Internacional - Población

La vida sigue adelante en "la peor ciudad del mundo"

2016-09-01

En la zona de Bab Sharqui, en el casco antiguo de la ciudad, donde el año pasado...

George Bagdadi

Damasco, 1 sep (EFE).- La guerra se siente en Damasco, los disparos de artillería marcan el ritmo en la distancia, los controles de seguridad ralentizan el tráfico y el precio de todos los productos se ha disparado, pero la vida social de la ciudad, una de las capitales árabes con más historia, no se ha detenido.

Damasco ha sido catalogada este año por la Unidad de Inteligencia de The Economist como la peor ciudad del mundo para vivir y el conflicto armado que desangra el país desde hace cinco años, es la razón que está detrás de esta clasificación, a pesar de que los damascenos siguen haciendo su vida e incluso intentan no renunciar al ocio.

En la zona de Bab Sharqui, en el casco antiguo de la ciudad, donde el año pasado solían caer frecuentemente proyectiles lanzados por los rebeldes, ahora los jóvenes fuman narguiles y se juntan para ver los partidos de fútbol en los bares.

"Salir a un bar era algo impensable hasta hace pocos meses. Estoy cansado de la guerra, necesito vivir una vida normal", asegura a Efe un estudiante de ingeniería agrícola, de 22 años y que se identifica como Sameh.

"La mayoría de la gente viene (a este bar) para disfrutar un poco, a pesar de todos los problemas que atraviesa el país", añade.

La capital siria sigue estando rodeada de grupos armados opositores y los combates y bombardeos continúan a diario en las afueras de la misma, pero en la Ópera de Damasco hombres en traje de chaqueta y corbata, y mujeres con largos vestidos aplauden y disfrutan de las actuaciones que ofrece el teatro estos días.

Por la noche, jóvenes damascenos hacen cola en los cines y locales de moda, y la música suena en las cafeterías tradicionales donde se fuma narguile, así como en los restaurantes, que suelen estar llenos, a la hora de la comida y de la cena.

Ya nadie ni se inmuta al escuchar una explosión o cada vez que se produce un corte de luz.

Durante el día, las calles de la ciudad están llenas de actividad y en las tiendas no faltan clientes, como en la conocida heladería Bakdash, ubicada en el zoco histórico de Damasco.

Todo ello a pesar de que los precios de los bienes se han disparado desde el comienzo del conflicto en 2011 y la moneda local se ha devaluado de 47 libras sirias un dólar, a 450 en la actualidad, mientras que el salario mínimo es de 20,000 libras (unos 40 dólares).

Lo más caro en la capital es el alojamiento, debido a la gran demanda por la llegada de desplazados de otras zonas del país más afectadas por la violencia; y el alquiler de un apartamento de dos habitaciones se sitúa en unas 70,000 libras sirias al mes.

También el precio del combustible para los vehículos y para los generadores eléctricos -que se han convertido en indispensables debido a los frecuentes cortes de luz- se ha triplicado, y el de algunos bienes se ha multiplicado, como el agua embotellada, que ha pasado de costar 15 libras a 150 libras.

Los alimentos se encarecen cada día, aunque el Gobierno sigue subsidiando algunos básicos como el arroz y el azúcar, pero la carne de cordero se vende ahora a 3,100 libras el kilo, frente a 600 libras hace cinco años, y los tomates, que costaban 15 libras ahora no se compran por menos de 200 libras.

Aparte de las penurias y pérdidas económicas, con muchos negocios forzados a cerrar en los pasados años, los damascenos también han sufrido pérdidas humanas, y no hay sirio que no tenga al menos un amigo o un familiar que ha muerto en la guerra.

"Para muchos se ha hecho muy difícil vivir aquí. No hay gas ni electricidad ni agua", señala a Efe Aziz, un ingeniero informático de 35 años, que ha decidido permanecer a pesar de todo.

"Los que nos quedamos, sabemos que estamos haciendo una apuesta arriesgada. En cualquier momento, puedes morir por un (proyectil de) mortero o una explosión", explica.

"Aún así, yo me quedo y no me importa lo que pase, me voy a quedar", concluye Aziz con una sonrisa.

La actividad continúa y los niños volverán al colegio en septiembre, a pesar de que 4,7 millones de hogares han sido destruidos y 7,5 millones de personas se han visto desplazadas, además de los 3,5 millones que han abandonado el país y los 270,000 que han muerto; porque en la peor ciudad del mundo para vivir, sigue habiendo vida.



JMRS