Reportajes
No, las camas de la Villa Olímpica que viste en redes sociales no son ‘antisexo’
Los competidores que llegan a los Juegos Olímpicos de Tokio han descubierto algo inusual en las camas de la villa de los atletas: están hechas de cartón.
Los competidores que llegan a los Juegos Olímpicos de Tokio han descubierto algo inusual en las camas de la villa de los atletas: están hechas de cartón.
El famoso lema olímpico, traducido del latín, es “más rápido, más alto, más fuerte”. A los juegos de Tokio, que comenzarán con la ceremonia de inauguración del 23 de julio, deberíamos agregarle una cuarta exhortación: más silencioso.
El ruido de audios, avisos del móvil, videos, voces superpuestas grabando en WhatsApp, el del tráfico, va conquistando todos los espacios de nuestra vida como una plaga. Pero a este ruido físico, ambiental, que se mide en decibeles, hay que sumar el ruido conceptual de ventanas, aplicaciones...
Los Juegos Olímpicos siempre han sido un asunto de números. Después de todo, el lema Citius, Altius, Fortius —más rápido, más alto, más fuerte— no significa mucho sin segundos, metros y kilos. ¿Qué tan rápido? ¿Qué tan alto? ¿Qué tan fuerte?
En Europa, Italia, donde fotografías de funerarias improvisadas y cuidadores exhaustos hicieron que el resto del planeta fuera consciente de la gravedad de la crisis, está sujeta a un confinamiento de su población hasta el 7 de enero y a un toque de queda desde las 22 horas.
Las razones para cualquier suicidio son complejas. Y muchas de las tensiones que los japoneses sienten son universales: ellos, como tantos otros, sienten las despiadadas demandas de las redes sociales, donde la gente siente que debe cultivar una narrativa de éxito y felicidad eternos.
Hora tras hora, en la oscuridad, Chander Shekhar no dejaba de pensar en cuando llegara la mañana. Habían pasado más de tres horas desde que el coronavirus le obligó a cerrar su negocio, una estrecha tienda en un segundo piso llena de saris de alegres colores, en un bloque del barrio neoyorquino...
Al día siguiente ingresé a un aeropuerto casi vacío en Tokio, donde me sentí como un extraterrestre que llega a la Tierra para encontrar la ruina sepultada de un planeta muerto. En el avión, que iba tal vez a una quinta parte de su capacidad, tenía una fila para mí sola.
Susumu Kataoka solo buscaba una distracción de los largos días que estaba pasando encerrado en su casa con su familia durante la epidemia del coronavirus. Agarró su dron, lo sacó a dar una vuelta alrededor de su casa en Tokio, tomó algunas fotos y las publicó en Facebook.
En los tres meses pasados desde que se detectó un nuevo coronavirus en China, el planeta se sumió en un guión de película de catástrofes, sin olvidar el hospital de campaña en Central Park ni la morgue en una pista de patinaje sobre hielo en Madrid.
Fronteras cerradas, confinamiento general, la economía al borde de un abismo y una gran incertidumbre mundial. La pandemia del nuevo coronavirus, que ya ha dejado más de 7,000 muertos, sigue avanzando inexorablemente y paralizando la vida de millones de personas.
Los planes corporativos de emergencia en Europa obligan a los empleados a trabajar de manera remota. En Estados Unidos otros negocios mejoran sus protocolos en anticipación a la llegada del brote.
Empleados sanitarios en todo el mundo limpiaban todo tipo de cosas _desde monedas hasta autobuses_, varias bases militares estaban en alerta máxima y estaban vigentes cuarentenas en varios sitios _desde un centro turístico frente al mar en el Atlántico hasta una isla remota en el Pacífico.
En Corea del Sur, Japón, Hong Kong y Vietnam hubo clientes chinos a los que se les negó en servicio en restaurantes. En Indonesia hubo una manifestación cerca de un hotel pidiendo la marcha de los huéspedes chinos. Periódicos en Francia y Australia recibieron críticas por titulares racistas.
El difunto emperador Hirohito de Japón manifestó en sus últimos años su deseo de perecer pronto para no prolongar una existencia "atormentada" por los acontecimientos de la II Guerra Mundial y la culpa que le achacaría por su papel en ella. según desvela el diario de su chambelán.
De la ciega obediencia al hombre a impulsoras del cambio, las japonesas continúan su batalla por un espacio legal, político, económico y social recientemente conquistado, más allá de su papel secular como responsables de la transmisión de los valores tradicionales.
Se calcula que unas 200,000 niñas y adolescentes -la mayoría coreanas- fueron usadas como esclavas sexuales por las tropas japonesas, principalmente en China y la península coreana, desde los años 30 del siglo pasado hasta el final de final de la II Guerra Mundial, en 1945.