Calamidades

El tiro por la culata

2013-02-23

Esta semana, al comienzo de una sesión de la Cámara baja del Parlamento federal, se...

Juan Pablo Duch, La Jornada

Nada que objetar a que los diputados de la Duma se preocupen por la situación de los huérfanos adoptados en Estados Unidos –es su obligación–, pero resulta lamentable que recurran a historias inventadas para justificar su iniciativa de prohibir las adopciones por parejas estadunidenses.

Esta semana, al comienzo de una sesión de la Cámara baja del Parlamento federal, se pidió guardar un minuto de silencio en honor de Maksim Kuzmin, un niño ruso de tres años de edad que perdió la vida en Texas.

Un funcionario dependiente del Kremlin, el comisionado para los derechos de los niños, Pavel Astajov, había dado la primicia en su cuenta en Twitter: "¡Atención! Una madre adoptiva mató a un niño ruso en Texas". Y agregó: "El pequeño murió antes de que llegara la ambulancia a consecuencia de la golpiza que le propinó la mujer, quien además le suministró durante mucho tiempo estupefacientes".

Todo un monstruo esa madre adoptiva, ¿no? Cuando el vocero de la cancillería dio a conocer que el cuerpo del menor presentaba "múltiples fracturas", los diputados exigieron a gritos que compareciera el embajador de Estados Unidos, mientras la televisión pública echó más leña al fuego sensacionalista al entrevistar a la madre biológica de Maksim, quien pidió, entre sollozos, que le devuelvan a su otro hijo, Kiril Kuzmin, también adoptado por la misma familia estadunidense.

La versión de la otra parte dice que Max Matto, como se llamaba el niño en Texas, con severo retraso mental que le hacía tomar medicamentos recetados, se quedó jugando con su hermano en el patio y cuando la madre volvió lo encontró tirado en el suelo. Llamó a la ambulancia y el niño, sin recuperarse, murió en el hospital.

La madre biológica, una mujer de 23 años, que desde los 13 es alcohólica consuetudinaria, lo que le hizo perder la custodia de sus tres hijos, llevaba semanas de juerga en una aldea cercana, con su enésimo compañero de botella y amorío.

Dijeron que había cambiado y la llevaron a Moscú para pedir que la ayuden a recuperar la custodia de Kiril. Grabada la enternecedora gestión, la mujer debía volver a Pskov, su ciudad. Pero no llegó: con el dinero de la entrevista, su amasio y ella se pusieron tal borrachera que, por escandalosos, tuvieron que bajarlos del tren a mitad del camino.

Se hizo obvio que, sin nuevos argumentos, a la Duma le salió el tiro por la culata.

Al mismo tiempo, parece no importarle a los legisladores que, según estadísticas oficiales, cada año mueren en Rusia entre mil 500 y mil 700 niños, de ellos más de un millar asesinados por sus padres. Y más de 10 mil menores se consideran desaparecidos.



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