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Respuesta ante escándalos o quejas contra sacerdotes

2007-08-19

Los obispos a veces recibimos quejas de los fieles contra algún sacerdote, e incluso...

Por monseñor Felipe Arizmendi
Obispo de San Cristóbal de Las Casas


SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado,  (ZENIT.org-El Observador).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título, « Los sacerdotes, «epifanía» de Jesucristo».

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Se ha ventilado en los medios informativos que el Cardenal Norberto Rivera accedió a responder un cuestionario que le hicieron quienes, ante la Corte de Los Angeles, USA, le acusan de encubrir a un sacerdote pederasta. Un periódico nacional, que se distingue por sobredimensionar todo cuanto sea antisistémico, antiinstitucional y anticlerical, quisiera enlodarlo a como dé lugar, como una forma de quitar fuerza moral a la Iglesia y a nuestra predicación contra la homosexualidad y contra los ataques a la vida y a la familia. Yo estoy plenamente seguro de la inocencia y rectitud del Cardenal. Lo conozco y sé que no tolera estos delitos. Todos estamos de acuerdo en que, cuando se compruebe que un sacerdote ha abusado sexualmente de menores, debe ser enjuiciado por las leyes civiles y eclesiásticas; debemos defender a las víctimas y evitar que se repitan esos crímenes. Pero lamentamos que estos juicios estén inspirados por odio a la Iglesia y por intereses económicos de los abogados. Por nuestra parte, defendemos la institución sacerdotal, pues los presbíteros, en su inmensa mayoría, son fieles a sus compromisos, abnegados servidores de la comunidad.

Los obispos a veces recibimos quejas de los fieles contra algún sacerdote, e incluso amenazas de cerrar un templo parroquial si, en determinado tiempo, no les cambiamos al párroco. En algunos casos, tienen motivos suficientes para expresar su inconformidad, pues no somos perfectos y fallamos, sobre todo cuando damos un mal trato a los hermanos. En otros casos, la molestia se debe a que el sacerdote tiene fuerza profética y denuncia los abusos de los poderosos, los cuales pretenden demostrar su poder imponiéndonos su punto de vista. En otros, finalmente, se comprueba alguna deficiencia grave, que es inexcusable y requiere atención pastoral urgente.

Sin negar las limitaciones humanas que tenemos obispos y sacerdotes, me preocupa que se les vea sólo como burócratas de lo sagrado, como administradores de ritos, y que, por casos reales de pederastia clerical, se pierda la confianza y el respeto que tradicionalmente ha merecido la figura sacerdotal. ¿Cuál es su identidad más profunda? ¿Para qué existen?

JUZGAR

El Papa Juan Pablo II, en la Exhortación «Pastores dabo vobis», describe algunos rasgos de lo que significa la configuración sacramental de los sacerdotes con Cristo.

Ante todo, dice que el sacramento del Orden los une a Cristo con una "ligazón ontólogica específica" (No. 11); es decir, ser sacerdote no es algo meramente accidental o funcional, sino que configura su persona con Cristo; por tanto, aunque se les suspenda en el ejercicio del ministerio, no dejan de ser sacerdotes. En efecto, "el Espíritu Santo, consagrando al sacerdote y configurándolo con Jesucristo Cabeza y Pastor, crea una relación que, en el ser mismo del sacerdote, requiere ser asimilada y vivida de manera personal, esto es, consciente y libre, mediante una comunión de vida y amor cada vez más rica, y una participación cada vez más amplia y radical de los sentimientos y actitudes de Jesucristo. En esta relación entre el Señor Jesús y el sacerdote -relación ontológica y psicológica, sacramental y moral- está el fundamento y a la vez la fuerza para aquella vida según el Espíritu y para aquel radicalismo evangélico al que esta llamado todo sacerdote y que se ve favorecido por la formación permanente en su aspecto espiritual» (Ib 72). Su ordenación le exige luchar diariamente por ser santo, digno, casto, humilde, pobre, servidor.

Esta configuración sacramental con Cristo los hace ser sacramentos de su presencia, signos de su acción salvífica, a pesar de sus propios pecados. Dice el Papa: "Los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado... Son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor... Existen y actúan para el anuncio del Evangelio y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y actuando en su nombre» (Ib 15). «Han sido puestos, al frente de la Iglesia, como prolongación visible y signo sacramental de Cristo» (Ib 16). ¡Esto es un misterio, que sólo percibe y acepta quien tiene fe cristiana! Sin fe, se ve a los sacerdotes sólo en su aspecto humano, siempre frágil.

La vocación presbiteral no es sólo para cumplir una función administrativa; implica todo el ser, pues "el sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo, esposo de la Iglesia... Por tanto, está llamado a revivir en su vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa" (Ib 22; cf 43 y 72). Ha sido "escogido gratuitamente por el Señor como instrumento vivo de la obra de salvación..., no como una cosa, sino como una persona..., implicando la mente, los sentimientos, la vida" (Ib 25). Mediante la Ordenación, ha recibido el mismo Espíritu de Cristo, que lo hace semejante a El, para que pueda actuar en su nombre y vivir en sí sus mismos sentimientos y actitudes (cf Ib 33 y 57). «Está llamado a hacerse epifanía y transparencia del buen Pastor que da vida» (Ib 49).

¡Qué vocación tan sublime la del sacerdote! Jesucristo quiere necesitar sus manos, su mente, su corazón y todo su ser, para seguir salvando a la humanidad. Lo definitivo en su persona no son sus cualidades o defectos, sino el ministerio que desempeña en nombre de Cristo y de la Iglesia. Esto es lo que da valor trascendente a su servicio pastoral.

ACTUAR

Ante todo, los sacerdotes han de poner todo su empeño en ser santos, como dice el Papa Juan Pablo II: "El presbítero, llamado a ser imagen viva de Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia, debe procurar reflejar en sí mismo, en la medida de lo posible, aquella perfección humana que brilla en el Hijo de Dios hecho hombre y que se transparenta con singular eficacia en sus actitudes hacia los demás... Para que su ministerio sea humanamente lo más creíble, es necesario que el sacerdote plasme su personalidad humana de tal manera que sirva de puente y no de obstáculo a los demás en el encuentro con Jesucristo Redentor del hombre» (Ib 43).

Por su parte, los fieles han de ayudar, con sus consejos y oraciones, a que los sacerdotes vayan creciendo en perfección. Cuando sea necesario, corregirles fraternalmente. Si no hay corrección, acudir a las autoridades competentes, para que se proceda en justicia y verdad. Pero, de todos modos, no perder la fe en su ministerio. Cuando celebran Misa, confiesan o bautizan, realizan los misterios no en nombre propio, ni en base a sus méritos personales, sino como instrumentos vivos del mismo Cristo. ¡Que Dios nos conceda esta fe!



EEM