Vox Populi

La quema de Judas

2016-03-28

No se puede atribuir tamaña sinrazón a la inconciencia, menos todavía a que se...

León García Soler, La Jornada

La tradición precisa que Judas Iscariote se colgó de una higuera. Los creacionistas, que han puesto fecha y hora exacta al instante en que se hizo la luz, aseguran que el fruto prohibido que comieron Adán y Eva en el paraíso era una manzana. Los que conmemoran el Sábado de Gloria entre cohetones y matracas hicieron una fiesta política con la quema de Judas personificados por ladrones, caciques, demagogos y toda suerte de sujetos despreciables a juicio del pueblo. Ya no. Mucho antes del vuelco finisecular, el desprecio explosivo derivó en cubetazos de agua arrojados a los transeúntes.

Otro cambio de los cambios que anunciamos y pregonamos cada día, en cada discurso político o sermones desde el púlpito; en cada reforma, iniciativa, proyecto o programa de gobierno. De ahí que el Gattopardo sea modelo ejemplar de la clase política en busca de sí misma; una clase dominante ajena los aristocráticos reclamos de todo antiguo régimen que, sin embargo, ha hecho suya la versión mexicanizada de la frase acuñada por el señor de Lampedusa: Que todo cambie para que todo siga igual. Y el movimiento continuo es el de la marcha de los tontos, de los sonámbulos el filo del abismo. ¿Alguien recuerda qué se hicieron los 30 denarios que recibió Judas por denunciar al Nazareno?

En 1997 perdió el Partido Revolucionario Institucional (PRI) la mayoría en la Cámara de Diputados. Pero el cambio, la descomposición del formidable sistema y su aparato se dio en un largo proceso que condujo a la podredumbre del año terrible de 1994. Todo cambió y todavía presumimos de largas décadas de transmisión pacífica del poder. El crimen de Lomas Taurinas cobró la vida del candidato a la Presidencia Luis Donaldo Colosio. Y se prolongaron los actos violentos, los asesinatos, las ejecuciones, los sangrientos ajustes de cuentas, sin que se alterara el proceso de la sucesión presidencial. En 1988 estalló la cohetería en las elecciones presidenciales y los derrotados no encendieron el fuego de la ruptura. En 1994 se dispersaron los herederos de la Revolución y se reconfiguró la clase política en torno a los dueños del dinero.

Por eso echaron cubetazos de agua sucia a los votantes en las elecciones del año 2000 y se produjo el portento de la alternancia, el milagro de la democracia sin adjetivos, la resurrección del sufragio efectivo. El Partido Acción Nacional (PAN), la derecha de la legalidad como única vía para alcanzar el poder, creó al personaje que encarnaría la nostalgia del primer imperio y anunciaría públicamente que haría una revolución como la cristera. Vicente Fox fue el nuevo inquilino de Los Pinos. Setenta años en el poder, decían del PRI. Fox volvió a su querencia y asumió el supremo Poder Ejecutivo de la Unión Felipe Calderón Hinojosa, panista de cepa, hijo de fundador del partido conservador. Y el agua de borrajas de la alternancia se convirtió en un mar de sangre.

La guerra de Calderón y la violencia que no cesa. Todo cambió al ceder el presidente de México el control y compartir las decisiones de seguridad pública y seguridad nacional con los agentes del gobierno de Estados Unidos de América. Y cuando el vacío de poder llevó a su gobierno a la inevitable derrota electoral, se anunció el cambio ineludible: Enrique Peña Nieto se reunió con Barack Obama y acordaron que nada cambiaría en lo que hace al combate al narcotráfico y el crimen organizado que llenaba los vacíos que dejaba el poder constituido; todo igual, salvo que los contactos, los acuerdos se harían en una sola ventanilla, en la Secretaría de Gobernación.

Y así fue. Pero la violencia no cede. Y persiste la desconfianza popular en los actos del gobierno, particularmente en materia de seguridad, porque la impunidad es prácticamente garantizada por un sistema de justicia en el que la enorme mayoría de los delitos cometidos, los que llegan ante un juez, no alcanzan sentencia alguna. Las estadísticas no son únicamente método sistemático de funcionarios para despistar a los ciudadanos y clientes. En Acapulco se han cometido más de 20 asesinatos en estos días de guardar. Y hay una enorme cantidad de turistas, visitantes nacionales y extranjeros, así como elevados índices de ocupación en los hoteles. Lo mismo que en Mazatlán, Sinaloa, y en Veracruz, donde se acumulan las desapariciones forzadas.

No se puede atribuir tamaña sinrazón a la inconciencia, menos todavía a que se hayan acostumbrado los mexicanos a la locura criminal, a la azarosa vecindad de robos, secuestros, asaltos y balaceras. Alguien habrá que pueda encontrar razones que la razón no entiende. Richard Nixon declaró la guerra al narcotráfico a sabiendas de que mentía para sembrar el temor de los ciudadanos que apoyarían la violencia oficial, el encarcelamiento, la criminalización de los jóvenes hippies, blancos, izquierdistas; de los negros que demandaban igualdad de derechos y llenaron las prisiones donde, además, perdían su derecho a votar. En Colombia las guerrillas se hicieron de territorio y acabarían por controlar el tráfico de la droga.

Barack Obama y Raúl Castro se reunieron en Cuba después de acordar regularizar las relaciones diplomáticas; ya hay embajada estadunidense en La Habana y embajada cubana en Washington. Valdría la pena que los de nuestra clase política, la clase dominante en general, leyera con atención, o mejor todavía, escuchara el discurso del presidente Obama en La Habana. Cincuenta años de bloqueo económico no han servido más que para perjudicar al pueblo de Cuba, dijo el jefe de gobierno del país más rico y poderoso del mundo. Ese reconocimiento no eludió las dificultades inmediatas, las facultades del Congreso en el que los del Partido Republicano tienen mayoría. Y la sombra del extremismo fanático de la derecha, que abre la puerta a la prepotencia ignara de Donald Trump.

Se acabó el bloqueo. Y en La Habana negocian los dirigentes guerrilleros con el gobierno de Colombia. De cambiar la realidad se trata, dicen que dijo alguna vez Marx. Karl, el de El capital, el que negaba ser marxista.

Días de guardar. Y las ceremonias religiosas, de clara ortodoxia o innegables rasgos paganos, se multiplican en todas las latitudes del mundo de la globalidad, de la revolución tecnológica que multiplica las capacidades de producción y reduce la generación de empleos. Un mundo de violencia fanática, de terrorismo cuyos efectos han hecho que hombres serenos, de vastos conocimientos, nos digan que ya estamos en la tercera guerra mundial. Violencia de la marginación, de la desigualdad que concentra la riqueza en menos de uno por ciento de los habitantes del planeta y condena a la mitad de ellos a la miseria, a la pobreza extrema, al hambre.

Vuelven a multiplicarse los refugiados en los caminos de Europa. El terrorismo impone su ley y se desdibuja la proeza de la Europa unida, al resolver sus gobiernos que no hay espacio para los miles que huyen de la guerra en Siria, en Irak, en Yemen; de los nómadas de la miseria que buscan asilo en la tierra donde floreció la edad de la razón y la Revolución Francesa postuló los derechos del hombre, la libertad, la fraternidad, la igualdad.

Días de guardar. Entre el sonido y la furia, los balbuceos de un idiota, la violencia desatada que confirma la advertencia de Thomas Hobbes en su Leviatán: Sin el poder del Estado no habría arte ni letras ni sociedad, y, lo peor de todo, miedo continuo y peligro de muerte violenta, y la vida del hombre solitaria, pobre, maligna, brutal y corta.



KC