Espectáculos

Los Emmy confirman la potencia del poder blando estadounidense

2022-09-13

Su caso no solo muestra la alianza anglófona, también señala el constante...

Jorge Carrión | The Washington Post

El León de Oro del Festival de Venecia lo ha ganado la película All the Beauty and the Bloodshed, de la documentalista estadounidense Laura Poitras, con la historia de la epidemia de los opiáceos. Aborda la responsabilidad en ella de la familia Sackler, los magnates farmacéuticos que impusieron el opiáceo OxyContin en el mercado sanitario. La serie Dopesick también aborda ese tema y ayer ganó dos premios Emmy (mejor actor, Michael Keaton, y mejor cinematografía de miniserie dramática), después de haber destacado en los Globos de Oro. Aunque es una producción de Hulu, se ha visto en todo el mundo gracias a la enorme penetración de Disney+. Tanto en el circuito de las películas más sofisticadas avaladas por festivales europeos como en el de las plataformas, el drama de los adictos a la oxicodona, una realidad sobre todo estadounidense, se ha vuelto —una vez más— global.

Durante el cambio de siglo pareció posible que Hollywood cediera su protagonismo a otras potencias del entretenimiento. En Cultura mainstream: cómo nacen los fenómenos de masas, el ensayista francés Fréderic Martel radiografió en 2010 la potencia de otros polos creativos, como Brasil, Al Jazeera (mundo árabe), Bollywood (India) o Japón. Pero en los 12 años que han pasado desde su publicación, pese al crecimiento exponencial del manga y el anime nipón o fenómenos particulares como la serie española La casa de papel o el nordic noir, los superhéroes, la animación, las comedias y los dramas made in USA han seguido dominando la programación de los cinco continentes. Mientras en su interior Estados Unidos se debate entre guerras políticas y culturales, en el exterior no dejan de fortalecerse su fuerza militar y su poder blando.

Con diez premios, cinco principales, entre ellos el de mejor miniserie dramática (aunque vaya a tener segunda temporada), una de las grandes ganadoras de los Emmy ha sido The White Lotus, una sátira que cuenta las miserias de un grupo de turistas estadounidenses en un resort de lujo de Hawái. Uno es un adicto que lleva cinco años sin drogarse. Otra es la directora financiera de una compañía tecnológica que gestiona un motor de búsqueda.

El hecho que la nueva cultura de las plataformas de suscripción —y la adicción al contenido— haya sido liderada desde Nueva York y California no es la única razón que explica esa perpetuación de la hegemonía cultural estadounidense. Entre las estrategias que permiten que siga siendo la gran potencia narrativa de nuestra época destacan cuatro: la apropiación de productos ajenos, el ensanchamiento geográfico de su industria e imaginario, la captación de talento internacional y el rejuvenecimiento o relanzamiento de sus mitos. Hollywood se parece cada vez más a una clínica de cirugía estética. O al siempre joven y cienciólogo Tom Cruise.

En 2020, Parásitos fue la primera película no rodada en inglés que ganó el Oscar a mejor filme. Este año, también una serie coreana, El juego del calamar, aspiró a varios Emmy por primera vez en la historia y ha ganado seis, entre ellos dos prime time a mejor actor protagonista en una serie dramática (Lee Jung-jae) y a mejor dirección de drama (Hwang Dong-hyuk). El superéxito de Netflix ha podido ser incluido en las nominaciones porque es una coproducción con una empresa estadounidense, tanto en la dimensión económica como en la creativa, y fue concebida para estrenarse allí. Sus premios no estaban en los planes iniciales de la plataforma, por supuesto, pero abren una nueva vía de reconocimiento y promoción de películas y series de todo el mundo.

La máquina de apropiaciones no va a detenerse a partir de ahora. Se trata de una vuelta de tuerca a la tradicional política de adaptaciones o remakes, y a la inclusión de producciones británicas en el espacio simbólico y empresarial estadounidense. Corea y otros países donde Netflix produce series de calidad se están incorporando a la factoría creativa de Estados Unidos, en la que mucho antes de que se consumara el Brexit, el cine y la televisión ingleses ya estaban más integrados que en Europa.

La comedia terapéutica Ted Lasso —ganadora de cuatro Emmy y triunfadora también en la edición del año pasado— es el mejor ejemplo posible de esa realidad. Su improbable entrenador de fútbol americano, interpretado por el galardonado Jason Sudeikis, que aterriza en Inglaterra para dirigir un equipo de la liga Premier, convive con jugadores y colegas encarnados por actores y actrices británicos. La captación de talento de otros países, imprescindible para el sistema de corporaciones tecnológicas (Satya Nadella, consejero delegado de Microsoft, y Sundar Pichai, director ejecutivo de Google, son indios), ha pasado de fijarse sobre todo en Gran Bretaña o Australia a volverse también global. Una muestra emblemática de ello es que el inglés de origen argentino Miguel Sapochnik y el español Juan Antonio Bayona hayan dirigido los primeros capítulos de las dos series más publicitadas de estos momentos: House of the Dragon y The Lord of the Rings: The Rings of Power.

El neozelandés Peter Jackson ha dirigido para Disney+ una de las series vencedoras de estos Emmys, The Beatles: Get Back (se ha alzado con los cinco premios a los que aspiraba), un asombroso documental con materiales inéditos de la grabación en 1970 del último álbum de estudio del grupo, Let it be. Su caso no solo muestra la alianza anglófona, también señala el constante relanzamiento de sus grandes iconos culturales, que cada vez cantan, bailan, actúan o vuelan mejor.

Aunque no recibió ningún premio, en el festival de Venecia la película más aplaudida (14 minutos: ¿contratarán palmeros las productoras?) fue Blonde, la versión de la novela homónima de Joyce Carol Oates, en que Ana de Armas interpreta a Marilyn Monroe. Se acaba de estrenar en HBO Max Elvis, de Baz Luhrmann, que reinterpreta al genial cantante en clave afroamericana y barroca. Top Gun, Mission: Impossible o Star Wars se rigen por el mismo principio de rejuvenecimiento, relectura y regreso periódico. Y facturación.

La tercera temporada de la tragicómica Succession —creada por el británico Jesse Armstrong— ha ganado cuatro Emmy y se ha impuesto en los principales como mejor serie dramática, mejor guion (el propio Armstrong) y mejor actor de reparto (Matthew Macfadyen). Como El juego del calamar, habla de la competencia salvaje entre seres humanos que aspiran a algún tipo de recompensa que parece económica, pero es sobre todo espiritual.

El trauma atraviesa a los personajes de ambas series y al del resto de ganadoras, como Euphoria y Ozark. Porque tal vez la razón principal por la que Estados Unidos sigue siendo el gran imperio cultural del mundo es su capacidad de tomarle la temperatura al presente y de adaptarse a él para contarlo. Y en 2022 somos adictos, estamos heridos y —como la familia Roy, de Succession, que no sabe cómo adaptar su conglomerado de medios de información a la nueva realidad tecnológica— deseamos preservar la estructura física de nuestras vidas, pero nuestra existencia es cada vez más digital.
 



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