Trascendental

Lo que has acumulado, ¿de quién será? 

2024-08-16

Perdida toda fe en Dios, hoy con frecuencia muchos se encuentran en las condiciones de...

Por | P. Jesús Martí Ballester

1. Jesús nos ha venido ofreciendo en el evangelio las notas esenciales que deben caracterizar a sus discípulos. 1º, deben seguirle cargando con su cruz cada día; 2º, deben practicar la mansedumbre, predicada a Santiago y Juan en Samaría, afirmar la decisión de permanecer con él, y cumplir las exigencias del reino, manifestadas a los que pretenden seguirle; 3º, con la designación de los 72, ha dado las normas concretas para la evangelización; 4º, hay que practicar la caridad como lo ha hecho el samaritano; 5º, hay que escuchar la palabra, como Abraham y María de Betania ; 6º, recibir la enseñanza del Padre Nuestro y persuadirse de la eficacia de la oración; y considerar el valor supremo del Reino, como superior a los valores humanos. 

2. Al preguntarse el autor del Eclesiastés, si el hombre puede encontrar en las cosas de la tierra la felicidad plena que anhela su corazón, pasa revista a todas aquellas cosas que parecen prometerla, y el resultado de sus investigaciones es que los esfuerzos que el hombre pone en buscarla son tan vanos, como el perseguir al viento. Pero descubre que existe una felicidad relativa, la que proporcionan la ciencia y las riquezas, los placeres de la mesa, las alegrías de la juventud y el hogar, todo como don de Dios, e invita a gozar de ellas en los días de vida que el Señor le conceda, hace un elogio relativo de la sabiduría, y recomienda el temor de Dios, que El no dejará sin recompensa. El libro ofrece un moderado optimismo. Y avisa que Dios juzgará las obras de los hombres, por lo que amonesta a que gocemos de los bienes y alegrías que el Señor nos conceda en los días de nuestra vida, pero sin ofender a Dios. El autor no es un pesimista decepcionado tras sus experiencias, que proclama que no vale la pena vivir.

3. Perdida toda fe en Dios, hoy con frecuencia muchos se encuentran en las condiciones de Qohélet, que no conocía aún la idea de una vida después de la muerte. La existencia terrena parece en este caso un contrasentido. Ya no se usa el término «vanidad», que tiene sabor religioso, sino el de absurdo. «¡Todo es absurdo!». El teatro del absurdo (Beckett, Ionesco) era el reflejo de toda una cultura. Los que evitan la tentación de la acumulación de las cosas, como ciertos filósofos y escritores, caen en algo peor: la «náusea» ante las cosas. En la novela La náusea, Sartre afirma que las cosas están «de más», son oprimentes.

En el arte, vemos las cosas deformadas, objetos que se aflojan, relojes que cuelgan como jamones. Es el «surrealismo», que es un rechazo de la realidad. Todo exhala putridez, descomposición. ¡El abandono de la idea del cielo no ha hecho más libre y alegre la vida en la tierra! Qohelet aún reconoce que existe en la tierra una felicidad relativa que él mismo invita a disfrutar. Ni es un optimista que sonría a la vida como si ésta ofreciese la felicidad a ultranza, porque todo es vanidad y persecución del viento. Es un realista, que juzga la vida tal como se presentaba a un israelita de su época. Ignora la felicidad eterna, no la encuentra en esta vida y, siente desilusión. Vive en una época social y políticamente deficiente, en que no era fácil conseguir ni siquiera las alegrías que la vida puede ofrecer.

El Eclesiastés, concediendo un cierto valor a los bienes terrestres, constata su inconsistencia y vaciedad, y así orientaba insensiblemente a los hombres hacia un futuro ultraterreno. En esto es más positivo que el libro de Job, quien si hubiera obtenido recompensa temporal para su justicia, se hubiese aquietado. El Qohelet, no; porque ha gozado todo lo que la vida en el mundo da de sí y lo ha encontrado incapaz de satisfacer plenamente las aspiraciones del hombre. "Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado" (Ecl 2,21).

4. Aparentemente negativo, Qohelet es altamente positivo, pues al constatar la insuficiencia de una retribución terrena, lanza al hombre hacia nuevas metas. Las que el evangelio nos señala: "ser rico ante Dios" y por eso Pablo nos exhorta: a "buscar los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios, y no los de la tierra" Colosenses 3, 1. Y nos confiesa su planteamiento en su carta a los Filipenses: "Todo eso que para mí era ganancia, lo tuve por pérdida comparado con el Mesías; más aún, cualquier cosa tengo por pérdida al lado de lo grande que es haber conocido personalmente al Mesías Jesús mi Señor. Por él perdí todo aquello y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo e incorporarme a él" (3, 7).

5. Uno entre la gente pidió a Jesús que interviniera en un litigio entre él y su hermano por cuestiones de herencia. Como a menudo, cuando presentan a Jesús casos particulares, no responde directamente, sino que afronta el problema en la raíz; se sitúa en un plano más elevado, mostrando el error que está en la base de la propia cuestión. Los dos hermanos están equivocados porque su conflicto no deriva de la búsqueda de la justicia y de la equidad, sino de la codicia. Entre ellos ya no existe más que la herencia para repartir. El interés acalla todo sentimiento, deshumaniza. Y les cuenta la parábola de un hombre rico que consiguió una gran cosecha que desbordaba sus graneros, y se vio forzado a ensancharlos; y cuando ya tenía almacenado todo el grano y el resto de su cosecha, se dijo a sí mismo: No te acabarás lo que tienes, disfrútalo, date buena vida, come y bebe todo cuanto quieras. Pero Dios le dijo : "Necio, esta noche vas a morir. ¿Para quien será lo que has acumulado?" Lucas 12, 13. El pecador siempre teme morir; porque intuye que la muerte le ha de quitar todos los bienes y le ha de dar todos los males: La muerte de los pecadores es pésima (Sal 33,22). Por eso les amarga su recuerdo: ¡Oh muerte, qué amargo es tu recuerdo para el que vive tranquilo con sus posesiones, para el hombre satisfecho que prospera en todo y tiene salud para gozar de los placeres! (Eclo 41,1].

