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El camino de las bienaventuranzas como fundamento de la psicoterapia

2013-11-01

En esta tarea debemos considerar especialmente el papel que cumple en la vida psíquica, la...


Autor: Zelmira Seligman

 

Una psicoterapia que desarrolla la relación del hombre con Dios, tratando de estrechar los vínculos que ya tiene por creación y por ser su imagen, es realmente efectiva para toda la vida, pues encamina a la persona hacia su propia perfección
 

El camino de las bienaventuranzas como fundamento de la psicoterapia

El camino de las bienaventuranzas como fundamento de la psicoterapia

Quisiera comenzar con una referencia a S.S. Pío XII. Este pontífice de feliz memoria para la toda la Iglesia, hizo importantes aportes al tema de la psicología que en ese momento comenzaba una vertiginosa propagación, y en la que entrevió no sólo sus beneficios sino también ciertos peligros. Por eso se ocupó de dar algunos conceptos que serán claves para el desarrollo de una "sana psicología"(1), como después pedirá el Concilio Vaticano II.

El Papa Pío XII define la personalidad como: «unidad psicosomática del hombre en cuanto determinada y gobernada por el alma» . (2)Vemos que consideró como fundamental para la psicología el tema de la unidad pues - dice - que ésta se realiza en la personalidad con su trascendencia, con su tendencia a Dios. Es el fin, y concretamente el fin último, el que realiza la plena unidad de la personalidad y la ordenación jerárquica, o sea, que todas las potencias inferiores sean gobernadas por el alma racional, guiadas por la recta razón, que es lo propio de la salud mental.

Por otro lado podríamos aclarar que la enfermedad psíquica es - análogamente a la del cuerpo - aquella en la cual, por el desorden, las partes se debilitan o incapacitan para la realización de sus propias operaciones, de tal manera que los miembros no se someten debidamente a la parte rectora del organismo [ejemplo: paralítico, hemorragia, etc]. De la misma manera, en lo psíquico, las partes se dicen desordenadas cuando no se someten a la razón, que es la fuerza rectora del alma. Por eso se dice que un loco es aquel que "ha perdido la razón"; si bien no es la razón lo que se ha perdido (porque el hombre por ser hombre no puede dejar de tenerla) sino que significa que no puede "usarla" correctamente, que no gobierna debidamente las potencias inferiores como la imaginación, la memoria, las pasiones, etc. y por lo tanto se halla como desbordada por lo inferior, que se ha insubordinado.

La psicoterapia debe tener en cuenta esta ordenación que se abre hacia lo superior y lo trascendente, y de esta manera unifica la personalidad a la vez que la eleva. En esta tarea debemos considerar especialmente el papel que cumple en la vida psíquica, la gracia de Dios. El alma es dinámica, el que no adelanta, retrocede; el que no se eleva, cae. Lo que mueve el alma es la gracia, o se sufre la inercia del pecado. Una psicoterapia que desarrolla la relación del hombre con Dios, tratando de estrechar los vínculos que ya tiene por creación y por ser su imagen, es realmente efectiva para toda la vida, pues encamina a la persona hacia su propia perfección o sea hacia la felicidad.

Dice el psiquiatra Rudolf Allers:

Especialmente, el médico [psiquiatra] - si bien es cierto que puede llamarse con algún motivo "médico de almas" - nunca puede olvidar que, así como él constituye para el neurótico preso en su aislamiento el primer puente por donde retornar a la comunidad humana, así también ha de ser el eslabón de enlace para la comunidad sobrenatural. Su mayor gloria y preferente tarea, en esos casos, estriba en ser el que prepara el camino a la gracia. (3)

Muchas veces es la imaginación la que desordena (como muy bien decía Santa Teresa, que es la loca de la casa), y entonces la personalidad no puede actuar según la realidad. Vive una vida artificiosa, "creada" por su propia imaginación, con fines ficticios, y por lo tanto disociado. Su ser racional, su inteligencia y su voluntad no "alcanzan" la realidad, la verdad y el bien para la cual están hechos, y por lo tanto hay sufrimiento, frustración, angustia, etc. porque no puede llevar a plenitud sus potencias más elevadas. Todo esto conforma la personalidad desordenada y por lo tanto enferma. Este hombre que no puede guiarse por su razón, por el conocimiento del bien y la verdad, tiene conductas desadaptadas, extrañas a su naturaleza, comportamientos que no condicen con su ser que debe obrar razonablemente y que está llamado a cumplir un fin natural, y especialmente, a ser feliz en su fin sobrenatural.

