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Jóvenes hablan de efectos de pandemia, 1 año después


2021-06-30

Por MARTHA IRVINE

Una joven en California, recién vacunada, sonríe y hace el signo de paz mientras posa para una foto con sus amigos. Se siente extraña, pero jubilosa sin su mascarilla.

En Australia, una niña juega con el perro que la familia adquirió en medio del encierro del año pasado. Apenas recientemente, tuvo que quedarse en casa de nuevo debido a un brote de coronavirus en las cercanías.

Un niño en un área remota del norte de Canadá, ahora un adolescente, siente alivio cuando se arremanga la camiseta para recibir la inyección.

Un adolescente en Ruanda que quería ser soldado cambió de parecer. La pandemia, dice, le ha mostrad una manera diferente de ayudar al mundo.

Son parte de un grupo de jóvenes con los que The Associated Press habló inicialmente el año pasado, cuando la pandemia comenzaba a extenderse por el mundo. Recientemente, la AP volvió a contactarlos para ver cómo estaban, y cómo los ha afectado la crisis global.

Han extrañado muchísimo a sus amigos. Han tenido problemas para mantenerse motivados y concentrarse en las tareas escolares desde casa, si tenían acceso a sus estudios. La mayoría siguen esperando la oportunidad de vacunarse, pero quieren hacerlo.

Están deseosos y felices y frustrados y esperanzados, al parecer todo al mismo tiempo. Pero dicen que la pandemia les ha dado resistencia y un aprecio por las cosas pequeñas.

“Me estoy dando cuenta de que ... si existe una oportunidad para crear recuerdos, tienes que hacerlo porque esa oportunidad pudiera desaparecer”, dijo Michaela Seah, la joven en California.

En marzo del 2020, Michaela estaba en aislamiento en su dormitorio en Palo Alto, al sur de San Francisco. Enferma con fiebre, se quedó allí por dos semanas para proteger a su familia. Se sintió sola, dijo. Pero nadie más se enfermó.

Poco más de un año después, cruzó el escenario en la Escuela Secundaria Palo Alto para recibir su diploma. A inicios del 2022, comenzará su primer año en La Universidad de Nueva York con un semestre en Paris.

“Es un salto grande”, dijo la joven de 18 años. Se siente nerviosa, pero también excitada por empezar ese nuevo capítulo.

El gozo de reintegrarse al mundo — especialmente reunirse con sus amigos y familiares — ha sido un tema universal para los jóvenes que han podido hacerlo. “Estar con ellos, abrazarlos”, dijo Elena Maria Moretti, una niña de 12 años en Roma. El año pasado, ella estaba bailando hip-hop a solas en su dormitorio y desinfectando los paquetes que recibía la familia. Italia fue uno de los primeros países en sufrir enormes números de muertes debido al COVID.19.

Ahora, luciendo sus mascarillas, ella y sus amigos pueden caminar juntos a la escuela y visitarse. Estar separada de ellos — varada en su apartamento por tanto tiempo — fue “feo”, dijo.

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No todo el mundo se siente liberado. Aunque los números de casos y muertes están cayendo en algunas partes del mundo, la pandemia continúa azotando en otras, especialmente en zonas con grandes poblaciones y menor acceso a las vacunas.

En Nueva Delhi, India, los hermanos Advait y Uddhav Sanweria han estado albergados en casa durante meses. Este año, una segunda ola de infecciones causó 230,000 muertes en el país en cuatro meses.

“Pensábamos que toda la humanidad se iba a acabar”, dijo Advait, de 10 años, en una entrevista en video grabada recientemente para la AP por los padres de los muchachos. “Y la Tierra iba a ser nada más que una esfera vacía llega de cadáveres”.

Uddhav, de 9 años, sigue temiendo por su familia, especialmente sus abuelos, que han conseguido hasta ahora mantener la salud.

Los niños, un par jovial que lucha y juega cricket en la sala de la casa, hablaron de sus esperanzas de vacunas gratis, aunque son demasiado jóvenes para vacunarse. El primer ministro indio Narendra Modi ha anunciado ahora un plan para distribuir vacunas gratis, en un esfuerzo para vacunar a todo el país para el final del año.

En Brasil, donde los casos de coronavirus siguen aumentando, Manuela Salomão, de 16 años, expresó su frustración con el presidente Jair Bolsonaro, cuyo gobierno desaprovechó reiteradamente oportunidades de adquirir vacunas.

“La pandemia no fue fácil para mucha gente en Brasil. Muchos perdieron sus empleos y no podían mantener distanciamiento social porque tenían que ganarse el sustento”, dijo Manuela, que vive en Sao Paulo.

