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América Latina: vuelta al punto de partida


2020-08-31

Ignacio Fariza | El País

Madrid.- Llueve sobre mojado en América Latina. La recesión causada por la pandemia, la mayor de la que hay registros, es el colofón a un lustro de bajo crecimiento y desacoplamiento de la senda del resto de países emergentes. A finales del año pasado, cuando una pandemia ni de lejos entraba en las matrices de riesgo de Gobiernos y grandes corporaciones, el panorama ya era todo menos halagüeño: la región profundizaba su estancamiento con el menor crecimiento posible (0,1%) y ponía un triste broche a su peor quinquenio económico desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Pero la crisis sanitaria ha terminado de tirar todo por la borda: Latinoamérica y Caribe son hoy el rostro más crudo de la crisis y se exponen a un retroceso de casi dos décadas en sus principales indicadores de desarrollo si las cosas no mejoran pronto.

Finales de 2008. Mientras EE UU y Europa posan sus ojos sobre unas primas de riesgo y unas Bolsas que cotizan una recesión de aúpa, América Latina tiene todos los mimbres para convertirse en la próxima economía de moda. Encadena cinco ejercicios consecutivos de crecimiento y la crisis en ciernes le golpeará en 2009, pero 2010 no solo será boyante: será uno de los mejores de su historia reciente. Son años de vino y rosas a lomos de la bonanza de las materias primas y el tirón de China. La B de Brasil se cuela en el recién nacido acrónimo de las potencias emergentes (BRICS); México parece, por fin, despegar; y Argentina deja atrás el fantasma de 2001. La pobreza cae a rebufo de la mejora de ingresos y de unas políticas sociales redistributivas que se extienden, por primera vez, por los principales países del bloque más desigual del mundo. Las cosas, en fin, empiezan a marchar.

Doce años después, aquel progreso está más en riesgo que nunca. Tras el auge de los productos básicos llegarían años de estancamiento, también en lo social, en los que la combustión de la economía ya emitía un humo gris tirando a negro. En esas llegó el virus, que desplomará el PIB latinoamericano entre un 7,2% (Banco Mundial) y un 9,1% (Cepal) este 2020. Proyecciones que “pueden incluso quedarse cortas”, según Andrés Solimano, del Centro Internacional de Globalización y Desarrollo. Y lo peor es que, en una crisis como esta, desigual por naturaleza, el rejonazo sobre los indicadores sociales será aún mayor: el número de personas bajo el umbral de la pobreza pasará de 185 a 231 millones —casi cuatro de cada 10 latinoamericanos—, una cifra inédita desde 2005, mientras que la pobreza extrema pasará de 68 a 96 millones —algo más del 15% de la población—, siempre según las cifras del brazo de Naciones Unidas para el desarrollo regional.

Aquel lejano boom de materias primas fue algo más que un espejismo en el terreno de las políticas sociales. Varios Gobiernos de la región empezaron a tomarse en serio, por fin, un problema que llevaba años siendo insostenible: enormes bolsas de pobreza, de ciudadanos sin esperanza en el futuro en la que era (y sigue siendo) la región más desigual del planeta. “Se hicieron cosas importantes en desarrollo social, aunque después los progresos se frenasen”, apunta Stephany Griffith-Jones, de la Universidad de Columbia. “Pero con la pandemia… Con la pandemia revertimos casi todo. Es trágico”. El contador social vuelve a cero. “Estamos de vuelta a la primera década de los 2000. Una parte importante de la población ha perdido sus ingresos, y en la mayoría de países no hay seguros sociales y de desempleo”, añade Carlos Marichal, historiador de El Colegio de México.

Hay clichés que, pese a serlo, conviene tener bien presentes para tomar conciencia de la magnitud: la expresión “década perdida” ha vuelto con más fuerza que nunca a los análisis de los economistas más destacados de la región, y eso es un indicador en sí mismo. “Como no tengamos cuidado, esta será la siguiente. Los próximos dos o tres años van a ser muy duros, pero los siguientes también: se junta una crisis de demanda interna con una externa muy fuerte”, apunta Diego Sánchez-Ancochea, de la Universidad de Oxford. “Y el riesgo real es que sean dos las décadas perdidas, no solo una”, completa Juan Carlos Moreno Brid, de la UNAM. Isabel Saint de Malo, exvicepresidenta y excanciller panameña y consultora del PNUD, se queda en el punto medio: el regreso, dice, puede ser de 15 años… “o más, si no se toman medidas pronto”.

