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Los errores humanos de Emmanuel Macron


2018-12-10

El Mundo

Odiado, acosado, mudo. Macron el admirado, el rompedor, el locuaz está contra las cuerdas. El estadista que hace menos de un mes reunió en París a más de 70 jefes de Estado en el Centenario del Armisticio de la Primera Guerra Mundial es noticia en todos los medios del mundo por una revuelta local. El lugar de la conmemoración, el Arco de Triunfo, fue saqueado hace una semana. Desde ese día Macron no ha abierto la boca. Y ha reculado. Él, que dijo que nunca lo haría y menos ante la violencia.

Los chalecos amarillos, un grupo sin líder ni organización, nacido para protestar por la subida de la tasa del gasoil y sus cuatro sábados de marchas sobre París han cambiado el panorama político. El presidente ha convocado este lunes a las 10.00 horas a los sindicatos y a la patronal para consultarlos y, sobre todo, presentarles las medidas con las que pretende abordar la crisis, la más grave en los diecinueve meses que lleva en el poder. Macron ha confirmado que se dirigirá a la nación por la tarde, concretamente a las 20.00 horas. Este es un repaso a los errores de un político que se creyó Júpiter. Todopoderoso ayer, impotente hoy.

Recaudar 'ecológicamente'

Estamos a finales de 2016. El candidato Macron prepara su programa. Y descubre que la fiscalidad de los carburantes es "el único medio de aumentar los ingresos del Estado con fuerte rendimiento". Lo escribió en un email el especialista en la materia del equipo, Alexis Kohler, hoy secretario general del Elíseo. Se conoce el detalle los 'MacronLeaks', el pirateo de los ordenadores del equipo de campaña. Los expertos advierten que al añadir la tasa del carbono para igualar el precio del gasoil, más contaminante, la suma sería un "poco fuerte", recomiendan que se cree una comisión de expertos y que se busque el consenso.

Una vez elegido, el presidente pasa de consejos. Ha descubierto una medida ecológica que reportará dinero a las arcas públicas para financiar sus bajadas de impuestos. Un chollo. Sus diputados la votan en el presupuesto de 2018 aunque el debate se centra en el impuesto del Patrimonio. Cierto que, también pedían los expertos se acompañan algunas medidas sociales destinada a compensar a los hogares más humildes que ruedan en coches diésel.

Estamos a finales de 2016. El candidato Macron prepara su programa. Y descubre que la fiscalidad de los carburantes es "el único medio de aumentar los ingresos del Estado con fuerte rendimiento". Lo escribió en un email el especialista en la materia del equipo, Alexis Kohler, hoy secretario general del Elíseo. Se conoce el detalle los 'MacronLeaks', el pirateo de los ordenadores del equipo de campaña. Los expertos advierten que al añadir la tasa del carbono para igualar el precio del gasoil, más contaminante, la suma sería un "poco fuerte", recomiendan que se cree una comisión de expertos y que se busque el consenso.Una vez elegido, el presidente pasa de consejos. Ha descubierto una medida ecológica que reportará dinero a las arcas públicas para financiar sus bajadas de impuestos. Un chollo. Sus diputados la votan en el presupuesto de 2018 aunque el debate se centra en el impuesto del Patrimonio. Cierto que, también pedían los expertos se acompañan algunas medidas sociales destinada a compensar a los hogares más humildes que ruedan en coches diésel.

Una victoria mal interpretada

Hace año y medio los franceses eligieron a Emmanuel Macron presidente con el 66% de los votos. Unas semanas después, ratificaron su confianza dando una mayoría absoluta abrumadora a un partido hecho a su medida.

Año y medio después, sólo el 21% le apoya, según el último sondeo, publicado por 'Le Figaro'. Son cinco puntos menos en un mes, lo que dura el conflicto. Es la primera vez que está por debajo del 24% su nivel en la primera vuelta. Y la señal de peligro máximo. Ni siquiera le quedan los más fieles, los que le despaldaron desde el primer día.

Que luego, en la segunda vuelta contra Le Pen se impusiera con rotundidad (66/34) no quiere decir que dos tercios de los franceses respaldaran sus ideas. Simplemente le preferían a él antes que la líder de la ultraderecha.

Su actual nivel de confianza es el que tenía su antecesor, el socialista François Hollande, cuyo crédito se degradó de una manera nunca vista. Su Presidencia fue un desastre. Macron se juró que él sí afrontaría los problemas y nunca se dejaría arrastrar. Al principio, con la oposición noqueada y su imagen intacta, gobernó a placer. Pero esa luna de miel no podía durar. Lo que nadie podría prever es que la bofetada viniera de un grupo tan heterogéneo como los chalecos amarillos. Nadie, desde que el mandato presidencial se acortó de siete a cinco años ha sido capaz de remontar desde tan abajo en los sondeos.

Destino heroico

Macron siempre se ha sentido un hombre sólo. Tras su paso por la Banca Rothschild y una breve militancia en el Partido Socialista, Macron fue llamado al Elíseo como consejero del presidente Hollande y luego promovido a ministro de Hacienda en el Gobierno 'liberal' de Manuel Valls. Ambicioso y más rápido que Valls decidió ser candidato al margen de la marca socialista y su desgastador proceso de primarias. Contra todo pronóstico, apoyándose en las redes sociales, triunfó.

El reverso de la moneda es el poco arraigo político de sus partidarios. Hace unos días, el presidente de Normandía, un centrista, contaba en Le Figaro qué le habían dicho los chalecos amarillos de su región. Una perla: "Al menos con [el presidente Jacques] Chirac y sus consortes, la vieja política tenía una virtud. Los que estaban a la cabeza del Estado, conocían a los franceses". Los partidos, el núcleo de la vieja política tenían una ventaja. La red capilar transmitía hacia arriba lo que veía a ras de tierra. Ningún sondeo sustituye a ese radar.

