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Riesgos de una derecha sin partido


2021-05-22

Jorge Zepeda Patterson, El País

La pobreza que exhibe hoy el PAN entraña un enorme riesgo para la estabilidad del sistema político. La condición para que opere una democracia electoral es que los votos expresen las posiciones políticas e ideológicas que realmente existen en la sociedad en su conjunto. Y allí es donde la puerca tuerce el rabo: en este momento la derecha y la centro derecha en México carecen de una representación orgánica que les arrope cabalmente en la contienda electoral. Y eso, insisto, constituye un factor potencial de desestabilización. Como el agua, toda inconformidad permanente que no encuentre una salida natural (en este caso, la disputa por el poder en las urnas) buscará otras vías. Y, desde luego, nadie puede poner en duda que existe una inconformidad abierta y aguda por parte de actores políticos, poderes de facto y sectores sociales medios y urbanos en contra del obradorismo y su intento de cambiar el régimen.

La resistencia a la 4T no debería espantar a nadie. Más allá de aciertos o desaciertos, las propuestas del Gobierno suponen un giro en el timón que afecta intereses, visiones de país e incluso concepción del mundo. La discrepancia es un fenómeno natural y aceptable en toda sociedad moderna, particularmente en momentos de transición. El peligro es que tales discrepancias no se vean reflejadas en los partidos que se disputan legalmente el poder. Me temo que algo como eso comienza a suceder con la derecha, como bien pudo haber sucedido con la izquierda hace tres años y el triunfo de Morena de alguna manera evitó.

En esta columna he argumentado que la presencia de López Obrador en la boleta electoral en 2018 neutralizó, al menos por unos años, potenciales brotes de inestabilidad, al canalizar por la vía electoral la rabia y el desencanto popular que habían provocado los gobiernos del PRI y el PAN, y en general, el estado actual de las cosas. Hoy podrá debatirse si el obradorismo es realmente un movimiento de izquierda o no, pero lo cierto es que ofreció una vía orgánica a los extendidos sentimientos de hartazgo de los muchos que exigían un cambio. Que se esté logrando o no podría estar sujeto a la polémica, pero lo cierto es que el apoyo popular del que goza el presidente, según todas las encuestas, muestra que la base social portadora de la inconformidad aún percibe que el personaje instalado en Palacio Nacional habla en su nombre.

La pregunta es: ¿la derecha, los empresarios, los conservadores, las clases medias que con razón o sin ella se sienten lastimadas por la Administración, perciben que un partido político habla en su nombre? Me temo que no mucho. Según los sondeos, el PAN atrae una intención de voto que ronda un 15% y supongo que buena parte de ella responde al hecho de que no hay otra opción política real para esta inconformidad.

Históricamente, el PAN jugó un papel fundamental al final del siglo XX durante la transición democrática, gracias a que sus banderas y prácticas políticas ofrecieron una alternativa electoral a los sectores sociales inconformes con el PRI. Tuvo la capacidad de dar entrada, sobre todo en el norte del país, a empresarios medianos y grandes, como Manuel Clouthier, Fernando Canales Clariond, Alberto Cárdenas Jiménez, el propio Vicente Fox y muchos otros. Sin haber tenido una militancia política previa encontraron en el blanquiazul la posibilidad de expresar su insatisfacción y posibilitaron una alternancia a través de las urnas. Hoy no está sucediendo eso, ni con los empresarios ni con otros sectores sociales. En otros países de América del Sur las fuerzas políticas, en ocasiones, han abrevado en las filas académicas para extraer figuras capaces de refrescar a sus cuadros. Es el caso, en su momento, de Alberto Fujimori en Perú o de Fernando Henrique Cardoso en Brasil; pero las inclinaciones intelectuales del PAN no parecen caminar en esa dirección.

La incapacidad del PAN para convertirse en vehículo efectivo de la inconformidad contra la 4T me parece que reside en dos factores. Por un lado, la mezquindad de los actuales cuadros para ceder posiciones, prebendas y poder que otorga el control de la estructura del partido, candidaturas, curules y escaños, como sí lo hicieron en los ochenta y noventa, Madero, H. Álvarez y Castillo Peraza. Basta ver las listas de candidatos plurinominales para el Congreso, con los apellidos de siempre, para darse cuenta de la escasa disposición de las élites del partido para nutrir sus filas desde la sociedad civil.

El segundo factor tiene que ver con el escaso atractivo que en este momento tienen las banderas del PAN para esos posibles líderes alternativos. No solo se trata de que las dirigencias no están dispuestas a perder posiciones claves a manos de Claudio X González o Gustavo de Hoyos, principales cabezas del movimiento de oposición en este momento; sobre todo se trata de que tampoco ellos encuentran muy apetecible identificarse exclusivamente con lo que hoy representa este partido.

Doce años de gobiernos panistas dejaron una imagen deslavada de la supuesta honestidad y eficiencia del partido conservador. El PAN no solo no renovó a sus cuadros, tampoco sus propuestas para el México post tsunami que deja el revolcón que representa el ascenso de AMLO al poder. La agenda del PAN fue atractiva para oponerse a los excesos estatistas y la corrupción del PRI hace 30 años; pero hoy no tiene una respuesta frente al enorme déficit de justicia social, desigualdad, inseguridad pública y corrupción. Bien o mal, Morena sigue siendo el único partido que ofrece una mirada explícita y un programa de cara a estas reivindicaciones populares o, por lo menos, así lo percibe buena parte del electorado.

“Sí por México”, la alianza multipartidista acordada para las elecciones del próximo mes, confirma la orfandad partidista que experimenta la oposición. Constituye una alternativa coyuntural, carente de propuestas y programas salvo la consigna de detener el avance de la 4T. Sirve para un instante, pero no resuelve el problema de fondo. Ayuda a dañar al adversario, pero resulta muy pobre para construir otro camino. Y, en todo caso, deja pendiente el tema de fondo sobre la carencia de un vehículo partidista de la oposición real. Peor aún, deja en el aire una pregunta inquietante: ¿y si no tiene éxito esta alianza momentánea en las urnas, qué vías asumirá la inconformidad para expresarse al margen de los partidos de hoy? ¿Fundar uno nuevo? ¿Tomar el cascarón de alguno de los existentes? ¿Operar al margen de las opciones electorales? Algunas respuestas son razonables, otras podrían quitar el sueño.



JMRS


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