Para obrar plenamente como ser humano, como ser racional, y para tener la personalidad unificada jerárquicamente, donde es el alma la que gobierna según el fin natural y ordenada al fin sobrenatural, se necesita de la gracia. Para ser plenamente sano psíquicamente, se necesita de la gracia que "sana y eleva".

El gran problema de la psicología contemporánea deriva justamente de la falta de aceptación en algunos casos, y en otros falta de comprensión del tema de la gracia, originada en la controversia de la justificación que aparece en la Reforma y las ideas protestantes, que influyen luego en todo el pensamiento moderno y de manera especial en la formación de la psicología contemporánea, que como bien sabemos tiene sus raíces en la filosofía moderna.

La visión protestante es pesimista porque el hombre está totalmente corrupto por el pecado, y la gracia no lo sana ni renueva interiormente. Justamente el Concilio de Trento (DS, 1528) nos dice que esta justificación no sólo entraña el perdón de los pecados y la santificación, sino también la renovación del hombre interior. Si el hombre no es realmente sanado, queda siempre dividido y esto significa sufrimiento, porque todo ser ama la unidad, como dice Santo Tomás (por eso la muerte es dolorosa y las amputaciones).

Con el conocimiento de estos conceptos básicos, seguiremos tratando de ver cómo adelanta la personalidad si la psicoterapia tiene por finalidad elevar a la persona a una vida mejor y feliz. Cuando va creciendo - y no sin la ayuda de la gracia - desligándose de los males que la atan al mundo, se va ordenando interiormente hacia la plena salud mental. Y por contraposición, podemos considerar cómo se va enfermando, neurotizando, cuando se disocia atada a fines ficticios, porque surge por un lado su ser natural que busca el bien y por otro su ser herido, egocéntrico, que busca bienes inferiores.

Hoy en día muchas de las personas que concurren a la consulta psicológica, lo hacen con un gran deterioro en su vida moral, rebajadas en su dignidad humana. Considerar la posibilidad de la aceptación de su naturaleza y una reconciliación con Dios, implica abrirle un horizonte insospechado de despliegue y plenitud humana.

La gracia, que es una nueva ley que mueve desde dentro, nos impulsa a ordenar nuestra vida, y se manifiesta principalmente en la caridad. Con la gracia se disponen tanto el intelecto como los afectos, podemos ser virtuosos y fructificar en obras buenas, de tal manera que ya se va siendo feliz, se va participando de la felicidad del fin último. Con la gracia la naturaleza humana no se destruye, sino que se perfecciona.

Sólo entendiendo esto podemos analizar las vidas de hombres y mujeres heroicos y su acción en el mundo: podemos comprender que la Madre Teresa de Calcuta recogiera los moribundos de las calles, que San Pedro Claver curara las llagas de la lepra de los esclavos lamiéndolos con su propia saliva, que San Francisco dejara su buena situación económica para servir a Dios en la extrema pobreza, y así tantos, miles de ejemplos de vidas que llevaron al extremo el mandamiento del amor a Dios sobre todas las cosas. Pudieron ser realmente felices cuando se despojaron de los bienes terrenos en busca de los eternos.

Pero no sólo tenemos que comprender - como psicólogos - las conductas de las personas que han llevado y las que llevan una vida más perfecta, sino también ayudar a todos los que nos consultan, a elevarse y progresar realmente en su vida, ser mejores en todo sentido, pues esto significa ir alcanzando la unidad de la personalidad que busca el fin último, lo cual es síntoma inequívoco de salud mental.

El hombre normal es el hombre bueno y el santo.

Por eso la psicología debe abrirse a lo que nos enseña la Revelación para poder entender al hombre desde Cristo, pues sólo Cristo "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación"(4)como nos dice el Concilio Vaticano II.

