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Cómo Nadal cambió al tenis y a España


2022-02-01

Sebastián Fest | The Washington Post

Sebastián Fest es corresponsal del diario ‘El Mundo’ para el Cono Sur y editor jefe de ‘Around the Rings’. Autor del libro ‘Sin Red’, sobre los tenistas Roger Federer y Rafael Nadal.

Cuando me piden una palabra para definir a Rafael Nadal, el primer tenista en ganar 21 torneos de Grand Slam en la categoría individual masculina, la opción que más me convence es: respeto.

Toda la carrera del español ha girado en torno a ese concepto: es tanto el respeto que siente por lo que hace que termina impregnando a sus rivales y al propio deporte. También a España, un país que históricamente fue victimista y al que Nadal ha ido alejando progresivamente de las visiones conspirativas y del temor por el mundo exterior. No estuvo solo: también ayudaron en ese camino la selección de fútbol, el baloncestista Pau Gasol y el piloto Fernando Alonso, entre otros. Pero nadie tuvo la persistencia de Nadal, que lleva 18 años de éxitos e influencia positiva sobre sus compatriotas.

Nadal respeta a su deporte, a sus instrumentos de trabajo, a sus rivales, a los torneos que juega y a los países que visita. Pocos deportistas han sido tan consistentes en ese sentido. Es también probable que nadie en la historia del tenis haya dicho más veces “gracias” que Nadal: a los recogepelotas, a los asistentes, a los periodistas, a sus rivales, a los jueces de silla, a los patrocinadores.

El respeto de Nadal se expresa también en que jamás ha arrojado ni destrozado una raqueta, algo bastante común en el circuito de tenis y a lo que incluso el suizo Roger Federer, su eterno rival, no ha escapado. No fue el caso de Nadal, educado en una disciplina cuasi prusiana por su tío Toni, su entrenador hasta hace unos pocos años.

Otro reflejo es la forma en que trata a sus rivales. No hay dudas de que enfrentarlo es un infierno, pero antes y después del partido hay un profundo amor al tenis —al deporte en general— en el que el español destaca como quizás ningún otro de sus compañeros. Siempre dedica un tiempo para consolar al derrotado en una gran final, nunca humilla al que ya está hundido por el tropiezo deportivo. Y juega cada partido como si fuera una final, no importa de qué torneo se trate.

Fue esta personalidad, sumada a la de Federer, lo que creó un periodo de amistad y paz en el circuito de tenis mundial, lo cual no era en absoluto habitual en décadas previas, cuando dominaban John McEnroe, Jimmy Connors, Ivan Lendl o Boris Becker. Alguna vez hubo un chisporroteo público entre Nadal y Federer, pero duró muy poco. El sucesor de aquellos jugadores de personalidad dura y difícil, con otras características, pero con un fondo en común, es Novak Djokovic. El serbio protagonizó un asombroso culebrón político-deportivo-legal por su insistencia en no vacunarse contra el COVID-19, lo que le valió ser deportado de Australia y le quitó la posibilidad de luchar por ser el primero en ganar 21 títulos de Grand Slam en la categoría individual masculina.

Tras el épico triunfo del español sobre el ruso Daniil Medvedev en la final del Abierto de Australia, una frase repleta de ironía comenzó a circular en las redes sociales: Nadal le enseña a Djokovic que las vacunas sí funcionan.

Aunque hay quienes apoyan a Djokovic, está claro que los "chicos malos" ya no son bien vistos hoy. Son la excepción, no la regla. El ADN del tenis mutó con la rivalidad y la amistad de Nadal y Federer. Y no solo el del tenis, también el de España.

El país vivió por mucho tiempo atenazado por un complejo de inferioridad cuando miraba más allá de sus fronteras. Y siguió haciéndolo hasta épocas muy recientes, algo llamativo porque la España de las últimas cuatro décadas es una historia de éxito: salió de la dictadura franquista para desarrollarse económica, cultural y socialmente.