6. Talleyrand, político francés, y hombre con una vida muy agitada y azarosa, cargado de honores y de títulos, cuando estaba a punto de morir, se levantó de la cama y comenzó a abrazar sus muebles y sus joyas, y a cada objeto que abrazaba preguntaba: ¿También esto lo he de dejar? Los pecadores temen mucho la muerte porque aman mucho la vida de este mundo y poco la del otro. Pero el alma que ama a Dios vive más en la otra vida que en ésta, porque el alma vive más donde ama que donde anima. Por eso aprecia poco esta vida temporal y puede decir: "Máteme tu vista y hermosura" (San Juan de la Cruz).

7. Los valores más apreciados por la sociedad actual son las riquezas, y el poder. El granero de su cabeza está repleto de coches, casas, electrodomésticos, aparatos de las mejores marcas. Se planea una civilización del bienestar, con un horizonte cerrado, que no piensa en los demás, próximos o lejanos. Anestesiada por su confort y despilfarro, contempla impasible las imágenes del consumismo de los que siempre van con sus mismos harapos, con sus mismos pies descalzos. No advierte al pobre Lázaro, mientras él derrocha. Ni ante las hambrunas y la pobreza y la miseria, su conciencia le reprocha su mesa repleta, su confort y su derroche y despilfarro. Una sociedad que no piensa más que en vivir en este mundo, como si todo acabara con la muerte. Una civilización regresiva donde predomina la ley del más fuerte, llena de sí misma, suficiente y agresiva, prepotente y deshumanizada. Una sociedad que no duda en cerrar la puerta de la vida a los intrusos que se atreven a nacer y a disputar un plato más o un puesto más en el banquete de la vida, que quieren para ellos solos.

Toda la riqueza que acumulan, sin reparar en la licitud de los medios, ni en los destrozos que causa a su alrededor, con el empobrecimiento y la ruina de los incautos, con la droga, que envenena la vida de una innumerable multitud de jóvenes, con la corrupción y la mordida ¿quién la va a disfrutar? ¿Aspiran a ser los más ricos del cementerio?

8. Jesús califica de necio al rico que ha obrado pensando sólo en sí mismo sin acordarse para nada de Lázaro. Porque quiso ser rico para sí mismo, y no para el reino y para los ciudadanos del reino, con quienes debió haber compartido sus bienes almacenados, ambicionando y codiciando más tener que ser, creyendo que no había de morir nunca. Si hubiera sido rico en virtudes; si hubiera almacenado en el cielo, ahora que va a morir, sabría que le estaban esperando los pobres con quienes había compartido el fruto de su trabajo, para abrazarle en las eternas moradas (Lc 16,9).

En BALARRASA, aquella ya vieja película, protagonizada por Fernando Fernán Gómez, su hermana frívola, se miraba moribunda, una y otra vez, con insistencia las manos y decía "Están vacías". Es así como terminaremos todos al morir, con las manos vacías. Pero si hemos empleado nuestros talentos con sabiduría, mente, corazón, trabajo, dinero, bienes de cualquier orden en hacer crecer el bien y la virtud, la ciencia y la santidad, las empresas con sentido social y humano, el momento de morir será el momento solemne de recibir el ciento por uno en nuestras manos vacías, que se convertirán en las alcancías que Dios necesita para llenarlas de la riqueza de su gloria. Jesús concluye la parábola con las palabras: «Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios». Existe también una vía de salida al «todo es vanidad»: enriquecerse ante Dios. A este mundo moralmente enfermo Jesús le abre una ventana de emergencia, la riqueza de su Reino. La riqueza que no pasará, los tesoros que no pueden ser robados por los ladrones, ni siquiera por los de guante blanco, ni roídos por la polilla. «Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Lc 12, 33-34). Hay algo que podemos llevar con nosotros, que nos sigue a todas partes, también después de la muerte: no son los bienes, sino las obras; no lo que hemos tenido, sino lo que hemos hecho. Lo más importante de la vida no es por lo tanto tener bienes, sino hacer el bien. El bien poseído se queda aquí abajo; el bien hecho lo llevamos con nosotros.

9. Por eso Jesús, que busca nuestro bien supremo, y que sabe que la sociedad que desdeña sus palabras no es más feliz, sino que tiene mayor índice de inseguridad, aún aquí, y más criminalidad y mayor número de neuróticos y de suicidios, sigue invitando diciéndonos estas verdades tan fundamentales hoy: "¡Ojalá escuchemos hoy su voz, y no endurezcamos nuestro corazón" Salmo 94.

10. "Buscad los bienes de arriba". Pero ese arriba ya está aquí abajo, y consiste en estar abiertos al reino; en estar ya trabajando por realizar el reino ahora ya, comenzando por establecerlo en nuestro interior; compartiendo nuestros bienes aquí. Cristo nos enseña a seguir una nueva tabla de valores en la que nuestra vida como don para los demás pase a primer término. Con la certeza de que "buscando primero el reino de Dios, todo lo demás se nos dará por añadidura" (Lc 12,31).

11. La palabra es eficaz y está obrando en nosotros la vida, escondida con Cristo en Dios, en quien nos está salvando y con él resucitando, con su Madre, la Corredentora, en la que esperamos. Lo obrará la eucaristía, nuestra fuerza y esperanza, don de su amor inefable, que nos aprovechará para nuestra salvación. 



aranza