Reportajes

El populismo: un complejo fenómeno para un cambio de época

2016-11-24

Sin duda alguna, estamos ante un cambio de época, ante la cual ya no valen las recetas de...

Francisco Medina

En este siglo XXI, estamos asistiendo de forma privilegiada a procesos de cambio social, político, económico… a nivel global. La política tradicional y la sociedad civil se están viendo convulsionados por procesos internos que se han activado por las consecuencias de la crisis. La división del mundo entre el pueblo –concebido como sabio y virtuoso– y las élites –vistas como explotadoras y corruptas– está teniendo una difusión sorprendente.

El término populismo no es unívoco, sino poliédrico. Así, puede definirse un populismo de izquierdas como movimiento político-social cuya concepción del mundo está marcada por la división entre ricos y pobres, en línea con el pensamiento marxista. Según esta corriente, es la oligarquía dominante la que explota los recursos naturales y económicos en su propio beneficio, acentuando las desigualdades y siendo responsable de los efectos devastadores de la Gran Recesión, provocada por la avaricia y la especulación. Autores como Hobsbawm o Noah Chomsky se han hecho eco de muchos de los postulados de este populismo de izquierdas, cuyas soluciones –enmarcadas en la línea de la resolución marxista tesis-antítesis– no pasan de ser meros recetarios propagandísticos o, en el mejor de los casos, sentimentales.

Existe otro populismo, el populismo de derechas, que, si bien no profundiza en el conflicto de clases marxista, sí presenta la vuelta a la tradición propia o, si se quiere, un repliegue frente a los problemas que la realidad político-social plantea y que puede amenazar todo lo conseguido. Llegando, en ocasiones, al rechazo del diferente, del que llega de fuera. La tradición que se desea recuperar ya no se propone como algo vivo, sino en clave de paraíso perdido de John Milton.

En cualquier caso, ambas corrientes plantean una exigencia de verdad, de justicia, de construcción de una sociedad más verdadera, más justa… que exige dar una respuesta adecuada a los problemas económicos, sociales y existenciales provocados por la crisis. Podría decirse que surge como resultado de un proceso de globalización que, según algunos, exige ser replanteado. Ciertamente, bajo el populismo subyacen las frustraciones vitales de la gente, mal canalizadas y azuzadas de forma explícita por los mass media. Ambos, asimismo, conciben al otro como el culpable de los problemas sociales, políticos, económicos… se traza la barrera que separa a los “buenos” de los “malos”.

Es interesante observar, en este sentido, cómo se ha difundido a nivel global.

En primer lugar, para mirar al origen, hay que acudir a América Latina: en la primera década del siglo XXI, el fenómeno comenzó con el régimen chavista de Venezuela y ha contagiado a otros países del entorno (los indigenismos de Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, la presidencia controvertida de Lula da Silva en Brasil…).

Posteriormente, el fenómeno ha adquirido un carácter transcontinental, a raíz de las consecuencias de la Gran Recesión, al pasar a los países de la Unión Europea (2008-2011). Primero, surge en Grecia, con Syriza, un partido situado más a la izquierda del PASOK que supo recoger las frustraciones de una población griega que percibía como lejanas las instituciones comunitarias y los mecanismos de la Unión Económica y Monetaria y la Unión Política previstos tanto en el Tratado de Maastricht (1992) como en los sucesivos tratados de modificación, así como por el Tratado de Lisboa.

En nuestro entorno, no cabe olvidar, en el caso español, el papel que un grupo de profesores de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid ha venido desempeñando como correa de transmisión. La experiencia del asesoramiento al régimen chavista (léase Juan Carlos Monedero) les ha permitido articular un discurso propio typical Spanish –que ha sabido ganarse a un sector muy importante de la sociedad, como los jóvenes y los afectados duramente por la crisis– y un movimiento que les permita ir más allá de la representación parlamentaria y apropiarse de las instituciones del Estado. Podemos, en este sentido, debería calificarse más como movimiento que como un partido.

Igualmente populista es el Frente Nacional de Marine Le Pen, cuyo éxito electoral en Francia no puede entenderse sin tener en cuenta la realidad social francesa. El surgimiento de un populismo de derechas ha sido una realidad también en Alemania.

Este fenómeno surge porque ha tenido eco dentro de la sociedad. En Gran Bretaña, el Brexit impulsado por el expremier británico David Cameron (y proseguido por su sucesora Theresa May) fue refrendado por una ciudadanía muy reacia a la inmigración y que no ha comprendido el beneficio real de un vínculo con el continente. El movimiento UKIP (Movimiento por la Independencia del Reino Unido) ha sido fruto de una sociedad cada vez más aislada de la realidad global.

El caso de Estados Unidos resulta más complejo. Donald Trump, siendo populista, sigue siendo un enigma para nosotros, especialmente si se tiene en cuenta que ha sido el voto hispano uno de los factores clave de su triunfo. Si bien su realpolitik sigue siendo un mar de incertidumbre, parece haber moderado su discurso y –conviene tenerlo en cuenta– va a estar vigilado por el ala crítica del Partido Republicano. Aún es pronto para ver los frutos. Hillary Clinton, con su discurso ideológico y fuertemente intervencionista, no contaba con la simpatía de la mayoría de los americanos, que no están dispuestos a ver cómo se implanta un estado socialdemócrata en un país de tradición liberal arraigada.

En todo caso, hay varias coordenadas clave para entender el auge del populismo:

1º El agotamiento de los proyectos políticos del liberalismo y de la socialdemocracia: aún falta para que tanto la izquierda como la derecha entiendan que la dicotomía Estado-mercado ya no funciona. Los lobbies han roto muchas de las barreras de un Estado regulador que necesita redefinir su papel, teniendo en cuenta las iniciativas que surgen desde abajo.

2º Las consecuencias devastadoras de la Gran Recesión, que han dejado a mucha gente atrás.

3º El debilitamiento de la sociedad civil, especialmente en Europa, donde la descomposición del tejido familiar y social se va agrandando cada vez más: familias desestructuradas, minúscula natalidad y fuerte composición de población inmigrante, unido al hecho de que nos estamos acostumbrando a vivir sin el otro, por nuestra cuenta (porque pensamos que el otro nos estorba en nuestras leisure activities). Por eso no somos capaces de afrontar el desafío de los refugiados ni el problema de la relación con el islam.

4º Por último, el escenario global, lleno de incertidumbre: la prolongada guerra en Siria e Iraq contra el ISIS y el Daesh, teñida de desencuentros entre Estados Unidos y Rusia; el avance del islamismo en algunos países de Asia sriental (Indonesia, Pakistán, Bangladesh, Afganistán…); el papel que jueguen China y el sudeste asiático o la crisis interna que vive Europa.

Sin duda alguna, estamos ante un cambio de época, ante la cual ya no valen las recetas de más Estado o más mercado. El tejido social va rompiéndose paulatinamente, lo que, inevitablemente, hace que las administraciones y aparatos burocráticos engorden como gallinas. No cabe otra que partir de la sociedad civil, desde abajo, construyendo una ciudadanía global que sea capaz de exigir a los poderes públicos que trabajen por el bien común y que dejen hacer. No se trata del no Estado, sino de un Estado –o de una comunidad internacional– que abandone su pretensión de educar a la sociedad y apoye a los cuerpos intermedios. Que corrija, no que prevenga. Sólo se puede llegar a este escenario si se recompone el tejido social: y eso implica una mayor lealtad a la verdad de las relaciones entre nosotros… y una mayor responsabilidad hacia los asuntos de la polis. Es la única cura a esta epidemia.



JMRS

Notas Relacionadas