Para Reflexionar en Serio

Violencia en la Ciudad de México y falta de madurez democrática

2012-12-06

Primero: Hay que distinguir entre dos grupos de manifestantes. Los que lo hacían de forma...

Autor: Carlos J. Díaz Rodríguez

Era el sábado 1 de diciembre del 2012. Mientras algunos se manifestaban de forma pacífica en diferentes puntos de la Ciudad de México en contra del nuevo Presidente Constitucional Enrique Peña Nieto, apareció en escena un grupo de agitadores, vándalos que dañaron diferentes parques, edificios y comercios de la capital, especialmente, en el casco antiguo, en el centro histórico. Lo anterior, es un hecho lamentable que, a su vez, nos lanza a precisar tres aspectos importantes:

Primero: Hay que distinguir entre dos grupos de manifestantes. Los que lo hacían de forma pacífica en base al artículo 6 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que prevé la libertad de manifestación y aquellos que se infiltraron en dicho conglomerado, provocando caos y destrucción a su paso. No se puede generalizar, pues para generar descontrol y conflictos, basta con unas cuantas personas sobornadas o desquiciadas para hacerlo, sin embargo, conviene subrayar que los daños no fueron provocados por un grupo de ciudadanos que quisieron expresar públicamente sus ideas.

Segundo: Se han lazado fuertes acusaciones en contra de la policía capitalina, sin embargo, la realidad de las cosas, es que era necesario que intervinieran. Si no lo hubieran hecho, el número de daños y de heridos hubiera sido mayor. Es fácil criticar a los policías, cuando en realidad ellos también se vieron afectados, ya no digamos por los insultos, sino por los objetos que les fueron lanzados. Por lo tanto, está fuera de lugar hablar de una represión de Estado, equiparable a la de 1968.

Tercero: En cuanto a los detenidos que fueron presentados ante el Ministerio Público, es un hecho que muchos de ellos han sido responsables de los daños, del descontrol. De ahí que se haya optado por el ejercicio de la acción penal, pues no se puede permitir, sobre todo, en un Estado democrático, el que un grupo de personas, bajo el pretexto de la tolerancia, dañe vidrieras, bancos, vehículos y comercios en general.

Tales hechos, representan una falta de madurez democrática. En primer lugar, porque no es posible defender la tolerancia, siendo intolerantes. En segundo lugar, culpar al Estado de actuar, de mantener la seguridad pública, es un error, pues forma parte de sus obligaciones, de su ser y quehacer. Lo que se debe aprender de la violencia del pasado 1 de diciembre, es que el país no mejorará rompiendo vidrieras, sino trabajando, colaborando desde el lugar en el que nos encontremos. Es hora de entender el sentido de la democracia, dando paso a la transformación, a partir del esfuerzo personal y dejando de proyectar en el Presidente en turno toda la carga de los problemas.



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