Vidas Ejemplares

María Rosa Julia Billiart, Santa

2013-04-08

Desde 1816 la salud de la madre decayó rápidamente. Murió el 8 de abril de ese...

Autor: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net

María Rosa Julia Billiart, Santa

Fundadora del Instituto de Nuestra Señora

María Rosa Julia Billiart nació el 12 de julio de 1752 en Cuvilly (Bélgica), en el seno de una familia de agricultores acomodados propietarios también un pequeño comercio. Habiendo aprendido el catecismo de memoria, el párroco le permitió hacer la primera comunión a los nueve años.

Aunque Julia tenía que trabajar, pues entonces en la familia había necesidades económicas, siempre buscaba tiempo para visitar a los enfermos, ayudar a los demás y hacer oración. Un día en que se hallaba sentada junto a su padre, alguien disparó una pistola contra éste; el atentado la impresionó tanto que perdió el movimiento de las piernas. Con frecuencia la gente la oía decir: ¡Qué bueno es Dios!

En 1790, durante la revolución francesa y la época napoleónica, tuvo que huir a Compregne, perseguida por las autoridades, debiendo cambiar de residencia constantemente. Las penalidades agravaron de tal suerte su enfermedad que perdió el habla durante varios meses. Al fin del tiempo del Terror se trasladó a Amiens a la casa del vizconde Blin de Borbón. Ahí recobró el habla y conoció a Francisca Blin de Borbón, mujer inteligente y culta, vizcondesa de Gézaincourt, que sería su amiga íntima y colaboradora. La persecución estalló nuevamente y Julia debió refugiarse en casa de la familia Doria, en Bettencourt, donde conoció al padre José Varin.

En Amiens, Julia y Francisca fundaron el Instituto de Nuestra Señora con apoyo del padre Varin. El fin del instituto era el cuidado espiritual de los niños y la formación de catequistas. Fue la primera congregación religiosa moderna sin distinciones entre las religiosas. Pronto ingresaron al instituto algunas candidatas, se abrió un orfanato y se inauguraron clases nocturnas de catecismo. Julia decía: "Pensad cuán pocos sacerdotes hay actualmente y cuántos niños necesitados se debaten en la ignorancia. Tenemos que luchar para ganarlos para Cristo".

En 1804, al final de una misión popular, sucedió un hecho extraordinario. El padre Enfantin pidió a la madre Julia se uniera a él en una novena por una intención particular. Al quinto día de la novena, que era día del Sagrado Corazón, el padre se acercó a la madre, que llevaba veintidós años paralítica, y le dijo: "Madre, si tiene fe, dé un paso en honor al Sagrado Corazón de Jesús". La madre se levantó y comenzó a caminar.

La salud le permitió consolidar y extender su obra: se inauguraron los conventos de Namur, Gante y Tournai. El padre Varin fue sustituido por otro sacerdote. El nuevo confesor sembró la discordia y logró alejar de la madre Julia a muchas personas que hasta entonces habían visto con buenos ojos la fundación. El obispo de Amiens exigió que la madre saliera de su diócesis y se retiró con las religiosas al convento de Namur donde el obispo las recibió cordialmente.

La madre Julia pasó los siete últimos años de su vida formando a las religiosas y fundando nuevas casas. Desde 1816 la salud de la madre decayó rápidamente. Murió el 8 de abril de ese mismo año mientras recitaba el Magnificat; el cardenal Sterckx calificó la obra de la madre como explosión del espíritu apostólico en el corazón de una mujer que supo creer y amar. Fue beatificada por san Pío X en 1906. Pablo VI la canonizó el 22 de julio de 1969.

Augusto Czartoryski, Beato

Sacerdote y principe

Príncipe polaco del siglo XIX, presbítero y religioso de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco (fecha de beatificación: 25 de abril de 2004).

Nació en París el 2 de agosto de 1858, en el exilio. Desde hacía unos treinta años su noble estirpe, vinculada a la historia y los intereses dinásticos de Polonia, había emigrado a Francia. El príncipe Adán Czartoryski había cedido la sucesión de la estirpe, así como de la actividad patriótica, al príncipe Ladislao, unido en matrimonio con la princesa María Amparo (hija de la reina de España María Cristina y del duque Rianzárez). Son estos los padres de Augusto, primogénito de la familia.