En ese contexto, Nadal les mostró a sus compatriotas que el extranjero no tiene por qué ser un terreno hostil. Un ejemplo es el de Francia, un país enfrentado durante siglos con España. El público francés “es frío con Rafa”, decían los medios españoles en su momento. “No lo quieren”. Así fue año tras año. Mientras eso sucedía, Nadal no dejaba de acumular éxitos en ese país.

Y aunque es cierto que Nadal tuvo algún que otro encontronazo con el torneo, su público e incluso una exministra de Deportes francesa que lo acusó de doping, siempre buscó bajarle el perfil a esas situaciones y dedicarse a lo que mejor sabe hacer: jugar y ganar. Esa combinación lo llevó a sumar 13 títulos en Roland Garros, algo que años atrás era sencillamente una locura imaginar en el tenis.

Nadal, como líder de la extraordinaria camada de deportistas heredera de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, le enseñó también a los españoles que la mente es más poderosa que el físico, algo para lo que contó con la inestimable colaboración de la selección de fútbol, campeona del Mundial de Sudáfrica 2010 y de la Eurocopa en 2008 y 2012.

Durante décadas, la selección española llevó el apodo de “La Furia”, símbolo de un fútbol aguerrido y poco dado a la sutileza. Las selecciones que dirigieron Luis Aragonés y Vicente del Bosque les demostraron a los españoles que se podía jugar de otra manera y ganar, que el país no estaba condenado a mostrarse al mundo como una nación furiosa y permanentemente obligada a exhibir su virilidad.

Nike, patrocinador de Nadal desde siempre, le eligió hace ya muchos años un toro como símbolo. Y aunque es cierto que sería una buena manera de describir parte de su juego y su hambre competitiva, a esta altura es un símbolo reduccionista. Nadal, junto a otros referentes, le enseñó a España que el país es mucho más que un toro, que su fuerza reside sobre todo en la inteligencia y el saber hacer. Hay que respetar a los demás, pero también respetarse a uno mismo. Vale para el tenis, vale para España, vale para la vida.

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Cómo Nadal cambió al tenis y a España


N.R.- //   Rafael Nadal

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Sebastián Fest, The Washington Post

Sebastián Fest es corresponsal del diario ‘El Mundo’ para el Cono Sur y editor jefe de ‘Around the Rings’. Autor del libro ‘Sin Red’, sobre los tenistas Roger Federer y Rafael Nadal.

Cuando me piden una palabra para definir a Rafael Nadal, el primer tenista en ganar 21 torneos de Grand Slam en la categoría individual masculina, la opción que más me convence es: respeto.

Toda la carrera del español ha girado en torno a ese concepto: es tanto el respeto que siente por lo que hace que termina impregnando a sus rivales y al propio deporte. También a España, un país que históricamente fue victimista y al que Nadal ha ido alejando progresivamente de las visiones conspirativas y del temor por el mundo exterior. No estuvo solo: también ayudaron en ese camino la selección de fútbol, el baloncestista Pau Gasol y el piloto Fernando Alonso, entre otros. Pero nadie tuvo la persistencia de Nadal, que lleva 18 años de éxitos e influencia positiva sobre sus compatriotas.

Nadal respeta a su deporte, a sus instrumentos de trabajo, a sus rivales, a los torneos que juega y a los países que visita. Pocos deportistas han sido tan consistentes en ese sentido. Es también probable que nadie en la historia del tenis haya dicho más veces “gracias” que Nadal: a los recogepelotas, a los asistentes, a los periodistas, a sus rivales, a los jueces de silla, a los patrocinadores.

El respeto de Nadal se expresa también en que jamás ha arrojado ni destrozado una raqueta, algo bastante común en el circuito de tenis y a lo que incluso el suizo Roger Federer, su eterno rival, no ha escapado. No fue el caso de Nadal, educado en una disciplina cuasi prusiana por su tío Toni, su entrenador hasta hace unos pocos años.

