Para Reflexionar en Serio

La vida contemplativa

2012-11-10

Autor: Diác. Inácio Almeida, EP

Gaudium Press Al analizar las inmensas obras llevadas a cabo por Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, San Alberto Magno y otros grandes santos, concluimos que esos hombres, a pesar de sus actividades casi incesantes, se mantuvieron en la más constante unión con Dios, pues fue por la contemplación de las cosas divinas que ellos elaboraron su amplísima capacidad de acción.

Para Santo Tomás [1], aquellos que son llamados a las obras de la vida activa, se equivocan si juzgan que este deber los dispensa de la vida contemplativa. Tal deber es un agregado de esta vida y no le disminuye la intensidad. De esta forma, "las dos vidas, lejos de excluirse, se reclaman, se suponen, se mezclan, se completan mutuamente; y, si por alguna circunstancia, tenemos que preferir una a la otra, es sin duda la vida contemplativa la que se debe escoger, pues es la más perfecta y la más necesaria" (CHAUTARD).

En general, el hombre moderno tiene una errónea concepción de lo que es propiamente la vida contemplativa, y desconoce la importancia de la contemplación como elemento propulsor de la acción, pues los verdaderos místicos o contemplativos "son hombres de sentido práctico y de acción, no (solo) de raciocinio y teoría. Tienen el espíritu de la organización, el don del comando, y se revelan muy bien dotados para los negocios. Las obras que fundan, ofrecen condiciones de vida y duración; en concebir y dirigir sus empresas dan prueba de prudencia y arrojo, y de esa justa apreciación de las posibilidades que caracteriza el juicio. Y, de hecho, el juicio parece ser su cualidad principal: un buen sentido que no es perturbado por exaltación alguna, enfermedad o imaginación desordenada, y la que anda junto al más raro poder de penetración" (MONTMORAND citado por TANQUEREY).

Chautard (1962) nos advierte que "cuando ésta [la contemplación] alcanza cierto grado de intensidad, difunde sobre la primera algún tanto de su excedente y, por medio de ella, el alma dibujará directamente en el corazón de Dios las gracias que la acción se encarga de distribuir".

El mismo autor también afirma que en el alma de los santos, la acción y la contemplación se unen formando una perfecta armonía. Por esta razón se puede afirmar que Santo Tomás fue al mismo tiempo un contemplativo, así como uno de los hombres más activos de su siglo. La vida contemplativa vivifica las ocupaciones exteriores; solo ella es capaz de comunicar simultáneamente el carácter sobrenatural y la real utilidad de las cosas. La unión de dos vidas, contemplativa y activa, constituye el verdadero apostolado.

"El apostolado supone almas capaces de hervir de entusiasmo por una idea, de consagrarse al triunfo de un principio. Se sobrenaturaliza la realización de ese ideal por el espíritu interior [...], y luego tendremos la vida más perfecta en sí misma, la vida por excelencia, visto como los teólogos la prefieren a la simple contemplación: Praefertur simplici contemplationi" (CHAUTARD).

Es de esta acción brotada en la contemplación que hizo que Santo Tomás de Aquino y otros grandes santos fuesen al mismo tiempo ardientes contemplativos y apóstoles valerosos. Podemos hasta dar treguas a nuestros trabajos exteriores; pero, al contrario, nunca debemos disminuir nuestra aplicación a las cosas espirituales.

Pues de acuerdo con Chautard:

"Bueno es contemplar la verdad; sin embargo, mejor todavía es comunicarla a los otros. Reflejar la luz es algo más que recibirla. Iluminar vale más que lucir debajo del bushel. Por la contemplación, el alma se alimenta; por el apostolado, se da (Sicut majus est illuminare quam lucere solum, ita majus est contemplata aliis tradere, quam solum contemplare).[2].



gilberto
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