Espectáculos

El secreto de ‘The Crown’: teatro y cine en la era de TikTok

2022-11-11

Como muestran con crudeza Succession y The Good Fight, por un lado, vivimos en la transición...

Jorge Carrión | The Washington Post

La primera temporada de House of the Dragon ha encarnado en la princesa Rhaenyra un drama parecido al que ha vivido en la realidad el príncipe Carlos de Inglaterra durante los últimos 30 años: la dilatación constante de la llegada al trono. La quinta temporada de The Crown, que narra también su separación de Diana de Gales, dramatiza sobre todo la colisión entre sus ansias de reinar y la resistencia de su madre.

El heredero la desafía ya en una entrevista que se publica en el primer capítulo (“El síndrome de la reina Victoria”). Aunque termina con una conversación íntima entre el primer ministro John Major y su esposa, tiene en verdad su punto culminante unos segundos antes, en el cruce de miradas entre la reina Isabel y Carlos. Este vuelve a ser, durante un segundo, un niño retraído y avergonzado.

Desde su estreno en 2016, y con 21 premios Emmys en su haber, la serie ha abordado en contrapunto la historia de Reino Unido y del mundo durante la segunda mitad del siglo XX y la psicología individual de los responsables de su gobierno. Major es el décimo primer ministro que aparece en The Crown: todos han sido retratados en sus particularidades y contradicciones. Los miembros de la familia real han sido explorados con mayor detalle y bisturí. En particular, el primogénito de la reina, su hermana (Margarita) y su marido (Felipe). Todos los matrimonios se han roto menos el suyo, duro —pese a tantas grietas— como una roca.

No es extraño que en la quinta temporada se recurra al flashback: la sexta será la última, los personajes han envejecido a nuestro lado, la obra empieza su fase retrospectiva, su progresivo adiós. Esos destellos de su propio pasado subrayan la coherencia narrativa y estética del proyecto. En cada una de sus edades, los protagonistas han sido encarnados por soberbios actores y actrices; las escenas han sido siempre planificadas a través de simetrías formales y exquisitas elecciones de puesta en escena y vestuario; cada episodio más que redondo es esférico: una estructura autónoma que gira armónicamente en la coreografía del conjunto.

El secreto del éxito tiene nombre y apellido: Peter Morgan. Cuando el lenguaje serial ya estaba maduro y Netflix ya había irrumpido en el universo audiovisual, el guionista británico ignoró las nuevas reglas del juego. Adaptó su obra de teatro The Audience al mismo lenguaje cinematográfico que tan buen resultado le había dado en The Queen, con las concesiones imprescindibles para que la historia pudiera ser contada por entregas sin que eso perjudicara a su calidad.

En la misma época en que se imponía el ritmo acelerado, el cliffhanger y el flashforward para secuestrar a la audiencia, The Crown se imponía con grandes elipsis entre cada capítulo, detalles sutiles en los diálogos o una banda sonora que intercala canciones de la década retratada con melodías clásicas de Hans Zimmer. Mientras el resto de series —a excepción de las de monstruos de otra era como Aaron Sorkin o Michael Hirst— contaban con un nutrido equipo de guionistas, Morgan se empeñaba en escribir personalmente cada fragmento de su obra maestra. Así, poco después de que Mad Men concluyera, el 17 de mayo de 2015, apareció su sucesora.

Desde The Sopranos (1999-2007) la sucesión y la herencia atraviesan en clave teleshakesperiana la tercera edad de oro de las series, pero recientemente el tema se ha vuelto central. Mientras que Game of Thrones coronó y destronó a varios reyes, House of the Dragon ha retrasado durante toda su primera temporada la muerte del monarca, cuyo cuerpo se descomponía mientras aumentaba exponencialmente la desesperación de sus herederos. Algunas de las mejores obras de los últimos años han indagado en las mismas descomposiciones, en dramas parecidos: Gomorra, The Good Fight, Succession, The Crown. La espina dorsal de su quinta temporada es la corte paralela que creó Carlos junto a un equipo de jóvenes asesores en la década de 1990 para renovar la monarquía, su conjura light para derrocar a su madre.

Aunque en esas y otras series sigan latiendo los ecos de Hamlet o Rey Lear, el viejo conflicto —que es periódico porque es generacional— entre el viejo mundo y el nuevo, entre los hábitos y las creencias de los padres y las de los hijos, hay en ellas también otras tensiones sucesorias que sí son exclusivas de nuestra época. Las dos principales tienen que ver con la historia de la tecnopolítica y con la del propio medio televisivo.

Como muestran con crudeza Succession y The Good Fight, por un lado, vivimos en la transición entre dos modelos de producir la información y, por tanto, de representar el mundo. Después de FOX News, Facebook o el expresidente estadounidense Donald Trump, la circulación masiva de las noticias falsas ha desestabilizado la estructura atómica de la fe en el periodismo y la verdad. Diane Lockhart, personaje principal de The Good Fight, llega a practicar el lanzamiento de hachas y a tomar microdosis de LSD ante la confusión que le provoca esa mutación ontológica. El paradigma del siglo XX sigue luchando por sobrevivir en el siglo XXI.

Las tensiones del lenguaje y el formato, por el otro lado, se vuelven evidentes cuando se comparan la estética y la duración de los episodios de las series que acabo de citar con las de los contenidos más populares de TikTok o de Instagram. En 25 años, lo que comenzó como un fenómeno de rejuvenecimiento de la producción audiovisual se ha convertido en una tendencia cultural mainstream y canónica. Frente a la proliferación de contenidos virales, las series son los nuevos clásicos. Y The Crown es la más clásica de todas. Un auténtico misterio en el corazón de Netflix (La casa de papel, Stranger Things, El juego del calamar). Pero, como se dice en el cuarto capítulo de esta temporada, el secreto de un matrimonio feliz es que sus dos miembros no tengan nada en común.

Cuando Morgan entendió que la forma de su proyecto tenía que ser conservadora, clásica, como la propia monarquía que quería narrar, The Crown inició un camino de virtuosismo que la ha convertido en la mejor serie con trayectoria que sigue viva a finales de 2022. En la sucesora de esa saga o dinastía que conforman títulos como The Wire, Borgen o Mad Men, pero con una genética más antigua, con un linaje anterior, el del gran teatro y el mejor cine, artes clásicos que en sus manos y su cerebro han sabido negociar con las nuevas formas de creación y producción para seguir influyendo.
 



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