El vuelo del avión latinoamericano depende, a grandes rasgos, del empuje de tres motores: materias primas (productos del campo, energía y metales: las tres cuartas partes de las exportaciones del bloque), servicios (turismo incluido) y remesas (el dinero que envían los emigrantes a sus familias, una partida que no ha dejado de crecer en la última década). El primero ha sufrido un duro varapalo: no hay problema en depender de las commodities cuando el comercio internacional está bien engrasado, pero cuando vienen curvas es la primera costura en saltar. El segundo, el sector terciario, es el gran perdedor de una pandemia que invita, ante todo, a abandonar el contacto físico y los desplazamientos: la afluencia de visitantes sigue bajo mínimos, cebándose particularmente con las pequeñas economías del Caribe subordinadas al turismo. Solo el tercer motor —las remesas— aguanta el tirón y se erige, junto con el gasto público, en única y exigua muleta de la región.

“Si estamos siendo tan golpeados ahora es, también, por la inercia tan negativa que traíamos. El modelo de exportación de materias primas es frágil, sobre todo si no se añade valor”, esboza Gabriela Dutrénit, de la UAM-Xochimilco. Tras años de promesas de diversificación, y a pesar de que las políticas industriales y de desarrollo productivo no han dejado de ganar adeptos en el debate académico —que no en el político—, los resultados son cuando menos discretos: América Latina sigue en las mismas.

La caída de la renta per cápita de este año, mayor incluso que la de Europa occidental, echará el reloj atrás una década. Pero el deterioro de los indicadores de pobreza y desigualdad será aún mayor: si esta crisis se distingue por algo es precisamente por cebarse con el eslabón más débil en unas sociedades, las latinoamericanas, muy estratificadas y de escasa movilidad social. El desempleo subirá hasta el 13,5%, más incluso que durante la crisis financiera, pero en una región en la que la mitad de la población trabaja en la informalidad, sin ningún tipo de soporte legal ni protección, esa es solo una pequeña parte de la foto.

Ventas exteriores a la baja

Las exportaciones de la región bailan al compás del comercio mundial. Y, en plena pandemia, sufren por la ralentización de los in tercambios: con el petróleo en caída libre en el segundo trimestre del año (el Brent pasó de casi 70 a 20 dólares) y los minerales y los productos del campo dejándose un 6%, la Cepal prevé una caída del 23% del valor de las ventas exteriores.

Las cuarentenas, más laxas pero mucho más largas que en Europa y EE UU, han dejado a millones de latinoamericanos sin ingresos durante semanas. Y, pese a los subsidios de emergencia aprobados por algunos Gobiernos, casi todos ellos han tenido que echar mano de ahorros para sobrevivir. “La pandemia exhi­be, en realidad, la debilidad de los Estados de bienestar latinoamericanos”, apuntan al unísono Moreno-Brid y Solimano. “El éxito del discurso antiimpuestos ha creado un círculo vicioso que cierra las posibilidades de políticas públicas. A la resistencia de las élites se ha sumado que muchos votantes medios han comprado el discurso de que una subida de impuestos es negativa”, critica Sánchez-Ancochea.

Vaso medio lleno

A pesar de los pesares, que son muchos, algunas notas invitan a un ligero optimismo. En el terreno financiero está el gran contraste con el pasado: tras las severas caídas iniciales para todas las monedas latinoamericanas, la sangría se ha frenado en las últimas semanas. Y, a diferencia de lo que ocurrió en la Gran Recesión (del mundo rico) de 2008 y en la crisis de la deuda latinoamericana de los ochenta, el cerrojazo de los mercados de deuda se ha contado en semanas y no en años. “Es sorprendente y positivo”, desgrana Ricardo Navarro, jefe de banca de inversión para la región del banco brasileño Itaú. “No vemos una crisis sistémica, y aunque dos de los tres defaults mundiales de este año son de países latinoamericanos [Argentina y Ecuador], podemos dar este capítulo prácticamente por cerrado”, completa Gorky Urquieta, que cogestiona 21,000 millones de dólares en países emergentes en Neuberger Berman.

La estabilidad financiera parece garantizada a corto plazo —nadie tiene en su hoja de ruta un hundimiento total y eso, en una región que durante años salía a una crisis por década, ya es mucho—, los bancos están más capitalizados que en el pasado y los tipos de interés ultrabajos son el mejor salvavidas: con los bonos rentando cero (o negativo) en medio mundo, cualquier alternativa que ofrezca intereses, incluso si es a costa de asumir más riesgos, hace brillar los ojos de los inversores. Unos mercados inundados de liquidez son, en fin, caviar para los oídos de la región. No solo para el sector público: la mayoría de grandes empresas también han podido esquivar la quiebra. “Han logrado proteger su caja y han podido reorganizar y posponer pagos”, subraya Gustavo Méndez, de Deloitte. “El problema lo tienen las pymes”. De nuevo, la cuerda se rompe por el lado más frágil.