Esta ley nueva, que como dijimos es la gracia, inclina a cosas espirituales y eternas como algo propio. El hombre se va desprendiendo de lo más terrenal y mundano, y es capaz de las cosas más elevadas. Este desapego va haciendo a la persona cada vez más libre, y podría decirse "liberada" en el buen sentido del término. Liberada de vivir para la imagen que quiere que los demás tengan de ella, de vivir mendigando el afecto, de vivir para el status, para los puestos, la fama, para el dinero, etc. La gracia es ley de libertad, frente a aquellos que viven esclavos de lo mundano y - haciendo de eso un estilo de vida - se van neurotizando cada vez más.

Afirma Santo Tomás que son cinco los efectos de la gracia: 1) sana el alma, 2) hace que quiera el bien, 3) que obre eficazmente el bien que quiere, 4) que persevere en el bien, y 5) que alcance la gloria (5), o sea que obtenga el premio.

La gracia lleva al hombre a gozar de Dios y de las cosas de Dios, y a despreciar las cosas mundanas. Pero, como decíamos que es necesario abrirse a los conocimientos que nos brinda la Revelación, quizás es interesante analizar cómo se ordenan con perfección los movimientos interiores (6) – y así se va ordenando toda la vida psíquica – mediante lo que puede llamarse un programa de vida, dado por el Señor en el sermón de la montaña.

Las bienaventuranzas muestran un verdadero camino de crecimiento de la vida interior hacia la salud y plenitud psíquica. Contrariamente a la estructuración del "estilo de vida neurótico" que se hace en base a bienes terrenos, la vida que va creciendo en las virtudes y desplegando los dones, conforma una vida totalmente original, única, donde se cumple con la misión y vocación más alta, la querida por Dios desde toda la eternidad para cada uno de nosotros.

Voy a hacer uso de las obras de Santo Tomás de Aquino – autor recomendado siempre por la Iglesia – donde interpreta el pasaje de las bienaventuranzas del Evangelio de San Mateo (7) ,
para analizar la evolución de la vida psíquica cuando va creciendo en actos buenos, que son los medios adaptados al fin último, que es la felicidad. Esto nos sirve para mostrar el camino de ordenamiento y desarrollo de la personalidad, en aquel que avanza en la vida de la gracia, donde además de las virtudes, se van desplegando los dones del Espíritu Santo.

El dinamismo de la gracia aparece ligado a un cierto apartarse del mundo, lejos de cualquier ostentación. El único lazo, es siempre el de la caridad. El sumo bien es el que hace bienaventurado, o sea feliz. Las bienaventuranzas se refieren a esto, a la felicidad. Y la felicidad es lo que todo hombre busca, como ya decía Aristóteles. Pero no todos aciertan con lo que los puede hacer realmente felices, hay quienes buscan el dinero, la fama, los honores, los placeres, y en todo esto se equivocan, se pierden la verdadera felicidad, por eso después se angustian y frustran. Las cosas perecederas buscadas en sí mismas, constituyen fines ficticios, propios de la neurosis, como muy bien lo demostró el psiquiatra Adler.

El sermón de la Montaña nos muestra dónde se encuentra realmente la felicidad, la felicidad que en el fondo todos desean. Siguiendo este camino propuesto por el Evangelio, se ordena el interior del alma y sus movimientos; es la psiquis que cambia en un proceso pausado pero profundo. Por eso es necesario que lo estudiemos seriamente los psicólogos y sobre todo aquellos que quieren dedicarse a la psicoterapia.

En el orden práctico hay que comenzar por el fin, que es el primer principio: a esto responden las bienaventuranzas. El fin es ser feliz. Cristo en el sermón de la Montaña nos dice cómo ser feliz.

Cuando el Evangelio dice que el Señor "ascendió al Monte" significa que dará una doctrina excelente; un camino perfecto. Además confirma la Ley antigua de los mandamientos que fueron dados en el Monte a Moisés. Sin duda es necesario cumplir con los mandamientos, que es lo más básico respecto de la salud mental, pero las bienaventuranzas muestran la perfección de la vida evangélica porque implican un cambio radical en el corazón del hombre.

