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El populismo pierde impulso en el mundo, pero las democracias siguen en aprietos


2019-01-08

Max Fisher, The New York Times

LONDRES — La presión del presidente Donald Trump para construir un muro en la frontera habla de un problema que los dirigentes populistas están enfrentando en el mundo occidental.

Después de un año de tropiezos, los dirigentes y los partidos populistas están intentando revitalizar su suerte al renovar esa sensación de crisis en la cual florecen. Pero, al igual que la demanda de Trump de un muro fronterizo —que ha provocado una parálisis de los servicios gubernamentales durante dos semanas— esto puede revelar más la debilidad del populismo que su fortaleza.

Las crisis de la inmigración y el terrorismo, que alimentaron el estremecedor ascenso del populismo en 2016, han disminuido. Los populistas han enfrentado resultados desalentadores en las elecciones de Alemania, Estados Unidos y hasta de Polonia, lo cual echa por tierra la imagen de la inevitabilidad de este movimiento y sus pretensiones de representar la verdadera voluntad del pueblo.

Los dirigentes y los partidos populistas de Occidente se han puesto a la defensiva, recurriendo a mensajes cada vez más drásticos de “nosotros contra ellos”. Esta actitud entusiasma a sus seguidores más fervientes. Pero puede ser arriesgado obligar a los votantes a elegir un bando en un momento en que el encanto de la derecha populista está en descenso.

Cas Mudde, politólogo neerlandés e importante investigador del populismo, ha pronosticado que el ascenso meteórico del movimiento se tornará “moderado” e “irregular” en 2019, y que tendrá más tropiezos por delante.

El populismo está lejos de desaparecer. Mantiene su poder en Estados Unidos, en Italia y en unos cuantos países de Europa oriental, así como en algunas minorías parlamentarias importantes en gran parte de Europa occidental, donde los partidos populistas ahora obtienen tranquilamente uno de cada seis votos.

No obstante, sin una crisis que justifique las políticas de línea dura del populismo, su mensaje ha sido reducido a su elemento más básico: la oposición a los ideales liberales de la pluralidad, la multiculturalidad y la cooperación internacional.

El resultado es una nueva fase en la era del populismo, una que pondrá a prueba como nunca antes el encanto del populismo y el de su adversario ideológico: el liberalismo del sistema de posguerra.

Un año difícil

Esta historia que se desenvuelve en las democracias occidentales, puede describirse mejor mediante el drama —aún en desarrollo—de Trump, la parálisis de los servicios gubernamentales y el muro en la frontera.

Dos años después de ganar la presidencia, no se han materializado las amenazas que supuestamente planteaban el terrorismo y la inmigración en Estados Unidos.

La inmigración ilegal continuó su descenso de diez años. Una serie de ataques terroristas perpetrados por el grupo del Estado Islámico ocurrieron antes de que Trump tomara posesión.

Los estadounidenses perdieron el entusiasmo por las políticas estrictas como el prometido muro de Trump en la frontera con México —el cual va mal en las encuestas—. Los republicanos sufrieron una derrota devastadora en las elecciones intermedias. El mensaje divisionista de Trump, en vez de atraer más votantes, los ha alejado.

Sin embargo, los populistas, cuya prosperidad está basada en la lucha contra una amenaza para la existencia, no pueden inclinarse a la voluntad del pueblo con tanta facilidad como los partidos tradicionales. En vez de renunciar a su muro, Trump se ha atrincherado.

Los populistas de Europa tuvieron un año igualmente difícil.

En el Reino Unido, el apoyo al brexit se ha reducido a menos del 50 por ciento. Las encuestas indican que la mayoría de los votantes desea un segundo referendo. Los radicales del brexit en el gobernante Partido Conservador trataron de expulsar a la primera ministra Theresa May por su apoyo a un brexit más suave, pero fracasaron en su intento.

En Alemania se ha frenado el ascenso del partido de ultraderecha Alternativa para Alemania. Le fue peor de lo esperado en las elecciones del estado fronterizo de Baviera, donde la inmigración es un tema importante, y peor aún de lo que fue un año antes.

Cuando el partido de centro-derecha de Baviera intentó apropiarse del mensaje populista y cuestionar a la canciller Angela Merkel por la migración, perdió votos en las elecciones. Merkel sobrevivió, su índice de aprobación repuntó y propuso a una sucesora con una visión política de centro.

Muchos populistas de Occidente están recurriendo a su mensaje de asedio y amenazas, tanto por la visión del mundo paranoica que resulta fundamental para el populismo como por alguna estrategia deliberada.

