Ecología

Última llamada tóxica

2017-06-12

No hay prueba de que los vapores hayan dañado a Card y a su familia, quienes han vivido en...

Por: Dan Ross / Newsweek


"Destruir desechos tóxicos al aire libre está prohibido en Estados Unidos, 
con una excepción ostensible: los militares"

HACE DOS AÑOS, después de mudarse a 3 kilómetros de la Planta de Municiones Radford del Ejército, en el suroeste de Virginia, Erin Card comenzó a notar ocasionales hilillos de humo que se flotaban sobre el sitio arbolado. Empezó a indagar y quedó atónita al enterarse de la causa: estaban quemando explosivos tóxicos al aire libre (quema a cielo abierto). “Es una locura”, dice Card.

No hay prueba de que los vapores hayan dañado a Card y a su familia, quienes han vivido en la zona durante más de una década, pero su marido tuvo cáncer (ahora está en remisión) y a su hijo mayor, Rex, de 5 años, le retiraron un quiste contiguo a la tiroides. “A veces, me siento enferma de preocupación”, confiesa Card.

En muchos países está prohibida la quema a cielo abierto y la detonación de municiones de desecho —incluidos cartuchos de armas pequeñas, cohetes, morteros, proyectiles de artillería y misiles tácticos— y en Estados Unidos, hace mucho que la industria privada abandonó esta práctica, la cual se considera responsable del aire tóxico, y de contaminar el agua y el suelo.

Pero el Ejército y el Departamento de Energía de Estados Unidos siguen detonando explosivos y quemando al aire libre —en algunos casos, hasta de desechos radiactivos— gracias una exención de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) que data de 1980. La EPA otorgó dicha exención a fin de dar tiempo para desarrollar mejores técnicas de eliminación; no obstante, según datos federales, Estados Unidos aún permite la detonación y la quema a cielo abierto en, por lo menos, 39 sitios. Así mismo, el gobierno mantiene esta práctica en Guam y en la isla puertorriqueña de Vieques.

“Es una locura que todavía se les permita hacerlo en pleno siglo XXI”, señala Marylia Kelley, directora ejecutiva de Tri-Valley CAREs, grupo de vigilancia que monitorea la limpieza de un sitio de quema a cielo abierto en el Laboratorio Nacional Lawrence Livermore, en el norte de California. En breve, un grupo de desarrolladores empezará a construir miles de casas a menos de 1.5 kilómetros del sitio en Lawrence Livermore; lo que, en opinión de Kelley, expondrá a los residentes a diversas emisiones tóxicas.

EPA, que no respondió a las insistentes peticiones de comentarios, autoriza la quema a cielo abierto de explosivos de desecho si no dejan “emisiones inseguras” en el medio ambiente. Pero la detonación y quema a cielo abierto de explosivos hacen justamente eso. El año pasado, en una presentación que hizo para otros colegas de la dependencia, Ken Shuster, veterano y experto EPA en eliminación de desechos peligrosos, describió la “tremenda cantidad” de contaminación de aire, suelo y aguas freáticas que ocasiona la quema a cielo abierto. De hecho, la quema a cielo abierto de explosivos libera, de manera rutinaria, algunas de las toxinas más potentes que se conocen, incluidos los carcinógenos cadmio y dioxinas, informa Brian Salvatore, un experto en emisiones tóxicas de la Universidad Estatal de Luisiana (LSU). “Hay una gran variedad de tóxicos; es verdaderamente horrible”, asegura.

En un correo electrónico, el portavoz del Ejército, Wayne Hall, dice que el Departamento de Defensa ha reducido la detonación y quema a cielo abierto, y que está evaluando nuevas tecnologías para reducirlas aún más. Precisa que el departamento solo usa la detonación a cielo abierto en emergencias, cuando sus funcionarios determinan que las municiones son inseguras para almacenarlas o transportarlas, y cuando no hay alternativa debido al “tamaño y al contenido explosivo” de las municiones.

