Cabalístico

Tratado de la paciencia

2010-02-13

Tampoco debía costarle mucho advertir que su elevación al orden sacerdotal no era...

Autor: Tertuliano

Con toda probabilidad este áureo tratado sobre "La Paciencia" lo escribió Tertuliano en los albores del siglo tercero, que precisamente eran los de su elevación a la dignidad de presbítero de la Iglesia de Cartago. Pertenece al grupo de obras ascéticas producidas por el gran Maestro Africano durante los seis primeros años de su sacerdocio. Entre ellas cabe destacar sus tratados sobre "La Oración", "La Penitencia" y "El bautismo", con los cuales se había propuesto resumir y completar la instrucción oral dada a los catecúmenos, describiendo y profundizando el hondo y misterioso sentido moral y litúrgico, que encerraban algunos ritos eclesiásticos de la iniciación cristiana.

Pero es fácil advertir que el tratado sobre "La Paciencia" carece de esta índole totalmente didáctica. No parece que haya sido compuesto tanto para los demás, cuanto para el mismo autor. Son consideraciones sobre la naturaleza de esta virtud, sobre los motivos cristianos que en verdad la elevan sobre la indiferencia (adiaforia) cínico-estoica. Son, en fin, meditaciones con las cuales trata él mismo de buscar razones que lo estimulen a sobreponerse a su carácter ardiente e impulsivo. En su nueva función sacerdotal, habrá advertido la necesidad de tolerar muchas de las consecuencias originadas, más en la debilidad y en la ignorancia que en la maldad de los que intentaba elevar a un ideal de perfección cristiana, si de veras deseaba conducirlos a meta tan sublime. Se habrá convencido de su deber de combatir la desanimación y la tristeza, que de continuo asaltan al que, deseando el bien de los demás, no se resigna a saber esperar que se produzca ese gran bien de verlos virtuosos con la lentitud que presupone el dominio propio, la eliminación de prejuicios, de intereses encontrados y de tantos otros escollos que dificultan el ascenso aun de las almas mejor dispuestas. En fin, no se le debió ocultar que para alcanzar éxito en su actividad sacerdotal había que moderar los ímpetus y sacrificar sus modos intransigentes en aras de la esperanza y de una constancia amable y fuerte; es decir, de la paciencia que es el valor que sabe sufrir y esperar.

Tampoco debía costarle mucho advertir que su elevación al orden sacerdotal no era sino una manifestación de la complacencia que los cristianos le expresaban por su valiente actividad apologista. Con verdadero placer de sus almas y con profundo sentimiento de acción de gracias a Dios, veían este su abogado erguirse ante los jueces no tan sólo para defenderlos contra el despotismo imperial sino también transformando, con habilidad insuperable, la defensa de las víctimas en una hiriente acusación contra los verdugos. Pero ahora que, como sacerdote, intentaba aportar una solución al gravísimo problema -en esos días particularmente planteado- de si era lícito a los cristianos concurrir a los espectáculos paganos del circo, del estadio y del teatro, las cosas cambiaban. Ha llegado hasta nosotros en un opúsculo titulado "De spectaculis", la solución por él presentada. Es una obra llena de erudición, concluyente y de una fuerza lógica que no admite réplica.

Tertuliano dice no, contra los cristianos flojos, contra los moralistas débiles y contra todas las opiniones que hasta entonces habían merecido el honor de ser discutidas. Pero su triunfo -si en realidad lo hubo- habrá dejado muchos requemores, no sólo por su forma intransigente y dura, reveladora de su intolerancia con los términos medios, las transacciones y las escapatorias de conciencia, sino y particularmente por su humor irónico, con el cual se daña tanto a los adversarios y a los que contra su voluntad se observan defendidos, como también a los partidarios mismos de su pensamiento y elevado ideal. Tan amarga situación -nueve años más tarde haría crisis en el ánimo de Tertuliano- pudo haber sido motivo de las meditaciones cuyo fruto es esta primera disertación cristiana -por lo menos en latín- sobre la virtud de la paciencia.

