Como Anillo al Dedo

Un voto por la paz

2016-09-28

Ningún acuerdo de paz es perfecto. Pero hay motivos de sobra para que los colombianos...

Editorial, El País

El próximo domingo los colombianos se encontrarán en una situación que hasta hace pocos años parecía imposible. Con las armas calladas, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) oficialmente en cese del fuego definitivo y un detallado tratado de paz firmado tras casi cuatro años de negociaciones entre representantes del Gobierno y de la guerrilla, serán los ciudadanos quienes tendrán la última palabra sobre todo el proceso.

A los colombianos corresponde rubricar el entierro de la guerra civil más sangrienta y antigua de Latinoamérica. Un enfrentamiento que ha causado ocho millones de víctimas — 260,000 muertos— y decenas de miles de desplazados; un conflicto que durante 52 años ha derrochado ingentes cantidades de recursos humanos y económicos y que ha supuesto un inmenso lastre para un país llamado a figurar entre los más desarrollados y pujantes de la región.

Para abordar tan gigantesco problema han sido necesarios los esfuerzos no solo del Estado colombiano y de los representantes de las FARC, sino de una comunidad internacional comprometida con el objetivo de hacer posible la consecución, primero de unas conversaciones viables y después, de un tratado de paz que fuera mucho más allá de la retórica. Un concierto global en el que figuran países con diferentes sistemas de gobierno e incluso a veces con profundísimas diferencias, como por ejemplo Cuba —que además ha sido la sede de las negociaciones— y Estados Unidos.

La presencia en la ceremonia oficial de la firma de la paz en Cartagena de Indias de los presidentes de una decena de naciones latinoamericanas, del secretario de Estado de EE UU, John Kerry, del secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, y de multitud de personalidades que han contribuido de una manera u otra a la consecución del acuerdo es la mejor demostración de lo que es capaz la colaboración internacional.

España, implicada a fondo en el proyecto, estuvo representada por el Rey emérito. Quizá una ocasión histórica como la vivida estos días en Colombia hubiera merecido además la presencia de Felipe VI. España —desde su administración hasta instituciones y personalidades como la del expresidente Felipe González— ha colaborado activamente en el éxito del proceso de paz y la presencia del Rey en el acto de la firma habría realzado de manera más rotunda la máxima importancia que España concede a la paz en Colombia.

Más allá de las imágenes para el recuerdo y las palabras emocionadas del presidente Juan Manuel Santos y los representantes de las FARC, queda ahora es un paso clave: la ratificación de los colombianos. Cerrar un conflicto de estas dimensiones es difícil y exigirá tiempo: requiere tanta generosidad como sacrificios y renuncias. Ningún acuerdo de paz es perfecto. Pero hay motivos de sobra para que los colombianos superen la división política en torno al acuerdo y se sientan orgullosos del esfuerzo realizado. Eso les debe servir para construir entre todos el futuro de paz, libertad y prosperidad que tan duramente se han ganado.



JMRS