El último proyecto de ley para gastos en defensa incluía una enmienda exigiendo que la Academia Nacional de Ciencias estudiara alternativas a la quema a cielo abierto, pero algunos creen que es un aplazamiento deliberado, pues las alternativas, como los incineradores contenidos, han existido desde hace mucho tiempo. Funcionarios del Pentágono sostienen que la quema a cielo abierto es más barata que las alternativas, pero Shuster, de EPA, asegura que es un “mito” si se toman en cuenta los costos de limpiar los sitios de quemas a cielo abierto (a veces, cientos de millones de dólares). Ted Prociv, ex asistente adjunto para asuntos químicos y biológicos del secretario de Defensa, dice que los militares ya debieran estar haciendo pruebas con los sistemas de eliminación alternativos existentes. Prociv coordina el proyecto para un sistema de este tipo, la cámara de detonación Davinch, la cual se utilizó en 1992 para eliminar armas químicas en Japón. En su opinión, “lo único que obligará a esos tipos a hacer algo” es una prohibición.

Y es imperativo hacer algo, añade Prociv, porque el arsenal de municiones por destruir es pasmoso. Según un informe de la Oficina de Responsabilidad del Gobierno, hasta febrero de 2015 el total ascendía a 529,373 toneladas. El Pentágono calcula que, desde el año fiscal 2016 hasta el año fiscal 2020, a esa cifra se sumarán otras 582,789 toneladas.

Parte del inventario se encuentra en el Depósito Blue Grass del Ejército, cerca de Richmond, Kentucky, instalación que alerta a los residentes próximos antes de cualquier quema o detonación a cielo abierto. Muchos pueden oír las explosiones a kilómetros de distancia. Entre ellos, Craig Williams, director del programa de la Fundación Ambiental Kentucky, que hizo campaña para forzar al Departamento de Defensa a eliminar su armamento químico de manera segura. Williams previno que un pantano legislativo “monstruoso” aguarda a cualquiera que intente desafiar esa práctica.

Mas las consecuencias de la inacción podrían ser terribles, afirman analistas. Durante su presentación reciente en EPA, Shuster describió los niveles “increíblemente” elevados de contaminación tóxica en las aguas freáticas debido a la quema de explosivos a cielo abierto, incluyendo productos químicos como RDX (ciclotrimetilentrinitramina), TNT (trinitrotolueno) y perclorato. Agregó que esos contaminantes, todos relacionados con problemas de salud humanos, han penetrado en algunos sistemas de agua potable.

En cuanto a las emisiones tóxicas en el aire, Salvatore, de LSU, dice que no suelen controlarse adecuadamente. Esto se debe a que rara vez se utilizan las tecnologías más sofisticadas para detectar partículas finas y también, porque las emisiones son muy dispersas. “No hay conductos ni chimeneas para concentrar el foco de las emisiones. Se dispersan por todas partes”, explica.

Además, el monitoreo inadecuado puede ir más allá del perímetro de las bases, lo que a veces dificulta verificar la fuente de contaminación. Por ejemplo, en la Planta de Municiones Radford del Ejército, en Virginia, se libera perclorato con la quema de explosivos y propulsores, y las fuentes próximas de agua potable se contaminan con esa sustancia. Aunque los funcionarios de la planta aseguran que es poco probable que el problema se derive de la quema a cielo abierto, reconocen que la causa no se ha “establecido de manera definitiva”.

La escasez de datos dificulta confirmar los nexos definitivos entre la quema a cielo abierto y los problemas de salud crónicos de los residentes vecinos. Un estudio de 1991, a cargo la Universidad de Boston, halló que las personas que vivían cerca de un antiguo sitio de quema a cielo abierto en Massachusetts presentaban tasas cáncer pulmonar más elevadas de las esperadas, y que un posible nexo de causalidad era la quema a cielo abierto.

Algunos sospechan que los problemas de salud crónicos que padecen los soldados que trabajaron en pozos de quema de Afganistán e Irak tienen relación con la exposición a sustancias tóxicas, un argumento que presenta Joseph Hickman en su libro de 2016, The Burn Pits: The Poisoning of America's Soldiers. Sin embargo, los explosivos convencionales que se queman en Estados Unidos son apenas una forma del material peligroso que se destruye en zonas de guerra (que incluyen gasolina, pesticidas, desechos médicos y, posiblemente, armas químicas). El Departamento de Asuntos de Veteranos sigue estudiando los efectos a largo plazo para la salud.