Cuando tenía seis años murió su madre, enferma de tuberculosis, que transmitirá a su hijo. Cuando el mal manifestó en él sus primeros síntomas, comenzó para Augusto una larga peregrinación en busca de la salud, que nunca recuperaría: Italia, Suiza, Egipto, España... Pero no era la salud el principal objetivo de su búsqueda: coexistía en su alma juvenil otra búsqueda mucho más preciosa, la de su vocación.

Era consciente de que no estaba hecho para la vida de la corte. A los veinte años, en una carta a su padre le decía, entre otras cosas, aludiendo a las fiestas mundanas, en las que se veía obligado a participar: «Le confieso que estoy cansado de todo esto. Son diversiones inútiles, que me angustian».

San José Kalinowski —canonizado por Juan Pablo II en 1991—, que había sufrido diez años de trabajos forzados en Siberia, y después se hizo carmelita, fue preceptor de Augusto sólo durante tres años (1874-1877), pero dejó en él una profunda huella. Por él sabemos que quienes orientaron al príncipe en su búsqueda vocacional fueron sobre todo las figuras de san Luis Gonzaga y de san Estanislao de Kostka. Le entusiasmaba el lema de este último: «Ad maiora natus sum». «La vida de san Luis, del padre Cepari, que me mandaron de Italia —escribe Kalinowski— influyó mucho en el progreso espiritual de Augusto y le abrió el camino a una unión más fácil con Dios».

Pero el acontecimiento decisivo de su vida fue el encuentro con don Bosco. Augusto tenía 25 años. Sucedió en París, precisamente en el palacio Lambert, donde el fundador de los salesianos celebró la misa en el oratorio de la familia. Los acólitos fueron el príncipe Ladislao y Augusto. Desde aquel día Augusto vio en el santo educador al padre de su alma y al árbitro de su porvenir.

En el joven la vocación a la vida religiosa se había ido afirmando cada vez más. A pesar de ser el primer heredero, no sentía inclinación a formar una familia. Después del encuentro con don Bosco, Augusto no sólo sintió que se reforzaba su vocación al estado religioso, sino que tuvo la clara convicción de que estaba llamado a ser salesiano. Desde entonces, en cuanto su padre se lo permitía, iba a Turín para encontrarse con don Bosco y recibir sus consejos. Hizo también varias veces ejercicios espirituales bajo la dirección del santo.

Don Bosco tuvo siempre una actitud de gran cautela sobre la aceptación del príncipe en su congregación. Fue el Papa León XIII, en persona, quien disipó toda duda. Reconociendo la voluntad de Augusto, el Papa concluyó: «Decid a don Bosco que es voluntad del Papa que os reciba entre los salesianos». «Muy bien, amigo mío», respondió inmediatamente don Bosco, «yo lo acepto. Desde este instante, usted forma parte de nuestra Sociedad y deseo que pertenezca a ella hasta la muerte».

A finales de junio de 1887, tras renunciar a todos sus derechos en favor de sus hermanos, fue enviado a San Benigno Canavese para un breve aspirantado, antes del noviciado, que comenzó en ese mismo año. Tuvo que luchar contra los intentos de su familia, que no se resignaba a esa elección. Su padre iba a visitarlo y trataba de disuadirlo. Emitió los votos el 24 de noviembre de 1887 en la basílica de María Auxiliadora ante don Bosco. «Ánimo, mi príncipe —le susurró el santo—. Hoy hemos alcanzado una magnífica victoria. Pero puedo también decirle, con gran alegría, que llegará un día en el que usted será sacerdote y por voluntad de Dios hará mucho bien a su patria». Don Bosco murió dos meses después.

A causa de su enfermedad lo enviaron a estudiar la teología a la costa de Liguria. El decurso de su enfermedad hizo que su familia renovara con mayor insistencia sus intentos de alejarlo de la vocación. Al cardenal Parocchi, a quien pidieron que influyera para apartarlo de la vida salesiana, él le escribe: «En plena libertad he querido emitir los votos, y lo hice con gran alegría de mi corazón. Desde aquel día, viviendo en la Congregación, disfruto de una gran paz de espíritu, y doy gracias al Señor que me ha permitido conocer la Sociedad Salesiana y me ha llamado a vivir en ella».

Fue ordenado sacerdote el 2 de abril de 1892 en San Remo por mons. Tommaso Reggio, obispo de Ventimiglia. Su padre, el príncipe Ladislao, y su tía Isa no asistieron a la ordenación, aunque poco después toda la familia aceptó plenamente su vocación.

