Vidas Ejemplares

Juan de Sahagún, Santo

2013-06-12

Pero a los 33 años Juan entró en crisis. No se sentía a gusto en la...

Autor: Pietro Bellini, o.s.a | Fuente: www.osanet.org

Juan de Sahagún, Santo

Predicador Agustino

"¡Padre, no has sabido frenar tu lengua! Señor Duque, dígame para qué he subido al púlpito, ¿para anunciar la verdad a cuantos me escuchan o para adularlos vergonzosamente?". Este tenso diálogo tuvo lugar entre el indignado duque de Alba, presente en la función religiosa, y el agustino fray Juan de Sahagún, que había pronunciado el sermón. Aquel día el P. Juan, aprovechó la presencia en la iglesia de muchos nobles de la ciudad y de las autoridades civiles para denunciar el mal gobierno de la administración y las injusticias perpetradas por los poderosos con daño de las personas más débiles, los latrocinios más o menos encubiertos, los fomentadores de banderías, y la opresión a los súbditos. En Salamanca Juan se había convertido en punto de referencia segura para todos. El público se sentía atraído por el predicador "amable", pero a la vez valiente y justo.

Juan había nacido en Sahagún, provincia de León (España), hacia 1430. Hijo de Juan Gonzalez de Castillo y Sancha Martinez, el mayor de siete niños, el primero después de 16 años de esterilidad y frustración. De joven un tío suyo le proporcionó un empleo en la curia episcopal de Burgos, al que iba unido un beneficio eclesiástico. Después fue ordenado sacerdote.

Pero a los 33 años Juan entró en crisis. No se sentía a gusto en la viña del Señor sin trabajar en ella. Fue así cómo, al morir el obispo, cambió el rumbo de su vida y se hizo agustino, dedicándose de lleno al apostolado, con la predicación al pueblo sencillo, la promoción de la paz y de la convivencia social, siempre en defensa de los oprimidos y de sus derechos conculcados.

"Si se me preguntase acerca del comportamiento de fray Juan - testimonia uno de sus contemporáneos – en relación con pobres y afligidos, con viudas y niños explotados, con los necesitados y los enfermos, deberé responder que ya de naturaleza se mostraba habitualmente impelido a ayudar a todos con palabras o con limosnas. Y puso particular interés en conducir a todos a la paz y a la concordia después de haber apagado enemistades y desavenencias. Viviendo en Salamanca, encontrándose la entera ciudad dividida en bandos a causa de divergencias civiles, consiguió evitar muchas luchas sangrientas".

Debido a sus reiteradas tentativas a favor de la pacificación, en 1476 los nobles de Salamanca firmaron un solemne pacto de perpetua concordia. La fuerza y el valor en sus actuaciones lo sacaba de la eucaristía, que celebraba diariamente con extraordinaria devoción.

Murió en 1479. El proceso acerca de su vida y virtudes se concluyó con la beatificación, en 1601, y con la canonización, que tuvo lugar en 1690. Las reliquias del santo se conservan en la catedral nueva de Salamanca, ciudad llena de lugares cuyos nombres recuerdan los portentos obrados por el Santo en vida y después de la muerte.

Onofre, Santo

Ermitaño

Si no lo hubiera encontrado el abad san Panufcio, ya moribundo, y no hubiera escrito su vida es seguro que no conoceríamos a este personaje originalísimo. Es un ermitaño, morador de una cueva del desierto egipcio de la Tebaida.

Allí mismo donde la civilización faraónica había florecido siglos antes, ahora, en las primeras centurias del cristianismo, los monjes pueblan el despoblado y viven en solitario su intensa experiencia interior y espiritual.

A nuestra sociedad lo profundo le sabe a raro y los compromisos definitivos o las decisiones comprometedoras de por vida no están de moda. Onofre, sin embargo, nos ofrece un testimonio admirable de profundidad interior capaz de abarcar todo su paso por la tierra.

Se dedicó a la oración y, después de orar, a dar buen consejo a quien se lo requería. ¿Nada más? Y... nada menos: dejar que el alma rebose amor de Dios para que otros puedan descubrirlo y amarlo; dejarse afectar desde el centro de la propia personalidad por la Gracia y contagiarla a otros como la gran curación, la gran salud, la gran salvación.

Si en la Iglesia no existieran estos absolutos testimonios del Absoluto, todo sería aún más relativo de lo que es.

Guido (Guy) de Cortona, Beato

Franciscano

Su culto y misa fueron concedidos por Gregorio XIII en 1583.

Guido, compañero de San Francisco, nació en Cortona hacia el 1190, de la familia Vignotelli. Pasó su juventud adquiriendo una buena cultura que le permitió llegar a ser sacerdote, y dado a la oración, la mortificación y el trabajo en ayuda de los pobres.

En 1211 el Poverello de Asís fue huésped suyo. Comieron juntos y cuando tomaban el postre, le confió al Santo con gran sencillez su deseo de hacerse discípulo suyo. Preguntó qué debía hacer y la respuesta fue breve. Dar todo a los pobres, renunciando a todos los bienes terrenos. Guido no perdió tiempo. Siguió con tanta rapidez el consejo del Pobrecillo, que al otro día, arreglados todos sus asuntos, pudo recibir el hábito y ceñir la cuerda de la penitencia franciscana.

Cortona tuvo así en las afueras de los muros su conventillo de Hermanos Menores, del cual Guido fue el alma y guía. Fue sacerdote y hermano, sin faltar en nada a la humildad franciscana y a la perfecta modestia. El Santo de Asís lo quiso sinceramente y lo estimó como a pocos otros discípulos.

Pero quien lo amó particularmente fue el pueblo de Cortona, del cual el Beato fue un gran bienhechor. La devoción popular le atribuye clamorosos milagros, como el del agua convertida en vino, de la harina prodigiosamente multiplicada, de la curación de un paralítico y sobre todo el de volver a la vida a una muchacha caída en un pozo. Entre los milagros y las muchas buenas obras, la oración y la penitencia, las prácticas religiosas y el cuidado del convento transcurrió serena y luminosa la vida de Guido.

Con el Seráfico Padre se retiró por algún tiempo a un lugar solitario a un kilómetro de Cortona, llamado el conventico de Las Celdas, que se considera uno de los primeros construidos en la Orden, y cultivó más intensamente la vida de piedad y de mortificación. Más tarde visitó a San Francisco de Asís y obtuvo el permiso de la predicación, con la cual, como con sus milagros, recogió abundantes frutos de bien. Al volver Francisco a Cortona, fue nuevamente a donde él, y recibió del mismo un gran elogio delante de los cortoneses, que obtuvieron la seguridad de la poderosa intercesión que él siempre había ejercitado en su favor, predicción que no quedó sin cumplirse.

Un día el Patriarca de Asís, muerto hacía cerca de veinte años, se apareció al fraile cortonés anunciándole la hora de la recompensa. Cuando ésta llegó, pareció que Guido partiera para un viaje largamente ansiado, en compañía de la persona más amada: "He aquí a mi querido San Francisco, exclamó agonizando. Todos de pies! Vamos tras él". A los 60 años de edad, voló su alma de la tierra al cielo en junio de 1250. Su cuerpo permaneció donde vivió y murió, en Cortona, que así vino a ser la ciudad del Beato Guido, antes de ser, unos decenios después, la ciudad de Santa Margarita, la mujer apasionada, después del hombre generoso y bienhechor.



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