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Dad gracias al Señor


2013-10-17

Autor: Jorge Soley

En el lenguaje coloquial ha calado esa idea de que la Iglesia católica en el siglo XIX fue una Iglesia poco vital, reaccionaria, antipática, lejana, con residuos puritanos; decimonónica, en suma.

Pero en lo que se refiere a Francia, la realidad no cuadra con el tópico que hemos asimilado incluso la mayoría de los católicos. Acaba de aparecer en Francia un libro, obra de Gérard Cholvy y publicado por las ediciones Artege, titulado "Le XIXe si�cle: grand si�cle des religieuses fran�aises".

Y resulta que lo que nos explica Cholvy es que el siglo XIX, ese siglo que se abre en Francia con el Concordato de 1801 de Napoleón y se viene a cerra con las leyes anticatólicas de separación Iglesia-Estado de 1905, fue un siglo de una vitalidad y unos frutos espectaculares.

Algunas congregaciones pasaron el periodo del Terror, otras nacen precisamente entonces, como las Hijas del Corazón de María o la Sociedad de los Sagrados Corazones fundada por el padre Coudrin, pero la mayoría nacen entrado ya el siglo. De 1820 a 1860 aparecen seis nuevas congregaciones religiosas en Francia cada año, alcanzando a final de siglo las 500 nuevas fundaciones.

Su labor llegará a todos los ámbitos: enseñanza, cuidado de los pobres, de los enfermos, de los sordos, de los minusválidos y muy especialmente misioneras. Estamos en la época de la explosión misionera francesa, favorecida por los nuevos medios de transporte y el crecimiento de las colonias francesas. Entre ellas destacan la congregación de san José de la Aparición, activa en Argelia y Túnez, las Hermanas Blancas centradas en el África negra o los Franciscanos misioneros de María. papel importante jugaron también las Misiones Extranjeras de París, que aún están muy activas y cuya sede central se pueden visitar a pocos metros de la Iglesia de la medalla milagrosa en París. Es también el siglo de santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones y que se carteó con sacerdotes misioneros en África y China.

En definitiva, que la próxima vez que se nos venga a la cabeza el adjetivo decimonónico, en vez apolillado y rígido, deberíamos pensar en un catolicismo misionero y vigoroso.



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