La vida sacerdotal de don Augusto duró sólo un año, que pasó en Alassio, en una habitación que daba al patio de los muchachos. El cardenal Cagliero resume así este último período de su vida: «Ya no era de este mundo. Su unión con Dios, la conformidad perfecta con la divina voluntad en la enfermedad agravada, el deseo de configurarse con Jesucristo en los sufrimientos y en las aflicciones lo hacían heroico en la paciencia, sereno en el espíritu, e invencible, más que en el dolor, en el amor de Dios».

Murió en Alassio la tarde del sábado 8 de abril de 1893, en la octava de Pascua, sentado en el sillón que había usado don Bosco. «¡Qué hermosa Pascua!», había dicho el lunes al hermano que lo asistía, sin imaginar que el último día de la octava lo habría celebrado en el paraíso.

Tenía treinta y cinco años de edad y cinco de vida salesiana. En su recordatorio de primera misa había escrito: «Para mí un día en tus atrios vale más que mil fuera. Bienaventurado quien vive en tu casa: siempre canta tus alabanzas» (Salmo 83).

Sus restos fueron trasladados a Polonia y sepultados en la cripta parroquial de Sieniawa, junto a la tumba de familia. Sucesivamente fueron trasladados a la iglesia salesiana de Przemysl.

(Texto: L'Osservatore romano, edición en lengua española, 23 de abril de 2004).

Perpetuo de Tours, Santo

Obispo

Etimológicamente significa " duradero". Viene de la lengua latina.

Perpetuo era de familia senatorial. Una vez que lo nombraron obispo de Tours, dejó todo cuanto tenía – que era mucho – para el consuelo de los pobres. Los pobres son mis herederos. Les dejó campos, casas, jardines, pastizales, viñas y hasta la propia ropa.

Sin duda alguna fue uno de los obispos más sobresalientes de su tiempo.

Tenía siempre presente a su predecesor, san Martín, el soldado que rompió su capa en dos para entregar una parte a un mendigo.

Perpetuo agrandó la basílica dedicada a san Martín e hizo una casa grande a su lado para albergue de peregrinos.

Desde el primer año de su episcopado, convocó un concilio provincial en Tours.

Decretó que los fieles observaran algunos días de la semana con especial atención a las cosas del espíritu.

La influencia de san Perpetuo fue enorme. Trece siglos después de su muerte , alguien escribió estas palabras atribuidas al santo: "Vosotros, mis queridos hermanos, mi corona, mi alegría, es decir, el pobre de Cristo, necesitados, mendigos, enfermos, viudas y huérfanos...A todos vosotros os declaro mis herederos".

Tenía una primavera en el corazón, porque sabía perdonar a todo el mundo y, además, entregaba su propio ser para el bien de los demás.

Catorce años antes de morir, escribió su testamento, un documento perfecto de cómo debían ser los obispos de aquellos tiempos.

Los últimos años de su vida fueron malos, debido a la invasión de lo Godos y a la doctrina arriana.

Murió en el año 494.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!.

Julián de San Agustín, Beato

Religioso Franciscano

Religioso profeso de la Primera Orden franciscana, que nació hacia 1553 y murió en 1606. Fue beatificado por León XII el 23 de mayo de 1825.

Julián Martinet, nuestro beato, nació en Medinaceli (Soria), en Castilla la Vieja, España, hijo de Andrés Martinet, francés fugitivo de Toulouse a causa de los calvinistas, y de Catalina Gutiérrez, joven obrera de Aguaviva.

Ya enteramente educado, en edad juvenil vistió el hábito de los Hermanos Menores en el Convento-Retiro de La Salceda. Desde un principio se dio a tan exageradas penitencias, que sus hermanos de religión lo juzgaron loco y le aconsejaron retirarse.

Después de mucha insistencia, fue recibido nuevamente, pero luego fue despedido por los mismos motivos. Entonces se pasó a vivir cerca del convento llevando una vida eremítica; cada día pedía a los frailes un trozo de pan, y éstos, conmovidos por su vida santa, lo aceptaron por tercera vez en el convento y así finalmente pudo emitir la profesión en la Orden franciscana en calidad de religioso laico.

Después de una breve permanencia en los conventos de Alcalá y de Ocaña, regresó de nuevo al convento de San Diego de Alcalá.

Al encomendársele el oficio de limosnero se distinguió por la rigurosa mortificación, la pobreza y la humildad. Favorecido con el don de profecía y de ciencia infusa, mereció una gran veneración de parte del pueblo, al que edificó con sus virtudes y en el que logró muchas conversiones.