Santo Tomás observa que – si bien todos buscan la felicidad – hay distintas opiniones respecto de dónde hallarla. Y todos se equivocan. Para los que la buscan en las cosas exteriores, el Señor los condena diciendo "felices los pobres". Para los que la buscan en la satisfacción de sus apetitos: ya sea en el irascible, en los bienes placenteros, en el capricho de la voluntad frente a las leyes superiores o en el dominio de los demás, el Señor los reprueba diciéndoles felices los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, y los misericordiosos.

Pero también critica el Señor a los que buscan la felicidad en la vida activa, en el desarrollo de las virtudes morales, porque también se equivocan, aunque no tanto - porque ciertamente es un buen camino - pero así se vencen las pasiones por sí mismos o por los demás. La verdadera felicidad tiene por fin a Dios mismo, por eso el Señor a los méritos siempre añade en las bienaventuranzas, el premio o recompensa, y dice "verán a Dios", "serán llamados hijos de Dios", etc.

Respecto de los que buscan la felicidad en la vida contemplativa, en la contemplación de las cosas divinas, como pensaba Aristóteles, el Señor dice que estos están en la verdad, aunque se equivocan respecto al tiempo; porque la felicidad suprema consiste en la visión de lo inteligible óptimo, que es la visión de Dios y el amor que se sigue, por eso pone como premio el "verán a Dios".

El tema de la felicidad es fundamental para la psicoterapia. La persona que va al psicólogo, va buscando la felicidad. Concurre a la consulta porque se siente triste o desdichado. Esto es un dato de experiencia, que lo saben también los psicoanalistas y lo expresa claramente el psiquiatra francés Jacques Lacan en uno de sus Seminarios, cuando trata La demanda de felicidad (8).La diferencia está en que la mayoría de las psicologías que desconocen, malinterpretan o directamente se oponen a la Revelación, no pueden darles nada sobre la felicidad, dejándolos insatisfechos en sus expectativas. Es más, los sumergen en un "bienestar" superficial, mundano, que sólo tapa las heridas y frustra aún más esta profunda búsqueda. Dice San Agustín en las Confesiones (9): "El alma cuando se aleja de Tí, busca la felicidad fuera de Tí".

Los méritos de los que habla el Señor en la Montaña (por ejemplo: los pobres, los que lloran, los misericordiosos, etc.) son actos de las virtudes; y el hombre virtuoso es el que es sano mentalmente. Todo lo que las bienaventuranzas prescriben, se relaciona con la felicidad del hombre. Por eso el psicoterapeuta católico –al contrario del que no lo es– puede dar una respuesta válida al que viene buscando la felicidad, porque cree firmemente en un Bien perfectivo.

Las bienaventuranzas se refieren a la adquisición de la virtud de tres maneras:

1º) alejando el mal, por ejemplo: de la ambición, cuando el Señor nos dice "felices los pobres", de la perversidad cuando afirma que son felices "los misericordiosos", del placer desordenado a "los que lloran" sus pecados;

2º) las bienaventuranzas se refieren a la realización del bien, como los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los puros de corazón, los que buscan la paz; y

3º) la última que nos dispone a algo mejor, pues nos enseña a soportar pacientemente el mal.

1. El primer paso que nos propone el Evangelio es apartar el corazón de los bienes mundanos, cuyo apego construye fines ficticios. "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos". El Señor comienza llamando felices a los pobres de espíritu (10) . Esto se contrapone al orgullo que hincha el alma. Son felices los que buscan la humildad, que es el cimiento firme en la edificación de todas las virtudes, y por lo tanto de la salud psíquica. Los humildes son los que siempre están mendigando la ayuda de Dios, porque reconocen sus limitaciones, saben de la pobreza de su creaturalidad, la realidad de su ser. Los vicios enferman el alma, especialmente la soberbia; tema ya bien estudiado por psiquiatras como Alfred Adler y Rudolf Allers. Este último, pone la humildad como base para un verdadero cambio (metanoia) en la terapia de las neurosis. Se requiere una actitud humilde para enfrentarse a una eficaz psicoterapia y desear una transformación profunda, porque hay que darse cuenta de que algo no funciona y que queremos cambiar. Pero observemos que la felicidad empieza por la pobreza, aquello que – según el juicio humano – se considera una desgracia, sobre todo en el mundo consumista y materialista en que vivimos Es necesario liberarse de los apegos mundanos.

