Internacional - Política

Muchas sombras y alguna luz en el primer año de Rodrigo Duterte en Filipinas 

2017-06-30

Este viernes se cumple un año desde que el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte,...

ISMAEL ARANA / El Mundo


Este viernes se cumple un año desde que el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, juró su cargo en el palacio de Malacañán de la capital, Manila. Entre exabruptos, cambios de alianzas internacionales y una revuelta islamista en el sur del archipiélago que le ha pillado por sorpresa, el polémico mandatario se ha esforzado por cumplir con su promesa estrella, la de erradicar la droga de las calles. Para ello, no han dudado en sembrar de cadáveres los suburbios del país, lo que ha llevado a sus críticos a tildar su gobierno de "calamidad para los derechos humanos". Aun así, su popularidad permanece alta, sobre todo entre las clases populares.

Apodado el "Trump filipino" o "el castigador", este hombre de 72 años llegó con fuerte respaldo de los 16 millones de votos cosechados y anunciando sus intenciones. "Olvidaos de las leyes de derechos humanos", dijo al cierre de su campaña electoral. "Si llego al presidencial, haré como hice cuando era alcalde (de Davao, la tercera ciudad del país). Traficantes, ladrones y maleantes, haríais mejor en iros", amenazó entonces.

Dicho y hecho. Desde hace un año, se estima que más de 7,000 personas han muerto víctimas de las balas de la Policía y de los escuadrones de la muerte o "vigilantes", que actuan impunemente amparados por las instituciones. La gran mayoría de los fallecidos eran pequeños traficantes o consumidores de los barrios más pobres.

Pero para las autoridades, estas cifras son motivo de orgullo. Según explicó el jefe de la Policía de Metro Manila, Oscar Albayalde, a Reuters, gracias a la campaña antidroga, el crimen ha bajado, miles de camellos están entre rejas -en unas prisiones superpobladas- y millones de consumidores se han registrado para recibir tratamiento a su adicción. "Si, hay miles de filipinos que han sido asesinados. Pero hay millones que viven, ¿no?", dijo refiriéndose a las futuras generaciones, que estarán protegidas -según él- del flagelo de las drogas.

Un discurso populista para ganarse a la población

Pese a la abultada cifra de víctimas y sus desmanes, un 76% de los filipinos sigue apoyando la gestión de un presidente, que ha sabido ganarse a la población con su discurso populista contra las corruptas élites y con sus formas simples y directas. "Es una persona sencilla, como nosotros. No me gusta que mate a gente, pero la verdad es que la ciudad es ahora mucho más segura. Ya no da miedo salir a la calle como antes", aseguró a EL MUNDO Sara Mediano, de 28 años y natural de la provincia de Negros Occidental.

Pero sus acciones también se están encontrando con la fiera oposición de grupos civiles, organizaciones humanitarias y la poderosa Iglesia católica filipina, que se ha pronunciado públicamente contra él desde sus influyentes púlpitos. "Duterte se comporta como si estuviera por encima de la ley, como si él fuera la ley", escribió el sacerdote Amado Picaral, uno de los más críticos, en un artículo reciente para la Conferencia Episcopal de Filipinas. Igual de opuesto a su gestión se muestra Human Rights Watch, cuyo director para Asia, Phelim Kine, exigía una investigación internacional "necesaria para detener la masacre y que haya responsables de esta catástrofe de los derechos humanos".

Los miedos a que Duterte reforzara su perfil autoritario y lo incrementase se dispararon hace un mes cuando declaró la Ley Marcial en Mindanao, zona del sur donde viven 22 millones de personas, después de que dos grupos afines al Estado Islámico se hicieran con el control de la ciudad de Marawi. Desde hace 38 días, las fuerzas gubernamentales mantienen violentos combates contra los extremistas para retomar el control de la urbe, en los que ya han fallecido más de 400 personas entre civiles, soldados y rebeldes y que ha forzado a unsa 300,000 personas a abandonar sus casas en busca de refugio. Pese a la cantidad de medios empleados contra ellas -bombardeos aéreos includos-, los milicianos se han hecho fuertes en ciertas zonas, y cunde el miedo de que su lucha pueda expanderse por otras partes de la región.

Su decisión de decretar la Ley Marcial trajo a la memoria los oscuros años de la dictadura de Ferdinand Marcos y su famosa mujer, Imelda, que utilizó este estado de excepción para encarcelar y acabar con opositores y críticos a su mandato. Precisamente, Duterte se ha mostrado favorable en público en varias ocasiones a la gestión de Marcos durante aquellos años, y provocó una tremenda polémica cuando, en noviembre del año pasado, permitió que el cadáver momificado del ex dictador fuera sepultado en el Cementerio de los Héroes de Manila con todos los honores.

Mientras tanto, los analistas locales sacan a relucir algunas de las luces de su mandato. Duterte ha sido capaz de avanzar en el proceso de paz con varios grupos armados del sur del país, entre ellos el Frente Moro de Liberación Islámica, el mayor de todos; y hubo un acercamiento infructuoso con los guerrilleros comunistas del Nuevo Ejército del Pueblo, con los que espera retomar la negociación en el futuro.

A nivel internacional, sus numerosos viajes al extranjero le han servido para acercarse a potencias como China o Rusia, que le pueden proporcionar réditos económicos en el futuro. Además, tras un mal inicio con su tradicional aliado, Estados Unidos (llamó "hijo de puta" a Obama, que suspendió un encuentro bilateral), ha encontrado una mejor sintonía con el nuevo inquilino de la Casa Blanca, un Donald Trump que le ha mostrado su apoyo en la lucha contra las drogas.

Además, con un 21% de la población por debajo del umbral de la pobreza, sus políticas económicas parece que no han dado mal resultado. "El crecimiento y desarrollo de Filipinas seguirá siendo uno de los más altos de la región", señaló Aries Arugay, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Filipinas, a EL MUNDO. "La voluntad política de traer bienestar a los filipinos de a pie se ha cumplido este primer año. Existe una sensación general de que el Gobierno responde a las demandas del pueblo".



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