El amor hacia Dios le inspiraba comprensión para con el prójimo. La miseria de los pobres despertaba en él una tierna compasión. Se interesaba por sus necesidades, los consolaba hablándoles de la felicidad del cielo; exhortaba a los ricos a ayudar a los pobres y a darles trabajo. Dividía su alimento con los hambrientos.

Era maravilloso su apostolado cuando de puerta en puerta pedía la limosna. Por muchos años ejercitó este apostolado con humildad y paciencia; tenía para todos una palabra de aliento, para llevar almas a Dios, quien glorificaba la humildad de su siervo con prodigios: muchos enfermos fueron curados, multiplicaba los alimentos; profesores de la universidad de Alcalá a menudo iban a consultarle sobre difíciles asuntos y volvían maravillados de sus respuestas, convencidos de que Dios le había infundido la ciencia.

Después de una vida pura, inocente, mortificada, plena de obras buenas, Fray Julián vio llegar finalmente la hora de la recompensa. Recibió los últimos sacramentos con gran fervor y luego, con el rostro iluminado por una luz divina, abandonó el destierro para llegar a la patria del cielo. Era el 8 de abril de 1606. Tenía 53 años de edad.

A la noticia de su muerte el clero, los profesores de la universidad, los nobles y sobre todo el pueblo que él había amado tanto, acudieron al convento de los Hermanos Menores para venerar al siervo de Dios, cuyo cuerpo permaneció expuesto por dieciocho días. Numerosos milagros sucedieron en su tumba, que fue colocada en una capilla que el pueblo de inmediato llamó de San Julián. En Alcalá le dedicaron una calle: Calle San Julián

Clemente Ósimo, Beato

Agustino

Nació a primeros del siglo XIII en la región italiana de las Marcas (Italia), muy proba-blemente en San Elpidio, si bien los primeros historiadores lo hacen natural de Osimo.

De adolescente entró a formar parte de la Congregación eremítica de Bréttino, llegará a ser agustino en 1256.. En 1269 era provincial de la provincia anconitana.

A partir del 1271 gobernó la Orden por tres años. Después de haber renunciado a su oficio, llevo una vida retirada. Aun así, tuvo el cargo de visitador de la Provincia Romana. Por segunda vez es elegido General, ahora por unanimidad, en el Capítulo de 1284. Luego, en el Capítulo celebrado en Florencia en 1287 sería confirmado por otros tres años, y obligado a aceptar nuevamente el cargo de General en el Capítulo de Ratisbona de 1290. La muerte le sorprendió en la primavera del año siguiente.

Clemente desarrolló en su generalato una gran labor en beneficio de la Orden: interviene en algunas Provincias, potencia los estudios, insiste en la observancia religiosa, consigue ayudas económicas, dispensas pontificias, como por ejemplo la exención de la jurisdicción de los obispos, funda conventos femeninos, fomenta la creación de bibliotecas y archivos provinciales, etc.

Su gobierno destaca por haber comenzado en la Orden la tradición mariana (1284) cuando habla de Benedicta tu y Vigiliae B. M. Virginis en honor de Nuestra Señora de Gracia; por la formulación y promulgación de leyes estables o Constituciones para toda la Orden, conocidas por Constituciones de Ratisbona (1290), que permanecieron en vigor, salvo ciertos retoques, hasta 1551; y por apostar firmemente por la cultura, creando cuatro Estudios Generales en Italia – Roma, Bolonia, Padua y Nápoles – y otro más en París, centro de la cultura europea del tiempo.

Cuatro veces General, gobernó la Orden de forma admirable, labor que le fue reconocida por los Papas Honorio IV y Nicolás IV. Visitó los conventos de Francia, Alemania e Italia, y fue confesor del cardenal Gaetani, futuro Bonifacio VIII.

Murió con fama de taumaturgo y de santo en Orvieto el 8 de abril de 1291, siendo enterrado en el convento agustino de la ciudad. En épocas sucesivas sus restos fueron repartidos entre Orvieto, Ósimo y San Elpidio. A principios del siglo XIX gran parte de sus reliquias fueron trasladadas a la iglesia de San Agustín de Roma, donde permanecieron hasta que en 1970 pasaron a la capilla de la Curia General de la Orden.

Clemente XIII confirmó el culto ab immemorabili en 1761. 



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