Observemos que el ser pobre, la renuncia a los bienes temporales, significa cosas diferentes: 1º) hay pobres por necesidad, pero aquí no se refiere a estos, sino a los pobres por la voluntad; 2º) hay quienes tienen riquezas pero no las tienen en el corazón; 3º) hay quienes son atraídos por los bienes espirituales hasta el punto de rechazar las riquezas: son propiamente los pobres en espíritu. Esta manera de obrar sobrepasa la forma humana, dice Santo Tomás, ya es sobrenatural o sea movida por la gracia.

2. Sigue el sermón con la bienaventuranza sobre los mansos. «Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra» (Mt. 5, 4). La abundancia de bienes exteriores causa conflictos, las riquezas traen tribulaciones; por eso no se puede ser manso si no se es primero pobre. Las bienaventuranzas se van sumando, cada una supone la anterior y se refieren a un único fin aunque de maneras diversas. Mansos son aquellos que resisten el mal y vencen las malas acciones con las buenas. Es necesario moderar la alteración con la reflexión, si se monta en cólera, hay que dominarla. Mansos son los que aceptan la ley de Dios sin irritarse porque dominan sus caprichos y su voluntad desviada.

3. Pero para ser pobre y manso, es necesario recordar que somos pecadores, y por eso la tercera bienaventuranza se refiere a los que lloran. «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados» (Mt. 5, 5). Aquí se nos arranca el placer culpable y el goce desordenado. Ahora el Señor pone la felicidad en el dolor y el duelo.

Santo Tomás dice que el dolor es por tres cosas:

1) por nuestros propios pecados,

2) por los pecados de los demás, y

3) porque lloramos nuestro exilio en la miseria presente, pues al renunciar al pecado morimos a los ojos del mundo y el mundo muere a nuestros ojos, pero todavía no poseemos las cosas eternas. El que va creciendo en la vida interior con la ayuda de la gracia, sufre por el destierro presente y por el deseo de las cosas celestiales que todavía no posee.

Sin embargo, Dios da una triple consolación:

1) por la remisión y liberación de los pecados,

2) por la esperanza de la vida futura y

3) por el Amor Divino, pues cuando uno pierde algo, adquiere algo mucho mejor: en lugar de las cosas temporales recibe bienes espirituales y sabe valorarlos.

Creo que todos los que nos dedicamos a la psicoterapia tenemos experiencia de las personas que padecen verdaderas crisis de llanto por los errores cometidos, y el sufrimiento por la renuncia a todas las personas y circunstancias que lo ataban.

Hasta aquí las bienaventuranzas que conciernen al alejamiento del mal, donde el psicólogo cumple un rol muy central, secundando la gracia de Dios. Considero que es en esta etapa donde el psicólogo debe tener su mayor protagonismo, con una praxis directiva, en un diálogo reflexivo y donde el paciente comprenda la necesidad de someter las pasiones a la razón, iluminando, dando ánimos, consolando, etc.

Ahora aparecen las bienaventuranzas que se refieren a hacer el bien, y aquí el psicólogo tiene también un papel importante si es que la persona sigue con la relación psicoterapéutica, pues ya la avidez por las cosas espirituales, hace que busque los bienes celestiales más directamente, a través de los medios específicos, afianzando otros lazos, como por ejemplo de un director espiritual, un confesor, una comunidad religiosa, etc.

4. «Después que lloré mis pecados, empiezo a tener hambre y sed de justicia [Postquam delicta deflevi, esurire incipio et sitire iustitiam»(11)] dice San Ambrosio. La cuarta bienaventuranza, la de los que tienen hambre y sed de justicia, es la de los que desean obrar según la justicia de Dios. «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados» (Mt. 5, 6). Hay una justicia perfecta que se dará en el Cielo donde no quedará nada por desear; y otra imperfecta que se da en este mundo, en la vida presente donde los justos también son saciados, porque ellos están satisfechos con la Voluntad del Padre. Recordemos que con la gracia, la voluntad del hombre se vuelve a la Voluntad de Dios y empieza a querer lo que Él quiere. En cambio los injustos no se sacian con nada; son los eternos insatisfechos, siempre quieren más y más, sobre todo en la búsqueda de los bienes exteriores.

