente del amigo europeo, valerse por sí misma en un mundo hobbesiano de potencias en competición.



Jamileth


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