Vox Populi

Los faraones modernos

2016-02-21

Agustín Carstens proclamó la urgencia de apretarnos el cinturón. Y Luis...

León García Soler, La Jornada

En vuelo directo de Ciudad Juárez a Roma se fue Francisco. En el aire, la tradicional conferencia de prensa y las explicaciones pedidas por los asistentes a las largas lecturas evangélicas. ¿Así de clarito o algo más?, pareció responder el vicario de Cristo al que le preguntaban sobre la protección de los pederastas. Y de algo más. Los muros se levantan y caen estrepitosamente. Quien sólo piensa en levantar muros y no en hacer puentes, no es cristiano, dijo el pontífice. ¡Yo, yo, yo!, protestó Donald Trump desde los foros de debates del Partido Republicano.

Y por ahí volaron en mentes memoriosas recuerdos de aquella obra que ofrecía enseñarnos cómo leer al Pato Donald. Vanidad de vanidades. Tiempo para esperar que surja un Savonarola y encienda la hoguera. Trump, el criptofascista multimillonario, es contendiente en las elecciones primarias del partido que alguna vez llevara a Abraham Lincoln a la Casa Blanca y a enfrentar la rebeldía suriana y esclavista en la primera y feroz guerra civil moderna, la guerra de secesión. Las vueltas del tiempo. El imperio del espectáculo electrónico, instantáneo, impredecible, salvo en la sinrazón de las redes sociales que, nos diría Umberto Eco: le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad y que ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los necios.

O la democracia sin adjetivos. Trump está en el show glorificado de los auto-postulados, suplentes de la clase gobernante, predicadores del mal encarnado en el poder constituido, en el Estado mismo. Los que estamos de este lado del muro que Trump amenaza construir de las playas de Tijuana a las de Matamoros, y hacer que lo paguen los mexicanos, fuimos testigos de cómo vino el Papa y cómo se fue. Ya teníamos candidatos independientes que dependen del dinero que les den los poderosos y de la silenciosa complicidad del sistema plural de partidos, fracturado y dividido, dispuesto a simular el combate imaginario para distraer de las alianzas y coaliciones antinatura que han integrado para que siga la fiesta de la transición en presente continuo.

Se fue el Papa y dejó a la jerarquía católica mexicana en silencio, no de meditación, sino una especie de penitencia, de voto como el de monjes traperos. Si han de pelear, den la cara, háganlo como hombres, les dijo el jesuita en memoria de Loyola, el militar que se hizo cargo del combate contra los rebeldes luteranos y otros de la reforma religiosa. Los ricos, en cambio, asistieron jubilosamente a los actos religiosos; escucharon satisfechos a los funcionarios del Poder Ejecutivo, gobernadores, diputados y senadores que en Palacio Nacional pedían, ¡bendición, bendición!, al obispo de Roma. Y las pantallas de televisión reprodujeron el gozo, con el que los modernos laicos pedían una selfie a Francisco y se inclinaban a besarle la mano.

Se fue. Y por ahí quedó resonando un llamado a rebelarse contra los faraones modernos. Sería porque se anticipaba el anuncio de ajustes y recortes al de por sí insuficiente gasto público. Agustín Carstens proclamó la urgencia de apretarnos el cinturón. Y Luis Videgaray puntualizó que los recortes no afectarían los programas sociales, sino al de altos sueldos, misas y repicar de campanas, como los de las cuentas del gran capitán Vicente Fox en los años de vacas gordas y crudo a más de 100 dólares por barril. Como Pemex ya no es proveedor principal del fisco, dicen, como no se privatizó, pero se desmenuzó para ser competitivo en el libre mercado, ahí empiezan los ajustes. Y para cortar por lo sano cambiaron al director general Emilio Lozoya Austin, por José Antonio González Anaya, quien fuera director del Instituto Mexicano del Seguro Social.

Los años de vacas flacas son globales. Ocasión para culpar de nuestras carencias a los otros; para informar que en todos los países hay plagas y muchos están peor que nosotros. Mal de muchos para consolar a la mayoría empobrecida y a los que van a caer de la clase media en formación a la pobreza empantanada al filo del hambre. Algo habrá que envidiar a los faraones modernos. Así sean los carros y caballos de los que habló el que vino desde Roma. O las marchas triunfales que se sobrepondrán a las de protestas interminables en cuanto empiecen las campañas electorales de este año. Hay que ver al Bronco de Nuevo León, de traje y corbata, en marcha disciplinada, atrás del general Salvador Cienfuegos y el presidente Enrique Peña Nieto. Celebración del Día del Ejército y en voz del general secretario, la ratificación del principio dogmático de la subordinación al poder civil.

Norma constitucional y justo orgullo del Ejército de la Revolución Mexicana. Desde la intentona escobarista de 1929 no ha padecido México asonadas, ni cuartelazos, ni golpes militares. Motivo de orgullo y de obligado reconocimiento a tropas y oficiales de la institución que el general Cienfuegos definió: Ejército para la legalidad, que defiende la legalidad, que exige legalidad y que ciñe su actuación estrictamente a la legalidad. Lejos del escenario de la Marcha de la Lealtad, las tropas responden a la urgencia de responder a la legítima demanda de seguridad de los mexicanos. A las puertas de la cárcel de Topo Chico, vergonzoso ejemplo de la corrupción y ausencia de voluntad política que entregan el mando de las prisiones a los delincuentes encarcelados: 49 muertos y la ausencia de gobierno, confirmación del envilecido Sistema Nacional Penitenciario, que se comprometió a transformar a fondo el presidente Peña Nieto.

Por eso estaba ahí, de traje y corbata, el gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez Calderón. Ni una palabra del Bronco en Escobedo, sobre el asesinato de 49 reclusos en el bestial crimen de Topo Chico. Se acabó el carnaval. Y en plena Cuaresma. Asistió el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, así como los gobernadores Egidio Torre Cantú, de Tamaulipas; Manuel Carreras López, de San Luis Potosí, y Rubén Moreira, de Coahuila. Tierras duras, donde sentaron sus reales los narcotraficantes y sembraron el miedo. Los potosinos acaban de elegir gobernador, con justificada ilusión en contraste con el gris gobierno anterior. Tamaulipas y Coahuila elegirán mandatario en junio.

Por corto que sea el mandato. El que no quiera ver fantasmas que no salga de noche. Allá espantan. Y nadie está seguro si resuenan marchas triunfales para un emperador del crimen o para el del mandato popular. Como quiera que sea, abundan los aspirantes dispuestos a cambiar de chaqueta, a subirse al carro o montarse en el caballo del que le ofrezca viaje. Afortunadamente, se desmoronan los castillos en el aire de los oportunistas. Y no fueron posibles las candidaturas comunes, o en alianza, del PAN y el PRD. En Veracruz hubo renuncia del dirigente estatal panista decidido a no sumarse a la campaña de Miguel Ángel Yunes, ya aceptado como candidato del PRD. El gobernador Javier Duarte se le enredaron las pitas y se llenó de enemigos. Héctor Yunes es candidato de unidad del PRI. Y lleva ventaja de sobra.

Lo demás es lo de menos. Hay que esperar que se disuelva el incienso papal en el Estado laico. Y no aceptar que la austeridad enriquece a los de abajo y son pocos siete años de vacas flacas.



JMRS

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