5. «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt. 5, 7). La justicia y la misericordia van unidas. La justicia sin misericordia es crueldad y la misericordia sin justicia engendra la ruina, dice Santo Tomás. Ser misericordioso es sufrir el mal de los demás como si fuera propio, ayudándolos así a llevar su carga. El verdadero mal, el que hace malo, es el pecado; cuando exhortamos a salir del pecado, somos misericordiosos. ¿Y porqué son felices los misericordiosos? Porque obtendrán la misericordia de Dios: que 1º) nos quita los pecados y 2º) suprime nuestros defectos temporales, y sobre todo en el futuro cuando seremos curados de todas nuestras penas y faltas.

6. En sexto lugar aparece la felicidad para los de corazón puro, significando asimismo el sexto día en que el hombre fue creado a imagen de Dios. San Juan Crisóstomo llama limpios a los que poseen toda la virtud (12) .

«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt. 5, 8). Se refiere aquí a los que se abstienen de pensamientos extraños, su corazón es templo de Dios, por eso pueden contemplarlo. "Contemplar" parece venir de "templo"; es habitar en su santo templo. No hay nada que impida más la contemplación espiritual que la impureza de la carne; por eso la castidad dispone a la vida contemplativa, y a la visión de Dios.

7. Cuando el alma está limpia de toda culpa, empieza a tener paz en sí misma y a dársela a los demás. «Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt. 5, 9). Se refiere al descanso del 7º día.

La perfección está en la paz, porque ya no hay nada en la personalidad que se oponga a Dios (13). La paz es la tranquilidad en el orden; consiste en que cada uno ocupe su lugar. Dice San Agustín que pacíficos son los que:

Teniendo en paz todos los movimientos de su alma y sujetos a la razón, tienen domadas las concupiscencias de la carne, y se constituyen en reino de Dios; en el cual todas las cosas están ordenadas, que lo que hay en el hombre de mejor y más excelente domina a las demás aspiraciones rebeldes, que nos son comunes con los animales. Y esto mismo que se distingue en el hombre (esto es, la inteligencia y la razón) sujétase a lo superior, que es la misma verdad del Hijo de Dios. Y no puede mandar a los inferiores quien no está subordinado a superiores (14) .

El Obispo de Hipona nos da aquí una magnífica definición de la salud mental. En total concordancia con este pensamiento, el psiquiatra Rudolf Allers pudo afirmar que sólo el santo es psíquicamente sano, porque está ordenado no sólo interiormente, sino también en su relación con los demás. Pero esta paz interior, y la que se vive fraternalmente, es fruto de la caridad, que es principalmente la amistad con Dios.

Por contraposición a esto, vemos que la teoría de Freud (que era ateo) y todo el psicoanálisis, se fundamenta en la agresividad y maldad radical de todo hombre, sin poder comprender la psicología de la personalidad que se va ordenando – y por lo tanto pacificando – como obra de la gracia.

8. «Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mt. 5, 10). La octava bienaventuranza referida a los que padecen persecución por la justicia, demuestra lo más perfecto, es la suma de todas las demás o el resumen de las otras siete. Habla de la causa de la persecución, de los que – alcanzada la virtud perfecta – sufren por anunciar la verdad, sufren todas las cosas por Cristo, porque desprecian las del mundo. Ciertamente muchas veces las persecuciones perturban la paz, pero no la paz interior, sólo la exterior.

9. La novena: «Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque grande será en los cielos vuestra recompensa» (Mt. 5, 11-12), El Señor nos enseña no sólo a soportar le mal, sino cómo hacerlo: "alégrense" nos dice. Felices los que sufren y no se rebelan, hay que alegrarse en las pruebas, y soportarlas con la esperanza del premio.

La felicidad es el último fin de la vida humana. Y dice Santo Tomás que uno va adquiriendo el fin por la esperanza de alcanzarlo. Y la esperanza de alcanzar el fin surge cuando uno se mueve convenientemente hacia ese fin y se acerca cada vez más por sus acciones.

