Increiblemente Cierto

Orgullosamente evolucionistas

2009-12-02

Todo esto, y mucho más, es el resultado de una construcción teórica con fuerte...

Julio Muñoz Rubio, La Jornada

El pasado 24 de noviembre celebramos 150 años de la publicación de una de las obras más trascendentales y revolucionarias de la historia de la humanidad: El origen de las especies, de Charles Darwin (1809-1882).

Ciento cincuenta años es un lapso lo suficientemente prolongado para hacer un balance del resultado de la publicación de este libro. A lo largo de este siglo y medio ha habido tiempo de sobra para sopesar, valorar, debatir, analizar y criticar la obra de este científico británico.

¿Y qué enseñanzas podríamos extraer después de 150 años de evolucionismo darwinista?

Para responder a esta pregunta quizá sea pertinente remitirnos a las palabras del propio Darwin, en las últimas páginas del capítulo XIV ("Recapitulación y conclusiones") de su magna obra. En esos párrafos finales, el científico intenta, con ejemplar modestia, pero también con seguridad y optimismo, esbozar las perspectivas futuras que se abren ante la por entonces nueva teoría de la evolución de las especies por medio de la selección natural.

Si a Charles Darwin le fuera dada hoy la facultad de resucitar por un momento y, al levantar la pesada losa que cubre su sepulcro (ubicado en una de las naves laterales de la abadía de Westminster), y contemplara entonces el resultado de su obra, seguramente quedaría asombrado frente a la manera en que las perspectivas que en 1859 él mismo se formuló se han cumplido, y además han sobrepasado todos los cálculos. Y es que a los alcances logrados y previstos por él habría que añadir muchos otros desarrollados después de su muerte.

El hallazgo, en 1900, de las investigaciones de Gregor Mendel (1822-1884) concernientes a las leyes de la herencia condujo a una fusión del evolucionismo con la genética, comúnmente llamada la síntesis moderna, gracias a los trabajos de científicos como J B S Haldande, Julian Huxley, R A Fischer, Sewall Wright, Ernest Mayr y Theodosiuz Dobszhansky, entre muchos otros. Tales avances se reforzaron enormemente con el descubrimiento de la estructura tridimensional de los ácidos nucleicos, en 1953, de James Watson y Francis Crick.

Asimismo, como señalábamos en un artículo publicado en estas páginas el 12 de febrero pasado, el darwinismo ha sido pieza clave para el desarrollo de ramas del conocimiento como la ecología, la paleontología, la antropología, la taxonomía, la filosofía e incluso de aspectos de la sociología, la economía y la lingüística.

El ataque demoledor de Darwin al prejuicio y al autoritarismo religioso, al destrozar el dogma bíblico de la creación, es una de sus más relevantes contribuciones al saber humano, con todas sus consecuencias positivas.

Todo esto, y mucho más, es el resultado de una construcción teórica con fuerte arraigo y fundamento en la realidad material; es el resultado de la adecuada aplicación de razonamientos y argumentos coherentemente construidos, nunca de la elucubración simplona con base en meras imágenes místicas y fetichizadas. Ni de la utilización del prejuicio como norma del pensamiento.

Cuando en febrero pasado celebramos los 200 años del nacimiento de Darwin, comenzábamos en todo el mundo la realización de una interminable serie de actividades para reflexionar sobre el impacto de su teoría. En México instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y el Instituto Politécnico Nacional (IPN) efectuaron numerosos actos a lo largo del año para impulsar esta fascinante reflexión. Hubo coloquios, mesas redondas, debates, conferencias, seminarios y cursos, así como la publicación de libros y artículos. En fin, la investigación, docencia y difusión de la ciencia se sucedieron en una interminable cascada de actos a los que cientos, miles de estudiantes, académicos y público en general asistieron con entusiasmo, con sed de conocimiento, con pasión.

Ha sido un excelente año; ha sido una digna celebración. Con motivos sobrados podemos decir, todos aquellos que en este país hemos participado de ella, que somos orgullosamente evolucionistas; que la UNAM, el IPN y la UAM han cumplido ejemplarmente con su labor de difusión y preservación del conocimiento, de la búsqueda de la verdad, de lucha contra la ignorancia.

Estoy convencido de que en los años por venir el evolucionismo y el darwinismo se podrán consolidar aún más en México y de que se constituirán en piezas claves para derrotar a aquellas personas e instituciones que hoy, desde las esferas gubernamentales, pretenden aniquilar el conocimiento y la sabiduría, y conducirnos hasta las catacumbas de su propia ignorancia.

No lo lograrán. No pasarán.

El darwinismo vive, el evolucionismo vive. Y por aquí también: la lucha sigue.



EEM

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