Macron ha querido actuar rápido y sin las ataduras de un viejo Estado como el francés, repleto de organismos y centros de poder más o menos formales. Ha pasado de sindicatos. Eso ha tenido efectos positivos, y ha logrado sacar adelante reformas necesarias y aplazadas largo tiempo como la laboral. Pero, a la hora de la verdad, se ha encontrado solo. No hay sindicatos ni estancias intermedias entre la calle, al borde de la revuelta y él sólo en el Elíseo, rodeado por un perímetro de seguridad impresionante.

Hace un año, en octubre de 2017, Macron declaró a 'The Guardian': "Creo que nuestro país está al borde de un acantilado y pienso que hay riesgo de que se despeñe. Si no estaríamos en un momento así de trágico en nuestra Historia, yo no habría sido elegido nunca. Yo no estoy hecho para dirigir en tiempos de clama como mis predecesores. Yo estoy hecho para las tempestades". Premonitorio. Veremos cómo saca el capitán el transatlántico 'France' de la tormenta y cuántos náufragos políticos caen por la borda. Eso, suponiendo que el buque, seriamente averiado, no se vaya a pique.

Un político demasiado locuaz

Macron siempre manifestó desprecio por el lenguaje políticamente correcto de la clase gobernante. Se le ve a gusto con la gente. Basta verle en la calle un par de veces para comprobar que le gusta el contacto directo. Aunque le lleven la contraria. Se diría que entonces saca lo mejor de sí mismo. Eso fue una formidable herramienta de comunicación en campaña electoral. Pero el presidente de la República es un rey salido de las urnas. Un monarca con poderes políticos. Y un aura ante los franceses impresionante. Saltarse el protocolo humaniza. Pero puede degradar.

Es lo que le pasó con un estudiante que le llamó Manu". Y al que le dio un repaso sobre el respeto debido. O con un joven que no tenía trabajo de su especialidad y al que animó a reinventarse con una frase desafortunada: "Yo cruzo la calle y encuentro trabajo". O lo que ocurrió con un vídeo de una reunión sobre medidas sociales en el que se le oye diciendo: "La verdad es que ponemos una pasta gansa en medidas sociales y la gente no sale de pobre".

A fuerza de querer ser diferente, moderno y de hablar como la gente normal, se ha hecho una reputación de hombre altivo, chuleta, que habla con desprecio a la gente de abajo. No hay comentarista, analista o reportero que no haya detectado la demanda más esencial de los chalecos amarillos. Respeto. Evidentemente, no es sólo cuestión de modales. Pero también. Muchos franceses modestos y que viven en la periferia del país creen que en París les toman por tontos. Y han dicho basta.

Ceguera de clase

¿Y si no fuera desprecio? Peor, es ignorancia. Gérard Noiriel es un historiador del mundo obrero. En su último libro, analiza el programa de Macron, "Revolución". Y esto es lo que dice: "Me sorprendió constatar que las clases populares no tienen casi ningún espacio. Que un presidente que se supone que tiene que representar a todo el pueblo francés pueda olvidarse hasta ese punto de las clases populares dice mucho de una forma de etnocentrismo que se ha vuelto violentamente contra él. No es propiamente desprecio, sino una ceguera de clase. Él cree que Francia va a salir adelante con 'startups' y nuevas tecnologías. El foso con las clases populares se ha agravado por el hecho de que antes de ser presidente no tenía ninguna experiencia política"

Es un defecto grave. Que además es extensivo a su equipo. Los chalecos amarillos se presentan a sí mismos como "la Francia de abajo". Quizá sea demagógico. De lo que no cabe duda es de que son la Francia periférica. Geográficamente. Y socialmente. Los que tienen empleos precarios o intermitentes. Los que tienen que hacer desplazamientos largos para ir al curro.

Europa no le ha dado aire

La otra parte del contrato que propuso Macron a su votantes dependía de Europa. Una reforma del euro, un Gobierno económico del euro. Para eso necesitaba el apoyo de la canciller alemana.

A cambio de las reformas liberalizadoras en Francia, Alemania debía de abrir la mano. Pero Angela Merkel, pese a la buena relación personal, no ha acudido a la cita. Debilitada por malos resultados, forzada a un Gobierno de coalición, acosada por su derecha, frenada por los países ricos del norte, todo ha quedado en palabrería diplomática.

Hace unos años los franceses rechazaron en referéndum el gran intento de dotar a la Unión Europea de una arquitectura política, la constitución europea. Los holandedeses también.

El intento de lograr un remedio, circunscrito a la Europa del euro ha fracasado. Demasiado tarde. Los trenes no pasan dos veces.

Reformista sin frutos

Aunque el paro ha bajado algo y la situación económica ha mejorado, sus frutos no se perciben en esa Francia de abajo. Hay quien le compara con el último canciller socialdemócrata, Gerhard Schröder. Sus reformas fueron a la larga positivas. Pero quien recogió los réditos políticos fue su sucesor, Angela Merkel.

En estas semanas, Macron se ha jugado su mandato. Si logra salir de la crisis, está por ver si perseverará en su línea de reformas o si se acomodará en la supervivencia política como sus predecesores. De momento, el hombre que se creyó Júpiter, el dios romano que gobernaba a todos los hombres y al resto de los dioses, ha bajado a la tierra. A bofetadas de un grupo de chalecos amarillos.



regina


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