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Las madres que pierden a tiros a los hijos de Brasil


2018-08-06

Carlos Meneses Sánchez


Sao Paulo, 5 ago (EFE).- "Mamá, me dieron un tiro", así recuerda Bruna da Silva una de las últimas frases que le dijo Marcos Vinícius, de 14 años, antes de morir. Como ella, miles de madres entierran a sus hijos todos los años en Brasil a causa de una violencia tan crónica como devastadora para la juventud.

Marcos iba con el uniforme de la escuela cuando recibió, en junio pasado, un disparo en la espalda de parte, supuestamente, de la Policía en el complejo de favelas de la Maré, en Río de Janeiro.

Era otro día más en la rutina de este joven estudiante, que fue hasta la casa de un amigo para ir juntos al colegio y se encontró en medio de una operación desplegada poco después del asesinato de un agente policial.

"Giraron por la calle donde vivimos y se toparon con un blindado en medio de la calle. No había traficante, no había tiroteo, quien disparó fue la Policía", asegura a Efe su madre, Bruna da Silva, quien viste una camiseta en la que está estampada una fotografía de su pequeño y la frase: "Te amo hijo".

Marcos fue socorrido de urgencia en un ambulatorio cercano, aún consciente.

"Mamá, me dieron un tiro, ¿el blindado no me vio con la ropa de la escuela?, narra Bruna al recordar lo que le dijo su hijo en la clínica.

Necesitaba ser trasladado a un hospital, pero la ambulancia que iba a recogerle fue detenida a la entrada de la comunidad por las autoridades, que "dijeron que no había ningún estudiante" herido, según Bruna, a la que la Justicia le ha negado tratamiento psicológico tras la pérdida de su hijo.

Tras muchas llamadas fue dada una orden para poder auxiliar al joven, pero ya era tarde. Hasta hoy no hay ni detenidos, ni sospechosos, solo otro caso sin resolver.

Brasil alcanzó en 2016 la marca histórica de 62.517 homicidios, de los cuales más de la mitad (33.590) fueron jóvenes de entre 15 y 29 años, según el informe Atlas de la Violencia 2018, elaborado por Ipea, instituto vinculado al Gobierno, y el Fórum Brasileño de Seguridad Pública.

Entre 2006 y 2016, el número de niños y adolescentes asesinados aumentó un 23,3 % para alcanzar en esa década la dramática cifra de 324.967 jóvenes muertos violentamente.

"Toda (la violencia) es contra el joven pobre, negro y de la periferia, no precisa de nada más: es pobre, es negro y de la periferia, y listo, ya está sentenciado a muerte", afirma a Efe Miriam Duarte, de 55 años y una de las impulsoras de la asociación Amparar.

Miriam vive en Sapopemba, en la humilde zona este de la capital paulista, y ha perdido a dos de sus tres hijos cuando apenas tenían 17 años. Los tres se vieron envueltos en el mundo del crimen y pasaron por centros penitenciarios para menores.

El mayor, que tuvo problemas con las drogas, murió en el 2000 por los disparos de un policía jubilado en una tentativa de robo después de que unos agentes corruptos, cuenta Miriam, le exigieran una suma de dinero para continuar en libertad.

Intentaron denunciar pero desistieron: "Teníamos miedo de que les pasase algo a otros familiares".

Tres años después, el más pequeño, también a los 17 años, fue asesinado en una riña de barrio. El tercero de sus hijos cumple una condena de siete años en la cárcel y saldrá a finales de año.

El drama no terminó ahí. También crió a dos de sus sobrinos, uno de los cuales murió a los 21 años víctima de "un tiro en la pierna y después de caer le remataron con un disparo en el corazón", indica Miriam.

"Las madres de la periferia pierden el derecho de ser madres porque sus hijos o son muertos o son presos", sentencia.

"Aquí luchamos todos los días para dormir vivos, para estar vivos todos los días", completa.

A miles de kilómetros de Sao Paulo, en Natal, capital del estado de Río Grande do Norte (nordeste), donde los homicidios contra los jóvenes se han incrementado un 382,2 % entre 2006 e 2016, la violencia también está desbocada.

Erildice da Silva aún no entiende por qué su hermano y su hijo, que contaban con una veintena de años, fueron abordados en junio pasado y ejecutados por desconocidos con disparos en la cabeza cuando se dirigían a una fiesta.

"No debían nada, no bebían, no tenían vicio y los mataron a pesar de todo (...) Hasta hoy nos encontramos sin respuestas. Quedó impune", comenta a Efe Erildice.

Brasil empieza acostumbrarse con una violencia que está acabando, cada día, con miles de jóvenes. Las madres difuntas elevan su voz para intentar detener esta sangría.

Miriam sacó fuerzas para formarse y convertirse en una educadora social para familias castigadas por esta lacra. Bruna aún guarda la camiseta del uniforme de Marcos ("Es lo que me da fuerza") y promete decir "al mundo entero" que "fue la Policía de Río" quien asesinó a su hijo.

"Nuestros muertos tienen voz y nuestros hijos tienen madres", afirma.



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