“¿Morir de hambre o de COVID? Eso es muy duro”.

La pandemia le ha hecho crecer más rápidamente, dice, para adquirir mayor empatía, pensar de manera más crítica y estudiar aún más.

En Melbourne, Australia, Niki Jolene Berghamre-Davis, de 12 años, acaba de finalizar dos semanas de encierro. Su única compañía han sido su familia y su perro Bailey, y ha aprendido a tocar el clarinete. Dice que la escuela por internet la ayudó a volverse más independiente.

Niki trata de no molestarse por los encierros y las restricciones de Australia a los viajes internacionales. Ella sabe que muchos otros países la han pasado peor y se siente agradecida de que Australia ha salido de la pandemia relativamente ilesa.

“Yo me sentiría realmente feliz de pasarme un tiempo fuera”, dijo. Suecia, donde tiene familiares, sería su primer destino. Ella los extraña mucho.

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De ciertas formas, la vida normal ha regresado para Tresor Ndizihiwe, un niño de 13 años en Kigali, Ruanda. Puede volver a jugar al fútbol con sus amigos. Puede ahora ayudar a su madre a traer comida de los mercados locales: plátano, patata y otros alimentos básicos.

Pero regresar a la escuela no fue fácil. Primero, se enteró de lo terrible que había sido el COVID-19 y cómo su madre había tratado de protegerlo de las realidades. Además se ha rezagado en sus estudios porque no tenía computadora ni TV para acceder a las clases durante el encierro.

Tresor está resuelto a ponerse al día y se pasa además tiempo ayudando a sus hermanos menores a leer. Cuando la AP habló con él inicialmente en abril del 2020, Tresor dijo que quería ser soldado.

Ahora el niño, que era uno d ellos mejores estudiantes en su clase antes de la pandemia, planea ser médico, “así si ocurre otra pandemia, podré ayudar”.

Está feliz de que su madre, que es maestra, se vacunó, y él espera pacientemente su turno.

En Nunavut, un territorio en el extremo norte de Canadá, Owen Watson, de 13 años, había esperado que la lejanía de su región los protegiese a todos.

El año pasado grabó un video para la AP, luciendo una parka y un gorro de la NASA mientras mostraba su escuela cerrada y el área de juegos, aún con nieve al final de la primavera. Durante meses, en parte por los encierros ocasionales y las estrictas prohibiciones de viajes, la pequeña ciudad capital en la que vive, Iqaluit, no registró casos de COVID-19. Eso cambió este abril.

“Se puso de miedo”, dijo Owen. Las autoridades de salud allí temieron que el virus se diseminase rápidamente, toda vez que las comunidades inuit pueden ser más vulnerables.

Owen respiró aliviado cuando sus padres se vacunaron. Entonces este mes, aún luciendo su gorro de la NASA, recibió la primera de dos dosis de la vacuna de Pfizer, recién aprobada para personas de su edad en algunos países.

“Me siento un poco más tranquilo ahora”, dijo. Pero queda el temor subyacente de que no seguirá así.

Ese también fue un sentimiento común entre los adolescentes entrevistados por la AP.

No es solamente el temor de otra pandemia. Para Freddie Golden, un joven de 17 años en Chicago, el estado del mundo es abrumador de muchas maneras. Como joven negro, vio con gran pesar las noticias el año pasado de la muerte de George Floyd y de otros a manos de la policía.

“Quiero vivir de una forma buena, no donde cosas malas continuamente me golpean”, dijo Freddie, que comienza su último año en la secundaria North Lawndale College Preparatory en Chicago en unas pocas semanas.

Su mamá, Wilonda Cannon, vio a su hijo batallar emocionalmente el año pasado, pero también lo vio convertirse en hombre, con hombros anchos y voz profunda. Fue un recordatorio, dice ella, de que incluso cuando la vida se paralizo de muchas formas, el tiempo prosigue.

“Mi familia, especialmente mi mamá, me ayudó”, dijo Freddie, que ahora se siente más preparado para enfrentar el mundo.

Su objetivo principal es ser ingeniero — “para cambiar el mundo con tecnología” — y jugar baloncesto en la universidad. Tiene la mira en Howard University, en Washington.

“Siento que para los chicos de mi edad ... en todo el mundo, ha sido una situación estresante, dura”, dice. “Pero siento que todos podemos proseguir. Podemos hacerlo. Simplemente tenemos que seguir adelante”.

“Siento que merecemos ser felices”.



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