Cuando uno progresa en los actos de las virtudes y los dones, puede realmente esperar que llegará a la perfección en esta vida y a la del cielo. Los premios prometidos en las bienaventuranzas a los pobres, a los mansos, a los que lloran, a los misericordiosos, etc. se darán perfectamente en el cielo, en la vida futura, pero se inician en esta vida; con lo cual se nos asegura que seremos todo lo feliz que realmente podemos ser en esta vida, porque aquí se inicia esa felicidad perfecta de la Patria celestial.

Como ya advertimos, el reclamo de las personas cuando recurren al psicólogo es querer ser felices, pero no saben cómo en las circunstancias que les tocan vivir, y generalmente no se les ocurre empezar por este camino evangélico. Por eso el psicólogo debe ayudarlos.

Comenta Santo Tomás que así como los malos en esta vida muchas veces no padecen penas temporales, porque a veces vemos que a los malos les va bien, sin embargo a los buenos –si bien muchas veces no tienen premios materiales– sin embargo nunca les faltan los espirituales. Por eso dice el Señor: "Recibiréis el ciento por uno".

Las distintas recompensas prometidas en las bienaventuranzas, se resumen en una sola. El Señor las representa de diferentes maneras porque en el mundo, donde las cosas se ven desde abajo, son varias y distintas, pero se hallan reunidas en lo alto. Podríamos decir que los premios de los que habla el Señor en este pasaje del Evangelio, son los opuestos a los que se buscan cuando, en los desordenes de la personalidad, vivimos sumergidos en las cosas terrenas. En este Sermón muestra cómo pueden trocarse en bienes eternos, cuando el hombre busca la verdadera felicidad.

El "reino de los cielos" prometido a los pobres, a los que se van desapegando de las cosas del mundo, es como el principio de una sabiduría que es necesario tener para empezar a darle importancia a las cosas espirituales en la propia vida. Es que hay que darse cuenta que hay un reino que nos puede hacer realmente felices y que no es el de las falsas promesas del mundo, que nos sumergen en ansiedades y frustraciones porque no nos dan lo que prometen. Hay que empezar por cambiar esa ‘sabiduría del mundo' por la sabiduría de Dios. La gracia nos impulsa a cambiar las preocupaciones de la tierra por las del cielo; por eso no sólo sana, sino que también eleva.

Para los que se irritan y buscan las cosas del mundo con prepotencia, el Señor les dice que si son mansos "poseerán la tierra", y señala así el buen afecto del alma que reposa por el deseo de una estabilidad perpetua. También el que va creciendo en esta vida buena, es consolado aún en este mundo, porque participa del Espíritu Santo que es el Consolador. Los que obran según la justicia, son saciados con aquel alimento que es la conformidad con la Voluntad de Dios. Cuando se es misericordioso, también en esta vida consiguen la misericordia de Dios. Con la mirada purificada, por el don de entendimiento, pueden de alguna manera ver a Dios. Y los que llegan a pacificar sus movimientos, van logrando la semejanza divina por lo cual se llaman "hijos de Dios", porque los hijos se parecen a sus padres.

Los premios prometidos en estas bienaventuranzas corresponden justamente a aquello que los hombres buscan cuando ponen sus deseos en los bienes temporales. El Señor quiere elevar el corazón, elevar estos deseos, darles una mirada trascendente. Los que buscan las cosas del reino terreno, como son los honores y las riquezas, se le promete el reino de los cielos que contiene en abundancia todo lo que el corazón humano puede desear. También a los que litigan y combaten por mantener la seguridad para sí mismos y sus cosas, les promete la tierra de los vivientes, significando la estabilidad de los bienes eternos. Para los que buscan consuelo para sus vidas en los placeres del mundo, les promete tener el verdadero consuelo contra todos los males.

Por las bienaventuranzas nos movemos a un afecto más abundante, de manera que deseamos las obras de justicia como el sediento y el hambriento desean la bebida y la comida. Pero además cuando prestamos beneficios gratuitos no sólo damos a los amigos y parientes como manda la virtud, sino que la misericordia nos hace ir más allá y por amor a Dios.