La salida de capitales, disparada durante lo más duro de la pandemia, es historia y la inversión extranjera también regresa poco a poco. “Los precios ligeramente más altos de las materias primas ahora [tras el hundimiento de marzo] y el dólar débil dan para pensar que la recuperación será algo más rápida de lo que veíamos hace unos meses”, cierra Navarro. “En marzo y abril se veía todo muy negativo, y ahora se empiezan a percibir algunos vientos de cola”. Algo de luz entre tantas sombras; un rayo de esperanza tras una racha aciaga para una región que necesita volver a crecer, y rápido, para suturar sus profundísimas brechas sociales. “Si no hay una recuperación rápida de la economía, la pobreza se enquistará de nuevo”, zanja José Luis Machinea, expresidente del Banco Central de la República Argentina. “Ese es el riesgo: que este retroceso no sea un bache coyuntural, sino que se convierta en algo estructural”.

Las remesas aguantan el tipo

El Banco Mundial soltó la bomba a mediados de abril, con los confinamientos ya en marcha y las peores previsiones económicas en mente: los envíos de dinero de migrantes a sus familias, decía, se desplomarían un 20% en un año atravesado por la pandemia. La cifra era para echarse a temblar: millones de latinoamericanos, especialmente en México y Centroamérica, dependen íntegramente de lo que les envían sus familiares en Norteamérica o España. Al drama humanitario de la crisis había que sumar una nueva derivada. Cuatro meses después, sin embargo, el panorama es otro, bastante distinto del dibujado en primavera: tras el batacazo de abril, cuando muchos migrantes no pudieron salir de sus casas para enviar dinero a sus países de origen, en mayo, junio y julio -en este último caso los datos son todavía parciales- las cifras han regresado a niveles muy cercanos a los que lucían antes de la pandemia. Son varias las causas que están detrás de esta enorme capacidad de resistencia ante la dentellada de la crisis económica sobre los empleos -y los ingresos- de los emigrados, según todos los especialistas consultados. Primero, la disposición de los migrantes a ponerse en la piel de sus familiares y a enviar más dinero cuando vienen curvas. Segundo, unos tipos de cambio muy favorables de las principales monedas de la región, cuya debilidad frente al euro y al dólar es un incentivo más para aprovechar y enviar más de lo que tenían previsto. Y tercero, y más importante, la capacidad de ahorro acumulada en los últimos años, con el desempleo en EE UU en mínimos de cinco décadas. Las remesas esboza Alejandro Canales, de la Universidad de Guadalajara (México) “van viento en popa”. Es cierto que tienen una respuesta retardada a los ciclos económicos, y que eso puede hacer que se resientan a medio plazo. Pero, a diferencia de la crisis de 2008, esta vez la expectativa económica es mala pero temporal y el horizonte de recuperación de los ingresos es mucho más corto”. “Hay”, completa Manuel Orozco, de Creative Associates, “un claro elemento de lección aprendida: desde la crisis financiera de 2009 los emigrantes han ahorrado más que nunca antes y ahora pueden seguir enviando dinero a sus familias”. Incluso con el paro en EE UU picando al alza, las remesas hacia países de América Latina ya regresaron en junio y julio a tasas positivas. Orozco cree que la caída no pasará del 3% a final de año, muy lejos de los lúgubres pronósticos iniciales, y Canales eleva ligeramente ese número hasta el 5%. “Nos sorprende, pero solo en parte. Es algo que ya hemos visto en anteriores crisis y en catástrofes naturales: comprenden que su ayuda es imprescindible y siguen enviando todo lo que pueden”, subraya René Maldonado, coordinador del programa de Remesas e Inclusión Financiera del Cemla, un ente que engloba a los principales bancos centrales latinoamericanas. Las noticias en este frente son alentadoras, pero Ramón Casilda, del IEB y coordinador del estudio Consenso latinoamericano 2020, una hoja de ruta para que América Latina salga no solo del agujero de la pandemia y el estancamiento, prefiere tomar con un grano de sal su efecto en la foto completa de la región: “Está muy bien que sigan entrando remesas, pero en absoluto pueden ser un pilar de la recuperación”.



Jamileth


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