Editorial

Un extraño Premio Nobel de Paz

2016-10-11

El mandatario pasó cinco años tratando de negociar un pacto de paz con las FARC. El...

Editorial, The Wall Street Journal

Con el galardón al presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, el Comité Noruego demuestra que reconoce las buenas intenciones en lugar de una paz de verdad.

No todos los que ganan el Premio Nobel de Paz son indignos de éste. Lech Walesa, Andrei Sakharov, Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo lo ganaron por exigir derechos humanos y democracia de regímenes despóticos. Menachem Begin y Anwar Sadat, y posteriormente Nelson Mandela y F.W. de Klerk, pusieron a un lado las enemistades para forjar una paz duradera. George Marshall ayudó a salvar a Europa del caos. Norman Borlaug salvó a buena parte del mundo de la hambruna.

Pero estas son excepciones a una regla en la que el premio es otorgado a los defensores de paces falsas e intenciones buenas e ingenuas. Ese fue el caso el viernes cuando el Comité Noruego del Nobel otorgó el honor al presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, quien últimamente ha estado en los titulares porque no logró persuadir a los votantes colombianos a que apoyaran un acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

No es que Santos no gane puntos por intentarlo. El mandatario pasó cinco años tratando de negociar un pacto de paz con las FARC. El acuerdo de 297 páginas al que llegó en agosto en La Habana fue elogiado por todos, desde Raúl Castro hasta John Kerry, como la mejor forma de poner fin al conflicto armado.

Los colombianos pensaron diferente, y con justa razón. Después de ser aterrorizados por las FARC durante 50 años, no se inclinaron a aceptar un acuerdo que les daría a los líderes de las FARC casi impunidad absoluta, les garantizaría escaños en el Congreso o les permitiría amplificar su propaganda en los medios. “Sin justicia no hay paz” es un lema de la izquierda, que los colombianos, para variar, resolvieron usar contra la izquierda.

El voto fue un reconocimiento al buen juicio de los colombianos que quieren vencer a las FARC, no hacer arreglos con el grupo guerrillero. Pero también fue un reproche a la decisión y valores del Comité del Nobel, que en su anuncio insistió que sólo a través de “un proceso de paz y reconciliación” podría el país “resolver efectivamente desafíos mayores como la pobreza, la injusticia social y la delincuencia relacionada al narcotráfico”.

A Colombia la ha ido bien sin un acuerdo de paz, principalmente por que el gobierno anterior de Álvaro Uribe Vélez decidió defender la democracia a través del endurecimiento militar y reformas de libre mercado. El hecho de que hay que luchar por la paz y la libertad es una verdad que el Comité del Nobel ha ignorado por mucho tiempo, prefiriendo a cambio honrar a los autores de gestos vacíos.

Esto llevó a que el premio de 1929 fuera al Secretario de Estado de Estados Unidos Frank Kellogg por un tratado que prohíbe la guerra, lo que resultó prematuro, y al político británico Arthur Henderson en 1934 por su trabajo en la Liga de Naciones “particularmente por su trabajo en desarme”, y al presidente de EU, Barack Obama, en 2009, antes de que su retirada de Medio Oriente llevara al levantamiento de Estado Islámico.

Todo esto sería de poca importancia si no fuera por las oportunidades perdidas de enseñarle al mundo quiénes son realmente los promotores de la paz. Winston Churchill nunca ganó un Premio Nobel de Paz aunque hizo mucho por salvar al mundo del totalitarismo. Lo mismo sucedió con el canciller alemán Helmut Schmidt, quien insistió en basar las armas nucleares estadounidenses en Alemania, y Ronald Reagan, que vislumbró la victoria en la Guerra Fría.

En el caso de Colombia, el hombre que merece el premio es Uribe, cuya campaña contra las FARC facilitó la vida de millones de colombianos. Esta es una lección perdida en las almas bien intencionadas de Oslo que pretenden que la paz que disfrutan ha sido ganada solo con buenas intenciones.



JMRS