Diagnóstico Político

Moral y política

2007-08-12

Y así vemos hoy que la derecha "civilizada", "democrática", no...

I

Nos proponemos examinar las relaciones entre moral y política, sus encuentros y desencuentros, atendiendo, sobre todo, a la forma que adopta, o debiera adoptar, a nuestro juicio, en lo que llamamos izquierda. Y aquí topamos con una cuestión previa que conviene precisar: la distinción derecha e izquierda, ya que esta distinción no se presenta en nuestros días con la nitidez que tuvo en el pasado.

Ciertamente, hay que reconocer que, en la actualidad, se pone en tela de juicio la identidad de esa franja del espectro político que, durante más de dos siglos –desde la Revolución Francesa–, se ha designado con el término "izquierda", o más exactamente en plural, las "izquierdas", ya que se habla de izquierda liberal, democrática, o radical, así como de izquierda política y social.

Aunque se sostenga, como sostenemos nosotros, la pertinencia o vitalidad de la división del espacio político en dos regiones –derecha e izquierda– que se presuponen mutuamente no se puede dejar de reconocer que, en estos últimos años, dicha división es cuestionada e incluso negada. Y hay que reconocer, asimismo, que la propia izquierda, a veces, tiene dificultades para fijar su espacio o su propia identidad.

La derecha, por su parte, tiende a borrar la línea divisoria que tradicionalmente la ha separado de la izquierda, o a difuminarla al presentarse como "centro". Y así vemos hoy que la derecha "civilizada", "democrática", no sólo no se muestra abiertamente como es, o sea, como derecha, sino que llega a aceptar en el papel y a proclamar valores como los de justicia social o la equitativa distribución de la riqueza, que siempre han sido reivindicados por la izquierda. Pero a esta confusión de límites no sólo contribuye la derecha; hay también cierta izquierda –liberal, "democrática"– que se contenta con exaltar formal o retóricamente esos valores aunque en el terreno real los recorta o niega efectivamente.

Ahora bien, no obstante estas confusiones, la identidad de una verdadera izquierda política y social no puede desdibujarse, ya que sus banderas seculares –libertad, igualdad, democracia– son hoy más necesarias que nunca, si se entienden como valores que se aspira a realizar efectivamente. Y, a su vez, como principios y valores –particularmente los de libertad y justicia social en su unidad indisoluble– pues, como demuestra la experiencia histórica, la exclusión de uno lleva a la ruina del otro. En verdad, no puede haber verdadera libertad en condiciones de desigualdad e injusticia social, como tampoco puede haber justicia social cuando se niega la libertad y la democracia. De lo primero sobran los testimonios en América Latina, donde en regímenes supuestamente democráticos la libertad que se proclama se conjuga con la más profunda injusticia y desigualdad social. De lo segundo dejaron pruebas innegables, en un pasado reciente, los países del llamado "campo socialista", en los que los logros alcanzados en justicia social se conjugaban con la negación de las libertades de pensamiento, expresión y asociación.

II

Históricamente, la izquierda ha tendido siempre –cuando ha sido fiel a sí misma y a sus orígenes– a conquistar los espacios de libertad, igualdad, democracia y justicia allí donde no existían o a ampliarlos donde los ha conquistado, y a darles siempre un contenido concreto. La derecha, en cambio, se ha empeñado en negar esos espacios. Y cuando no ha podido detener el acceso de la izquierda a ellos, se ha esforzado por recortarlos o por reducirlos, con sus formulismos, a espacios estériles. Por esto, aunque en ciertas circunstancias derecha e izquierda hablen de los mismos valores, igualdad, libertad, democracia, justicia social, no pueden confundirse.

No cabe la confusión cuando la izquierda persigue no sólo la igualdad política o jurídica, sino la igualdad social o la limitación de las desigualdades sociales; cuando, lejos de contentarse con la proclamación de las libertades políticas, exige la creación de las condiciones reales que permitan ejercerlas; cuando sin renunciar a la democracia política, parlamentaria, aspira a extenderla –con una democracia participativa– a todas las esferas de la vida social; cuando en el terreno de la justicia social propugna una política hacendaria que ponga fin a los exorbitantes beneficios de las grandes empresas; cuando aspira a excluir o reducir la pobreza con medidas que limiten la acumulación excesiva de la riqueza.

Son muchas las esferas en las que la izquierda se distingue claramente de la derecha: en el papel central que asigna al Estado en el control de sus recursos naturales básicos frente a la tendencia de la derecha a privatizarlos; en la defensa de la educación pública gratuita en todos sus niveles; en la garantización de los derechos de los trabajadores y el respeto a las diferencias (étnicas, raciales, genéricas, etc.); en la defensa incondicional –y no selectiva– de los derechos humanos, etc. Pero la izquierda se distingue de la derecha no sólo por los fines o valores que persigue –incluso cuando habla de esos mismos fines y valores–, dado el distinto significado que pone en ellos; no sólo por la política que practica para alcanzarlos, sino también por la distinta relación que su política mantiene –o debe mantener– con la moral. Y con esto entramos en el terreno temático que nos hemos propuesto explorar: las relaciones entre política y moral, poniendo el acento, sobre todo, en las que la izquierda mantiene o, a nuestro juicio, debiera mantener.



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