Diagnóstico Político

Un mandatario sin ataduras

2014-09-23

No era necesario explicar que al gobierno de la ciudad de México había llegado un...

Miguel Ángel Velázquez, La Jornada

Primero fueron las corbatas amarillas. Al comienzo de este gobierno, en el primer acto público de Miguel Ángel Mancera, cuando tomó posesión como jefe político de esta ciudad, las corbatas del color del sol que identificaban, junto con el traje negro, al PRD, desaparecieron. No era necesario explicar que al gobierno de la ciudad de México había llegado un ciudadano sin militancia política. Ahora, en el segundo informe del estado de la administración pública del Distrito Federal, desaparecieron, por fin, los grupos de animación que rodeaban el edificio de la Asamblea Legislativa y que llenaban de porras al jefe de Gobierno en turno, y, desde luego, al delegado que los había llevado.

Si de lo que se trata es de aplicar una estrategia que ha permitido, por ejemplo, la desaparición de las tribus en el entorno del edificio de Donceles y Allende y de otras muchas formas del trabajo político en la ciudad, y eso deberíamos entenderlo como una forma de terminar con las corrientes dentro del PRD, tendríamos que aplaudir el intento, cualquiera que fuera su resultado. Pero las acciones de Miguel Ángel Mancera frente al PRD, cuando menos, van mucho más allá de esto que les hemos platicado.

Mancera ha decidido, pese a todas la presiones imaginables, seguir sin partido, lo que de ninguna manera significa que esté alejado o que renuncie a tener una orientación política para tomar las decisiones de gobierno que se requieren. El jefe de Gobierno se confiesa de izquierda y con ello envía un mensaje claro a propios y extraños; sus afanes irán por el camino de lograr mayores espacios de justicia para mantener la convivencia pacífica de la vida cotidiana en el Distrito Federal, y para ello no requiere de una divisa política y menos aún las insignias de alguna tribu.

La postura es poco entendible porque de todas formas estamos acostumbrados a que la gente que se halla dentro del ámbito del servicio público debe ser militante de alguna organización partidista, pero para Mancera esto, la no militancia, le ha permitido no tener que pagar facturas que podrían impedirle invertir esfuerzo e idea sin consideraciones que desviaran su principal objetivo: ofrecer resultados a los habitantes de la capital del país.

Habría que empezar a pensar, muy detenidamente, hasta qué punto la corrupción en el PRD ha impedido a Mancera –al margen de los beneficios que puede darle su independencia de los partidos– buscarse un espacio de quehacer partidista, porque está claro que ponerse la camiseta amarilla le causaría un daño político profundo, y tal vez insalvable, más ahora que la tribu más oscura de esa organización política está a punto de refrendar su cacicazgo con la llegada de Carlos Navarrete a la presidencia nacional perredista.

Miguel Ángel Mancera sabe que para su salud política, mientras más lejos esté del PRD de los chuchos más horizontes de honestidad, también política, se le abrirán, y que cargar con el desprestigio que hoy pesa sobre el partido que lo postuló a la jefatura de Gobierno hace ya más de dos años sería un error comparable sólo con el suicidio.

De pasadita

La pasada semana se habló mucho de la reforma política del Distrito Federal, que casi está lista, pero para no variar es la derecha la que desde el PAN ha puesto obstáculos para que la propuesta de ley corra mejor suerte, y déjeme decirle que si no fueran los azules, serían los priístas quienes se opondrían a la reforma. Los panistas, fieles a lo suyo, quieren imponer algún chantaje para dar su acuerdo favorable a la libertad de hacer que el DF tenga su propia constitución, y por lo pronto no existe el consenso que pudiera asegurar que ya está todo dicho, aunque en el Senado se dice que habrá reforma en algún momento de lo que resta del año. ¿Será?

 



ROW

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