Otro reflejo es la forma en que trata a sus rivales. No hay dudas de que enfrentarlo es un infierno, pero antes y después del partido hay un profundo amor al tenis —al deporte en general— en el que el español destaca como quizás ningún otro de sus compañeros. Siempre dedica un tiempo para consolar al derrotado en una gran final, nunca humilla al que ya está hundido por el tropiezo deportivo. Y juega cada partido como si fuera una final, no importa de qué torneo se trate.

Fue esta personalidad, sumada a la de Federer, lo que creó un periodo de amistad y paz en el circuito de tenis mundial, lo cual no era en absoluto habitual en décadas previas, cuando dominaban John McEnroe, Jimmy Connors, Ivan Lendl o Boris Becker. Alguna vez hubo un chisporroteo público entre Nadal y Federer, pero duró muy poco. El sucesor de aquellos jugadores de personalidad dura y difícil, con otras características, pero con un fondo en común, es Novak Djokovic. El serbio protagonizó un asombroso culebrón político-deportivo-legal por su insistencia en no vacunarse contra el COVID-19, lo que le valió ser deportado de Australia y le quitó la posibilidad de luchar por ser el primero en ganar 21 títulos de Grand Slam en la categoría individual masculina.

Tras el épico triunfo del español sobre el ruso Daniil Medvedev en la final del Abierto de Australia, una frase repleta de ironía comenzó a circular en las redes sociales: Nadal le enseña a Djokovic que las vacunas sí funcionan.

Aunque hay quienes apoyan a Djokovic, está claro que los "chicos malos" ya no son bien vistos hoy. Son la excepción, no la regla. El ADN del tenis mutó con la rivalidad y la amistad de Nadal y Federer. Y no solo el del tenis, también el de España.

El país vivió por mucho tiempo atenazado por un complejo de inferioridad cuando miraba más allá de sus fronteras. Y siguió haciéndolo hasta épocas muy recientes, algo llamativo porque la España de las últimas cuatro décadas es una historia de éxito: salió de la dictadura franquista para desarrollarse económica, cultural y socialmente.

En ese contexto, Nadal les mostró a sus compatriotas que el extranjero no tiene por qué ser un terreno hostil. Un ejemplo es el de Francia, un país enfrentado durante siglos con España. El público francés “es frío con Rafa”, decían los medios españoles en su momento. “No lo quieren”. Así fue año tras año. Mientras eso sucedía, Nadal no dejaba de acumular éxitos en ese país.

Y aunque es cierto que Nadal tuvo algún que otro encontronazo con el torneo, su público e incluso una exministra de Deportes francesa que lo acusó de doping, siempre buscó bajarle el perfil a esas situaciones y dedicarse a lo que mejor sabe hacer: jugar y ganar. Esa combinación lo llevó a sumar 13 títulos en Roland Garros, algo que años atrás era sencillamente una locura imaginar en el tenis.

Nadal, como líder de la extraordinaria camada de deportistas heredera de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, le enseñó también a los españoles que la mente es más poderosa que el físico, algo para lo que contó con la inestimable colaboración de la selección de fútbol, campeona del Mundial de Sudáfrica 2010 y de la Eurocopa en 2008 y 2012.

Durante décadas, la selección española llevó el apodo de “La Furia”, símbolo de un fútbol aguerrido y poco dado a la sutileza. Las selecciones que dirigieron Luis Aragonés y Vicente del Bosque les demostraron a los españoles que se podía jugar de otra manera y ganar, que el país no estaba condenado a mostrarse al mundo como una nación furiosa y permanentemente obligada a exhibir su virilidad.

Nike, patrocinador de Nadal desde siempre, le eligió hace ya muchos años un toro como símbolo. Y aunque es cierto que sería una buena manera de describir parte de su juego y su hambre competitiva, a esta altura es un símbolo reduccionista. Nadal, junto a otros referentes, le enseñó a España que el país es mucho más que un toro, que su fuerza reside sobre todo en la inteligencia y el saber hacer. Hay que respetar a los demás, pero también respetarse a uno mismo. Vale para el tenis, vale para España, vale para la vida.


 



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