Para Reflexionar en Serio

¿Dónde estuvo el Domund 2012?

2012-10-23

Hace unos años la sociedad española se desvivía por sacar fondos para enviar a...

Autor: Néstor Mora Núñez

El domingo pasado celebramos el Domund, Domingo Mundial de la Misiones que año tras año nos ayuda a recordar nuestro compromiso con los misioneros que viven lejos y sobrepasados por las necesidades de quienes les rodean.

No pensaba escribir sobre este Domingo tan especial, ya que normalmente la Iglesia aparece felizmente inundada por el reclamo que llega de las misiones, pero, la verdad, este año he visto que el Domund ha pasado bastante desapercibido. En la misa a la que asistí el sábado tarde y la del domingo por la mañana, el tema del Domund se nombró sin casi convicción y de pasada. En la prensa e Internet, ha sido poco lo que he leido. Sin duda la crisis económica española ha debido de hacer mella.

Hace unos años la sociedad española se desvivía por sacar fondos para enviar a las misiones, pero actualmente parece que nos da vergüenza pedir para nuestros hermanos desheredados. Es triste, pero no por ello deja de tener una lógica aplastante que no es, precisamente, una lógica evangélica. Creo que el evangelio más apropiado para este pasado domingo hubiera sido el de la viuda que da dos monedas:

"En aquel tiempo, alzando Jesús la mirada, vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo: De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir" (Lc 21, 1-4)

Cuanto nos cuesta compartir lo que necesitamos y lo digo pensando en mi mismo. Lo que nos sobra resulta sencillo de compartir, pero aquellos bienes que creemos que merecemos, parecen imposibles de soltar. El desprendimiento de lo que creemos necesario, es una arte que sólo puede empezar a funcionar si el Señor nos ayuda con su Gracia. Lo que Dios valora no es la cantidad o la calidad de lo que donamos, sino nuestra capacidad de dar aquello que más queremos. No hablo de dinero, a veces lo más preciado es el tiempo o la dedicación. A veces lo que más nos cuesta dar es una sonrisa o un gesto de afecto. ¿Duele? Pues, como decía la Madre Teresa de Calcuta: "hay que dar hasta que duela". No nos dice que demos más, sino que demos hasta que sintamos que lo que damos es nuestro y que nos lo merecemos. Ahí empieza la caridad. ¿Difícil? Imposible por nosotros solos. ¿Quién desea dar hasta que le duela? Nadie. Dar hasta el dolor no se corresponde con la naturaleza imperfecta que nos constituye, sino a la naturaleza que perdimos tras el pecado original. Para dar hasta el dolor, hace falta la Gracia de Dios.

Dice San Agustín:

"Hay pecado cuando o la caridad que debe haber no existe o es menor de la que debe haber, pueda o no evitarlo la voluntad. Si puede, es obra de la voluntad actual; pero, si no puede evitarlo, es porque lo ha hecho imposible la voluntad crónica; y, sin embargo, puede ser evitado no cuando sobresale la voluntad soberbia, sino cuando recibe ayuda la voluntad humilde" (San Agustín. La Perfección de la Justicia del Hombre VI, 16)

Dicho con ironía: ¿Pecado?  Vaya palabra tan poco correcta, sobre todo si la aplicamos a las deficiencias en la caridad.

Nos resulta complicado aceptar que cuando nuestra naturaleza imperfecta es la que nos conduce, siempre hay algo que no es del todo correcto. Por mucho que busquemos excusas diversas y estas excusas sean escapatorias perfectas. Necesitamos que nuestra "voluntad humilde" tome las riendas y deje a la "voluntad soberbia" descansando a un lado.

Sin duda tenemos el deber de dar a quienes lo están pasando muy mal en España y en otros países occidentales, pero también es nuestro deber dar a quienes no han dejado de pasarlo muy mal desde que nacieron. Eso si, lo ideal es donar a través de quienes saben administrar nuestras aportaciones y saben sacar el máximo partido de ellas. La Iglesia es experta en multiplicar los recursos y sacar de donde parece que no hay. Siempre tenemos a Manos Unidas y a otras iniciativas católicas de ayuda al desarrollo para encauzar nuestros donativos. Incluso pequeñas asociaciones que actúan a nivel local, pueden ser una buena opción para aliviar las necesidades de quienes sufren en tierras de misión. Alguna conozco que hace "milagros" con los pocos recursos que recogen.

Pero no nos quedemos en el acto de la donación. Busquemos la razón de donar y oremos al Señor para que nos permita llegar a parecernos a la viuda que dio sin pensar en si misma. Ya sabemos que:

"… dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! Eres piedra de tropiezo; porque no estás pensando en las cosas de Dios, sino en las de los hombres. Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame " (Mt 16, 23-24)



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