Moraleja

Un encuentro fortuito

2007-01-12

Dios sale al encuentro de cada persona de una manera distinta. En el caso de Justino, fue el...

La grandeza de un hombre
está en saber reconocer
su propia pequeñez.
Blas Pascal

Aún faltan unas horas para que amanezca. Un hombre pasea por la orilla de una playa, contemplando el mar. Se llama Justino y es famoso en muchos círculos intelectuales. No tarda en descubrir a otra persona en este lugar ahora desierto: es un anciano. El intelectual se pregunta qué puede hacer aquí a estas horas, pero no dice nada. Sólo lo mira, sorprendido.

El anciano percibe su desconcierto y se dirige a él. Le explica que espera a unos familiares, que están navegando. La conversación prosigue. El intelectual opina sobre cualquier tema: cultura, política, religión. Le gusta hablar. El anciano sabe escuchar y he aquí que, cuando interviene, lo hace con gran sensatez. Tal vez, en otra ocasión, el intelectual hubiera ironizado o dado por terminado el diálogo. Sin embargo, la claridad de ideas del anciano le desarma. El intelectual no comparte algunas de esas ideas, pero reconoce que tienen mucho en común con las suyas. Al final, el anciano le desvela que es cristiano. Justino empieza a ver con simpatía la fe sencilla del anciano. Pasan las horas. Se despiden. Nunca se volverán a ver.

El intelectual no olvidará este encuentro. Meses después, comprenderá que sólo aquellas palabras del anciano parecen dar razón de sus ansias de verdad. Aquel anciano era cristiano, y las ideas que estaban transformando su vida provenían de la fe cristina. Un encuentro fortuito le ha acercado a la fe, abriéndole un horizonte más amplio del que le presentaban todas sus ideas anteriores. Al poco tiempo, Justino, el gran filósofo, recibirá el bautismo y se convertirá en uno de los más grandes apologetas de la fe.

Los padres de Justino eran paganos y le habían dado una excelente educación, instruyéndole con gran esmero en filosofía, literatura e historia. Había frecuentado las escuelas estoica, aristotélica, pitagórica y platónica. Era un gran buscador de la verdad, y el encuentro con aquel anciano determinó su conversión y su dedicación al servicio de Dios. Tenía por entonces unos treinta años. Permaneció desde entonces laico y célibe, y en adelante, ataviado con las vestimentas características de los filósofos, recorrió numerosos países debatiendo con todos acerca de la fe cristiana, hasta su martirio en el año 165.

Dios sale al encuentro de cada persona de una manera distinta. En el caso de Justino, fue el ejemplo de los mártires y esa conversación de madrugada con aquel anciano.

—Pero algunas personas echan en falta un signo externo que les asegure que Dios les llama.

Los signos externos los concede Dios algunas veces, pero normalmente pocas. A algunos personajes del Antiguo Testamento les reveló su voluntad mediante una visión o una teofanía. Moisés vio la zarza ardiendo. Un ángel purificó los labios de Isaías mientras se escuchaba la voz de Dios. Y Ezequiel contempló un torbellino de viento y una gran nube, y un fuego que se revolvía dentro, y un resplandor, y en medio del fuego una figura en ámbar. Pero no todos podemos pedir algo así para conocer la voluntad de Dios.



AAG

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