En ella nuestro autor despliega toda la opulencia de su arte retórica para presentarnos a la paciencia como virtud superior e imprescindible. Señala su origen en la conducta que el mismo Dios guarda para con los hombres, y de qué forma parte de la revelación de Cristo, así la distingue de la resignación fatalista y de la indiferencia calculada tan pregonadas bajo el nombre de paciencia por los filósofos paganos. Pondera su trascendente utilidad para sobreponerse a las grandes y difíciles circunstancias de la vida presente, después de haber demostrado que la impaciencia es la causa de todos los males que aquejan al hombre sobre la tierra. La coloca como fundamento de lo bueno y, a la vez, cual corona de todas las demás virtudes, inclusive la misma fe Destaca los genuinos modelos de la paciencia en su lucha contra la adversidad y asimismo como heraldos del poder divino. En vuelos de su entusiasta especulación, la idealiza hasta otorgarle casi atributos divinos, caracteres personales de compañera, discipula e hija de la suprema suavidad, Dios.

Concluye finalmente, invitando a todos a contemplar y gozar de la imponderable belleza de su rostro y el esplendor de su ropaje y porte. Por el contrario, advierte, a modo de contraste, que la paciencia inspirada por el demonio a sus secuaces, es perversa y perjudicial no quedándole otro fin que el mismo de su inspirador. Esta obra, como la mayoría de las de Tertuliano, tuvo notable influencia sobre los escritores cristianos latinos. Medio siglo después de su aparición, el gran obispo cartaginés, San Cipriano, en circunstancias muy difíciles de su glorioso pontificado, en momentos de apasionadas controversias, escribió también un tratado sobre este mismo tema2. Se titula "De bono patientia"; en él las meditaciones de Tertuliano aparecen reconsideradas aunque con un estilo de mayor suavidad, extensamente imitadas y hasta algunas frases literalmente calcadas. El gran obispo se honraba llamando maestro suyo al presbítero compatriota. En esta obra es cabalmente donde mejor se puede apreciar la magnitud de la influencia ejercida por Tertuliano sobre su póstumo discípulo y, por su intermedio, sobre sus numerosos herederos espirituales, que desde la metrópoli africana extendieron por toda la Iglesia la obra y el pensamiento de este eminente obispo y mártir. Empero, este libro sobre "La Paciencia", nueve años después de su publicación, lamentablemente iba a tener algo así como su propia réplica. Me refiero a otro de Tertuliano, titulado "De pallio", con el cual trató de hacer frente a la extrañeza y al desdén de los que habían criticado su cambio de indumentaria. "A toga ad pallium!" "¡Ha cambiado la toga por el manto!", exclamaban irónicamente los cartagineses al verlo con su nueva prenda de vestir.

Sin embargo, era todo un símbolo. Había, en efecto, cambiado súbitamente de vestido; pero antes, en la lenta amargura de su corazón, ¡él había ido cambiando su alma!... Entonces resolvió acabar con aquella poca paciencia con la cual había tratado de poner dique a sus arranques, al ímpetu incontenible de su espíritu inquieto. No podía sufrir las consecuencias de su carácter intransigente. Convenido del fracaso de sus exigencias para imponer a los fieles una disciplina moral de un rigorismo ajeno al Evangelio, impotente para aguantar la sorda resistencia que contra él había concitado, resuelve pasarse al montanismo, herejía que se adecuaba plenamente con sus aspiraciones y tendencias. La amargura, la burla, el desprecio exudan desalas páginas de "De pallio". "¡Cuántos desastres causa la impaciencia!"; había escrito este hombre verdaderamente notable...

Semejante decisión, casi incomprensible, es también una lección valiosa que sobre la paciencia nos da al verlo como se aleja de la Iglesia renunciando por un desmedido afán de rigor disciplinario a los principios de la fe y de la unidad. El desvelador de herejes y cismáticos se pasa a la herejía y al cisma por no poder soportar la paciencia, con que la Iglesia Católica, a imitación de su divino Fundador, soporta que la cizaña se mezcle con el trigo hasta el día en que sean aventados, en la esperanza de poderlos salvar a todos. Pareciera que para él mismo hubiese escrito a lo que afirma contra el pueblo judío: "!Se hubiera salvado si hubiera sido paciente!" (ARSENIO SEACE)

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* Tertuliano redactó su tratado durante los días en que más apasionadamente ardía la discusión sobre el bautismo de los herejes. Conf Ciprian, Epist.. LXXIII. 26.



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