Muy Oportuno

Cómo la prensa somete al Papa a sus propios planes

2016-04-16

Es cierto que en un documento tan largo hay frases y afirmaciones que pueden leerse en el sentido...

Riccardo Cascioli     

Es cierto que en un documento tan largo hay frases y afirmaciones que pueden leerse en el sentido de la discontinuidad, pero el juego es el habitual: citar algunas frases sacándolas del contexto e ignorar las otras que van en dirección opuesta.

Leyendo y escuchando los comentarios de la prensa, la radio y la televisión sobre la exhortación apostólica Amoris Laetitia, se podría decir que para el Papa Francisco ha sido un trabajo inútil escribir un documento tan largo: era suficiente el capítulo ocho, ese dedicado a las situaciones irregulares (“Acompañar, discernir e integrar la fragilidad”), porque es el único que ha sido tomado en consideración.

Y es obvio, porque desde hace dos años y medio no se habla de otra cosa que de divorciados que se han vuelto a casar, y el mundo (al que hay que añadir una parte del mundo católico) esperaba la revolución anunciada por el cardenal Kasper; la posibilidad de acceder a la Eucaristia habría sido su sello. La espera ha sido de tal magnitud que todos han anunciado esta histórica apertura que -como demuestra el profesor Granados en la entrevista realizada por La Nuova Bussola Quotidiana para Primo Piano- no existe en la exhortación. 

Sin embargo, el “Sí a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar” fue el primer titular en toda la prensa. Ciertamente, esto no sorprende en las publicaciones laicas, o más bien laicistas: la sinvergonzonería cuando se habla de la Iglesia es una marca de fábrica. Sin embargo, deja consternados ver el mismo concepto en la prensa católica "oficial". En su primer comentario, Avvenire, el periódico de la Conferencia Episcopal Italiana, aclama la "revolución" tal como la describió hace tiempo Kasper, según el cual la Amoris Laetitia es «el documento más importante de la historia de la Iglesia del último milenio». Y Famiglia Cristiana publica incluso una guía para «Convivientes, separados y divorciados que se han vuelto a casar: cuándo, cómo y por qué quienes viven en situaciones "irregulares" pueden acercarse a los sacramentos de la confesión y de la comunión». 

Es cierto que en un documento tan largo hay frases y afirmaciones que pueden leerse en el sentido de la discontinuidad, pero el juego es el habitual: citar algunas frases sacándolas del contexto e ignorar las otras que van en dirección opuesta. Se cita: «Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada "irregular" viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante» (n.301), pero se evita mencionar el pasaje en el que el Papa afirma que «para evitar cualquier interpretación desviada, recuerdo que de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza. (…) La tibieza, cualquier forma de relativismo, o un excesivo respeto a la hora de proponerlo, serían una falta de fidelidad al Evangelio» (n. 307).

La guerra de las interpretaciones, por otra parte, prescinde de la estructura general del documento pontificio que, como se ha recordado, concierne al matrimonio y no al divorcio. De la Amoris Laetitia hay que resaltar, por lo menos, el anhelo misionero con el que se mira a todas las familias; el deseo de que todos tomen conciencia del proyecto de Dios sobre el hombre y la mujer. Por esta razón, el Papa invita a todos los sacerdotes y laicos a aprovechar cualquier ocasión para encontrar, apoyar y compartir la belleza de la vida conyugal con las familias ya formadas y con los jóvenes que podrían formarla: «Hoy, la pastoral familiar debe ser fundamentalmente misionera, en salida, en cercanía, en lugar de reducirse a ser una fábrica de cursos a los que pocos asisten» (n. 230). Se dedica, además, una gran atención al amor conyugal –y aquí hay que recordar la larga ejemplificación del «himno a la caridad» de San Pablo (1Cor 13)– y a la centralidad de los hijos en la vida de la familia, sobre todo desde el punto de vista educativo.

Más allá de la cuestión de los divorciados que se han vuelto a casar, tema sobre el que ciertamente se seguirá discutiendo durante meses, hay sin embargo detrás de todo una idea de la historia de la Iglesia que se repite en el caso del tema de la familia, intolerable porque es totalmente falsa. En muchos comentarios se repite la imagen de una nueva Iglesia finalmente libre después de siglos y milenios de cadenas y de pesos insoportables. Algunos comentaristas católicos piensan que son modernos y que son dialogantes porque escupen sobre el camino de una Iglesia que, a pesar de sus miles de límites y pecados, ha ofrecido y sigue ofreciendo grandes testimonios de santidad madurada en la vida familiar gracias a esa pastoral que hoy también Avvenire define con desprecio «pastoral de las prohibiciones y de las obligaciones». Santidad y fidelidad que hoy siguen testimoniando muchas personas víctimas de situaciones familiares irregulares (y desgraciadamente olvidadas en la exhortación apostólica) que se han tomado en serio esas «prohibiciones y obligaciones» que la Amoris Laetitia -según una determinada interpretación- eliminaría, olvidando sin embargo que en esta exhortación hay una gran valorización de la encíclica Humanae Vitae, considerada por un determinado mundo católico el símbolo de las “prohibiciones”.

Se olvida demasiado fácilmente que el fin de la Iglesia es conducir a la santidad y que no es hacer que las personas estén bien; es indicar y acompañar en el camino que lleva a Dios y no utilizar a Dios como instrumento para tranquilizar la propia conciencia. Cualquier tipo de iniciativa pastoral debe medirse con esto. Y es por la capacidad de generar vidas santas por lo que se juzgará la verdad de ciertos enfoques.



JMRS
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