Con todo, nadie puede negar el impacto ambiental perdurable. En la Planta de Municiones Badger del Ejército, en Wisconsin —que interrumpió la quema a cielo abierto en 1996—, cientos de pozos de monitoreo rastrean kilómetros de aguas freáticas contaminadas. Según informes del Ejército, grandes columnas de humo contaminadas con sustancias como DNT (dinitrotolueno) y disolventes clorados procedentes de dos antiguos sitios de quemas siguen fluyendo hacia el río Wisconsin. Mike Sitton, un portavoz de Badger, confirma que el monitoreo de aguas freáticas continuará durante décadas para asegurar que haya poco riesgo para la salud pública.

En ocasiones, la quema a cielo abierto y la detonación han ocasionado el cierre de operaciones. Tal fue el caso del Depósito Sierra del Ejército, en el norte de California, donde violentas explosiones estremecían las ventanas de viviendas cercanas. En 1999, según datos EPA, ese depósito fue la segunda fuente de químicos tóxicos más importante de toda California. Residentes y ambientalistas combatieron la amenaza con una demanda, llegando a un acuerdo en 2001, el cual limita al Ejército a detonar o quemar municiones a cielo abierto solo en situaciones de emergencia.

La acometida del público también condujo a la clausura de la antigua Planta de Municiones Luisiana del Ejército, hoy conocida como Camp Minden. El proyecto de quemar a cielo abierto unos 6.8 millones de kilogramos del propulsor M-6 —usado para disparar artillería pesada— provocó un escándalo que, dos años después, obligó a la planta a instalar un sistema de quema contenida para incinerar sus existencias. (Ahora que casi ha terminado la incineración de los desechos explosivos, el sistema de quema contenida también deberá clausurarse y retirarse, según las exigencias de una campaña de activistas locales para impedir que Camp Minden se convierta en un sitio de eliminación a largo plazo).

Pero los expertos dicen que, por sí solos, los incineradores no resolverán el problema de la emisión de químicos peligrosos, pues algunos aún emiten sustancias químicas peligrosas como dioxinas, furanos y óxidos de nitrógeno. Los fabricantes de tecnologías de eliminación alternativas, como la cámara de detonación Davinch, afirman que sus sistemas son necesarios para eliminar las municiones cuando los incineradores no puedan hacerlo limpiamente. No obstante, la tecnología de los incineradores está avanzando con rapidez. Por ejemplo, según los operadores del sistema, las emisiones del incinerador de Camp Minden eran más limpias que el aire ambiental.

Los incineradores son una de las opciones contempladas en la Planta de Municiones Holston del Ejército en Kingsport, Tennessee, donde el humo de la quema a cielo abierto ha enturbiado el ambiente desde la década de 1940. Un informe de 2012, del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos, identificó dos métodos de eliminación alternativos que podrían utilizarse para destruir “todos los desechos actuales y futuros” de Holston, mas el Ejército sigue “buscando tecnologías alternativas”, dice Justine Barati, portavoz del Comando Conjunto de Municiones del Departamento de Defensa.

Para Mark Toohey, de 61 años, magistrado en un juzgado de menores y residente de Kingsport, el humo no fue más que una simple molestia durante décadas. De hecho, ni siquiera supo si procedía de Holston o de alguna de las plantas más contaminantes de la región. Pero hace cinco años, cuando las columnas de humo comenzaron a volverse más densas y oscuras, Toohey se horrorizó al enterarse, finalmente, de que la fuente eran los explosivos tóxicos que quemaban a cielo abierto en el sitio militar.

Toohey, quien vive a 2.5 kilómetros de Holston, culpa al humo del asma crónica y la sinusitis severa que padece su esposa. Su hija, quien vive cerca de ellos, tiene problemas de salud similares.

Ahora, cuando arde un fuego en la base, los Toohey se refugian en casa y cierran todas las puertas y ventanas. El juez no puede creer que el Ejército permita que persista este peligro ambiental. “¿Qué dice eso de la protección que brindan a las personas que viven en las inmediaciones de estos sitios, incluidos sus propios empleados?”, pregunta.



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