Anecdotario

Anécdotas y Virtudes

2011-09-13

Es curioso, pero las palabras de la abuela coincidían con la conocida definición de...

Autor: Julio Eugui

Qué bueno que tú existas

Marcel Marceau, el gran artista del mimo, había concluido su espectáculo entre interminables ovaciones de un público entusiasmado. Ya instalado en el camerino, sudoroso y fatigado, se dedicaba a ir eliminando hasta el último resto del maquillaje que le cubría el rostro. Fuera, ante la puerta, guardaban cola un serie de admiradores y varios periodistas, a la espera de poder conversar un poco con el famoso personaje. Y de pronto, vieron a una viejecita, que salía de no se sabe dónde, avanzando lentamente con la ayuda de un bastón. Abrió la puerta del camerino sin preocuparse de llamar y sin pensar un instante en todos los que aguardaban su oportunidad de pasar, y penetró en el interior. Refiere uno de los periodistas, que lo que presenció desde fuera, que la anciana llegó hasta el artista y se limitó a decir:

-Gracias, Marcel, por existir.

Y declarado eso, dio media vuelta y abandonó el camerino con la misma parsimonia con la que había aparecido.

Es curioso, pero las palabras de la abuela coincidían con la conocida definición de amor del filósofo Joseph Pieper: "Amar es exclamar continuamente ante el ser amado: ¡Qué bueno que existas!"

Tecca, la leprosa

En la Siena del siglo XIV hay un hospital de San Lázaro, que acoge en su interior a varios enfermos de la terrible lepra. Allí yace una pobre mujer, muy enferma; se llama Tecca. Nadie la cuida; más bien la evitan. Pero acude en su ayuda Santa Catalina, la acaricia, la lava, le da de comer, y la mujeruca, que no sale de su asombro, se deshace en agradecimiento.

Catalina vuelve un día y otro, siempre con los mismos cuidados, con la misma delicadeza, pero Tecca se va acostumbrando, y le nace una especie de hábito por el cual le parece natural que la joven la sirva; y del hábito pasa al derecho, como si la joven estuviera obligada a hacer lo que hace: por ello le empieza a exigir fidelidad en el horario y entrega plena. Y luego avanza un grado más, y comienzan los celos. Si Catalina se retrasa un día por estar un poquito más de tiempo en la iglesia, Tecca se enfada y se lo afea. Pero Catalina responde con mansedumbre:

-¡Oh, madre buena, no te inquietes, por amor de Dios; haré ahora enseguidita lo que necesitas...!



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