Los radicales del brexit hacen referencia a las 470 personas que el año pasado cruzaron ilegalmente el canal de la Mancha en barco, una insignificancia en comparación con los cientos de miles que llegaron a Europa en 2015 y 2016. Trump ha afirmado, sin tener pruebas contundentes, que hay caos en la frontera con México.

Sin embargo, dividir el mundo en “nosotros contra ustedes” solo funciona si los votantes desean pertenecer a “nosotros” y oponerse a “ellos”: las élites típicas del sistema y los marginados culturales.

En Europa, muchos más votantes han tenido contacto con los migrantes desde 2016, lo que, según las investigaciones, puede disminuir el temor y el rencor. En Estados Unidos, la economía fortalecida ha debilitado los temores de la competencia económica por parte de los inmigrantes.

El extraño caso de Suecia

Uno de los países que se mencionan con mayor frecuencia como un éxito del populismo durante el año pasado quizás también ponga de manifiesto los retos que enfrenta el movimiento.

El partido populista Demócratas de Suecia obtuvo en septiembre el 17,5 por ciento de los votos, su porcentaje más alto en la historia, en una elección a nivel nacional. Si los populistas pudieron subir tan alto y tan rápido incluso en Suecia, un baluarte del liberalismo, sin duda eso representó un cambio a nivel mundial.

No obstante, las encuestas cuentan otra historia.

El apoyo a los Demócratas de Suecia no ha crecido desde finales de 2015, justo cuando comenzó a disminuir la crisis de los refugiados. Además, el porcentaje de votos de este partido el año pasado solo fue un poco mayor que el de los populistas neerlandeses de ultraderecha en 2017, lo que se había considerado como un fracaso desalentador del movimiento.

Tal vez la experiencia de Suecia sugiera que los populistas de Occidente ascendieron solo por las crisis de los refugiados y del terrorismo y que, como esas crisis se han desvanecido, el populismo se ha estancado en un nivel mucho más bajo que el de las cifras que necesita para conservar el poder de manera sostenible.

Sin embargo, existe otra forma de interpretar casos como el de Suecia: no como un ascenso a la cima del populismo, sino como una ruptura del consenso liberal. Incluso si los populistas llegan al poder solo ocasionalmente, resisten en el cargo y principalmente se concentran en una minoría enojada, el que tengan cualquier participación ya es un cambio radical.

Su ascenso, aun si no avanza mucho más, todavía podría reconfigurar la política occidental en formas que apenas estamos empezando a comprender.

Un atractivo más fuerte

Tal vez los partidos como Demócratas de Suecia y Alternativa para Alemania ya no tengan muchas esperanzas de aprovechar las crisis para obtener un poder verdadero. Sin embargo, parece que existe una oposición latente al liberalismo lo suficientemente fuerte como para que los populistas mantengan una amplia participación en la política.

Las crisis fronterizas, reales o imaginarias, son ideales para este mensaje. Ponen de manifiesto los aspectos del liberalismo más cuestionables para la gente: la promesa de proteger a los extranjeros, las demandas de que los países comprometan su soberanía y el relajamiento de una identidad nacional fija y racialmente definida.

Así que quizás cuando los radicales del brexit o los populistas bávaros apelen a las crisis fronterizas que puedan parecer exageradas, están abordando una inquietud más profunda entre sus bases pequeñas pero comprometidas.

Tal vez eso sea suficiente para mantenerlos dentro de las conversaciones y las legislaturas nacionales. Incluso si los populistas occidentales no avanzan nunca más allá de su máximo de 2016, permanecerán en una posición fuerte para combatir el control del liberalismo de posguerra sobre las democracias occidentales.

El sistema tradicional de partidos se ha derrumbado aun en países como Alemania o Francia, donde tienen el poder los dirigentes de centro. Seva Gunitsky, politólogo de la Universidad de Toronto, ha sostenido que ya se está difuminando la distinción entre democracia y autoritarismo, ahora que hay más dirigentes electos adoptando las herramientas y las tácticas de los dictadores.

Según los investigadores, la democracia liberal de la posguerra sencillamente es un sistema demasiado nuevo para saber si puede sobrevivir a estos retos. Podemos ver el año de 2016 como un destello populista asociado a las crisis puntuales, o como el comienzo de un proceso de debilitamiento paulatino de la democracia liberal desde adentro.

“Para todos los que esperaban un respiro en la ajetreada política de los años anteriores”, escribió Mudde en su evaluación de las expectativas del populismo, “no será en 2019”.



Jamileth


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