Respecto de los premios, hay quienes se retraen de las obras de justicia y no pagan sus deudas o roban, para enriquecerse en bienes temporales. Por eso el Señor promete la saciedad a los que tienen hambre de justicia. Hay gente que está más inclinada a moverse por determinados tipos de bienes terrenales, y la gracia los transforma en el bien espiritual. Y eso lo vemos también para los que se niegan a ayudar a los demás por miedo a mezclarse con las miserias ajenas, Dios les promete que serán liberados de toda miseria.

La gracia cambia la dirección de la voluntad, cambiando los fines ficticios por el verdadero fin, por lo cual se rectifican las intenciones.

Cuando uno se dispone a la contemplación se perfecciona a sí mismo con la pureza de corazón, porque no permite que la mente se manche con las pasiones (6º bienaventuranza), y de esta manera se va logrando la tan ansiada paz del alma (7º bienaventuranza) que significa la felicidad de que goza la personalidad ordenada. Los premios otorgados en estas bienaventuranzas son: la visión de Dios para aquel que ya se ha dispuesto en esta vida con una visión limpia; y la filiación divina para aquellos que establecieron la paz en sí mismos y en los otros, y en esto fueron imitadores de Dios, que es Dios de unidad y paz (15) .

Los que llegan a estos estados más altos de la vida de la gracia no necesitan ir al psicólogo, salvo que lo manden los que no entienden que cerca de Dios se es más sano y feliz, aunque no con los parámetros de felicidad que nos presenta el mundo.

En conclusión, la vida ascendente de la gracia es un camino psicoterapéutico, por el que se llega a la verdadera curación de la neurosis, pero además el único por el que se alcanza la paz y la felicidad que todos buscan. Tenemos dos opciones o construir un estilo de vida neurótico, o vivir con un proyecto de vida cristiana donde uno se va elevando según el Sermón de la Montaña, que responde a lo más profundo del hombre: su afán de felicidad.


Notas


1.CONCILIO VATICANO II, Decreto Optatam totius, n. 11.
2. PÍO XII, XIII Congreso Internacional de Psicología Aplicada, n. 2.
3. R. ALLERS, Naturaleza y educación del carácter, Labor, Madrid 1950, 336.
4. Gaudium et Spes, 22
5. S. Th. I-II q 111 a. 3 corpus.
6. S. Th. I-II q. 108 a. 3 corpus
7. Cf. TOMÁS DE AQUINO, Catena aurea, exposición de los cuatro evangelios, Suma de Teología y Sobre el Evangelio de San Mateo.
8. J. LACAN, Seminario 7, La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires 2007.
9. AGUSTÍN DE HIPONA, Confesiones, Libro 2. Citado por Santo Tomás en In Math.
10. Mt. 5, 1-3 «Viendo a la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos».
11. TOMÁS DE AQUINO, Catena aurea, In Matthaeum, V, 4. AMBROSIUS Super Lucam (I. 4, De beatit.)
12. Cf. TOMÁS DE AQUINO, Catena aurea, In Matthaeum, V, 6. CHRYSOSTOMUS, In Matth. (hom. 15).
13. TOMÁS DE AQUINO, Catena aurea, In Matthaeum, V, 7. AUGUSTINUS, De serm. Dom. I, 8: «La perfección está en la paz, donde no hay repugnancia; [Vel quia in pace perfectio est, ubi nihil repugnat; pacifici filii Dei dicuntur, quoniam nihil resisti Deo, et utique filii Dei similitudinem Patris debent habere »].
14. TOMÁS DE AQUINO, Catena aurea, In Matthaeum, V, 7. AUGUSTINUS, De serm. Dom. I, 8. AUGUSTINUS, De civ. Dei, 19, 13: «Es la paz la tranquilidad en el orden: y el orden es la disposición por medio de la que se concede a cada uno su lugar, según sean iguales o desiguales. [Est autem pax tranquillitas ordinis. Ordo autem est parium dispariumque sua cuique loca tribuens dispositio» ].
15. Cf. S. Th. I-II q. 69 a. 4



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